Francisco, un jesuita de visión y acción transformadora

Han pasado 12 años desde el 13 de marzo de 2013 desde el momento en que Jorge Mario Bergoglio, hasta entonces arzobispo de Buenos Aires, fue elegido Papa y decidió llamarse Francisco, tras la histórica renuncia de Benedicto XVI.

A los 76 años se convirtió en el primer latinoamericano, el primer jesuita y, por cierto, el primer argentino, en llegar a la máxima responsabilidad de la Iglesia Católica.

Desde entonces, su liderazgo combina un estilo humilde, reformas ambiciosas y una lucha constante contra una salud frágil.

Hoy, internado en el Policlínico Gemelli, su estado crítico pero estable pone en perspectiva un papado que ha marcado la Iglesia y el mundo.

Un inicio rupturista

Francisco asumió en un contexto de crisis para la Iglesia, golpeada por escándalos de abusos y cuestionamientos internos. 

Desde el balcón de San Pedro, su “Buonasera” sencillo marcó el tono de un papado diferente.

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Rechazó el lujo del Palacio Apostólico para vivir en la residencia de Santa Marta, un gesto que reflejó su pasado como arzobispo de Buenos Aires, donde usaba transporte público y vivía austeramente.

Este estilo lo acercó a las periferias, lavando los pies de presos, migrantes y mujeres en Jueves Santo, y lo consolidó como un Papa cercano “a las periferias”, como él gusta definir a los excluidos.

Reformas y tensiones

Su visión reformista fue el eje de estos 12 años. En 2015, la encíclica Laudato Si’ unió fe y ecología: pidió un cuidado urgente del planeta y criticó el consumismo, lo que le ganó aplausos globales y críticas de sectores conservadores.

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Abrió la puerta a los divorciados vueltos a casar con Amoris Laetitia (2016), flexibilizando el acceso a los sacramentos, y dio pasos hacia la inclusión de la comunidad LGBT, diciendo en 2013: “¿Quién soy yo para juzgar?”.

También impulsó cambios estructurales, como la reforma de la Curia con la constitución Praedicate Evangelium (2022), buscando transparencia y menos centralismo.

Sin embargo, estas decisiones generaron resistencia entre tradicionalistas, que lo acusan de diluir la doctrina, y progresistas, que esperaban más audacia.

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Una salud al límite

Hoy, Francisco está internado en el Policlínico Gemelli, donde ingresó el 14 de febrero de 2025 por una bronquitis que evolucionó a neumonía bilateral.

A sus 88 años, está hospitalizado, en estado “crítico pero estable”. Depende de oxígeno para respirar, su movilidad es casi nula y trabaja desde un sillón, recibiendo la Eucaristía y siguiendo los Ejercicios Espirituales por video. Los médicos destacan una “mejoría consolidada”, pero su historial médico preocupa.

En su juventud, una infección le costó parte de un pulmón, dejándolo vulnerable a problemas respiratorios.

En julio de 2021, una diverticulitis severa lo llevó a una cirugía de colon, con 10 días de internación.

En 2023, enfrentó infecciones respiratorias en marzo y una operación por una hernia abdominal en junio, tras la cual usó bastón y silla de ruedas.

Cada episodio ha avivado rumores de renuncia, algo que él contempló al preparar una carta de dimisión en 2013, aunque insiste en seguir mientras pueda.

Legado en juego

A 12 años de su elección, Francisco transformó la Iglesia con un mensaje de misericordia y justicia social, pero su salud lo pone a prueba. Desde el Gemelli, sigue nombrando obispos y enviando palabras a líderes como el párroco de Gaza, mostrando su tenacidad.

Mientras los fieles rezan frente al hospital, su pontificado queda como un equilibrio entre la fuerza de sus ideas y la fragilidad de su cuerpo, un reflejo humano de la fe que predica. 

Informe de Julio Perotti