100 historias de Córdoba
05/07/2021 | 15:43 |
Marcos Calligaris
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El oso viajero
¿Quién dijo que en la Antártida hay osos polares? Esta fue la pregunta que debieron hacerse los 'inquilinos' de la Municipalidad de Córdoba cuando se percataron que la escultura que habían encargado para el puente Antártida Argentina, poca relación guardaba con el continente blanco.
El yerro conceptual fue allá por los albores de la década de '50. Los protagonistas: el intendente de Córdoba, José Bartolo Posada, el artista catalán Alberto Barral —quien pasó a la piedra la obra de Roberto Juan Viola— y por supuesto, el enorme oso blanco, que llevó "a cococho", a varias generaciones de niños cordobeses.
El asunto no partió de malas intenciones, pero sí de un error de cálculos. A fines de 1949, el intendente pretendía homenajear el recientemente inaugurado puente Antártida Argentina, con un adorno artístico a la altura. Con ese fin, le encargó la faena a Alberto Barral, quien logró su cometido en un solo bloque, con detalles notables.
La pieza fue exhibida con éxito hasta que algún avezado observador manifestó lo inesperado: en la Antártida no hay osos polares, estos habitan en el Ártico. Papelón.
Cada día que pasara, apuntalaría aún más la bochornosa pifia de la Municipalidad. El oso debía marcharse. Y así comenzó su derrotero por la ciudad.
Su traslado fue pautado para el 16 de septiembre de 1955, pero ese día había estallado la autodenominada Revolución Libertadora y el camión que intentaba reubicar al oso fue demorado en la explaza General Paz (hoy plaza de los Presidentes Argentinos Cordobeses). En ese lugar, el errante de piedra fue abandonado un tiempo, hasta ser reubicado a la plaza Alberdi, posteriormente en un cantero frente al Patio Olmos, para recalar más tarde en la plaza Vélez Sársfield, luego en el parque Sarmiento y finalmente (¿definitivamente?) frente al Museo de Bellas Artes Emilio Caraffa.
Además de su aporte al arte escultural de la ciudad, al oso se le atribuye una contribución al acervo lingüístico de los cordobeses. Cuenta la leyenda urbana que durante su estadía en la plaza Vélez Sarsfield, cuando por las noches la zona era frecuentada por trabajadoras sexuales, algún potencial cliente —al ver el poco agraciado físico de una de ellas— espetó: "Esta no levanta ni el oso". De ahí en más, cuando para un cordobés alguien o algo no es atractivo o no está bueno, "no levanta el oso".
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