Abrapalabra
21/11/2024 | 17:15
Redacción Cadena 3
Julio Perotti
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Deskirchnerización y descristinización, ¿y la desperonización?
Una batalla cultural se define como un conflicto ideológico que se desarrolla entre diferentes grupos sociales o políticos en lucha por imponer valores, creencias y prácticas.
Este fenómeno es muy intenso en contextos de polarización social y política, y puede manifestarse a través de diversas estrategias que buscan la hegemonía ideológica.
La batalla cultural es un emblema, una bandera de guerra que montó al principio el presidente Javier Milei como símbolo de nuevos tiempos que prometió. Porque no hay que equivocarse: la batalla cultural no tiene solo como objetivo lograr competitividad en las urnas.
Influenciado por el pensamiento de Antonio Gramsci, el intelectual marxista, el objetivo de muchos movimientos en esta batalla es alcanzar una hegemonía ideológica, donde sus valores se conviertan en la norma dominante en la sociedad. Esto implica no solo ganar elecciones, sino también influir en la cultura, los medios y la educación.
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Además del uso de los medios y de las redes sociales, en muchos casos la batalla cultural surge como respuesta a políticas progresistas o cambios sociales promovidos por gobiernos anteriores.
Y aquí bajamos a la Argentina. Milei centra su lucha en desmantelar lo que él considera una "hegemonía ideológica de la izquierda", para restaurar valores que percibe como perdidos. Al resto lo coloca dentro de la categoría “casta”, en la que incluyó este miércoles a la vicepresidenta Victoria Villarruel.
Milei sostiene que hace cien años que hay gobiernos que le hicieron perder el rumbo a la Argentina, pero básicamente apunta a las dos décadas anteriores.
Esos 20 años estuvieron casi hegemonizados por el kirchnerismo, el camporismo y/o el cristinismo.
En busca de hundir ese pasado y borrarlo hasta de los libros de historia, hay acciones de fondo, pero también muchas de valor simbólico.
El cambio rotundo en la política económica es, sin duda, lo verdaderamente profundo. Pero al mismo tiempo hay mucho de menor cuantía aunque logre que la sociedad hable de eso.
Primero, retirarle a Cristina y a Amado Boudou las jubilaciones de privilegio por las condenas por corrupción.
Algo que desde las usinas libertarias exhiben como una reivindicación de los jubilados comunes, aplastados por la inflación y las trampas que les tendió la ANSES kirchnerista para no pagarles.
Pero al mismo tiempo, el mileismo no da suficiente empuje a una ley clave: la Ficha Limpia, que impidería que participen de las elecciones los procesados o condenados. Caso Cristina.
Segundo, retirar retratos y bustos de Néstor Kirchner, entronizados en dependencias como ANSES, que fueron tomadas como botín de guerra.
Allí hay poco de efectividad en recuperar dinero, pero sirve al discurso.
Sugestivamente, Milei no embate contra el peronismo como paraguas de todos los movimientos internos que vinieron desde 1983 en adelante.
Por ejemplo, siempre deja a salvo a Carlos Menem por su política privatista; incluso él, que hace retirar los bustos de Kirchner, hizo poner uno en la Casa Rosada.
Define al de Menem como el mejor gobierno de la historia.
Digámoslo: Menem murió con varias causas abiertas por corrupción.
¿Conclusión?
A pesar de su enfoque en deskirchnerizar y descristinizar, Milei no logra desprenderse completamente del legado peronista.
Su estilo polarizador se asemeja a la lógica amigo-enemigo típica del peronismo.
Esta estrategia busca dividir a la sociedad entre quienes apoyan su visión libertaria y quienes son considerados parte del "zurderío" o enemigos ideológicos.
Como en Perón, en Milei la polarización es una herramienta política clave.
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