Personalidad versus realidad o el espejo de Mascherano

No vamos a entrar el campo de la psicología. No corresponde.

Sólo diremos que Javier Milei se encargó, él mismo y nadie más, de mostrar hacia la sociedad una versión de si mismo que se contrapone con cualquier político tradicional.

Ese fue y es, claramente, su valor agregado, ser avasallante, anunciar que va por todo, darle la espalda a todos los demás.

Eso, entre otras cosas, le permitió, ni más ni menos, llegar a la Presidencia de la Nación

Es una idea con muy fuerte pregnancia.

Inclusive, parece que, a medida que trata de avanzar con su gobierno, se consolida más.

Si revisamos los mensajes de quienes seguramente lo votaron (nuestro mensajero es una muestra muy cabal de eso), encontraremos lo instalada que está esa mirada.

Por esas horas (al menos en sus simpatizantes, insistamos) logró poner en la vereda de enfrente a todo el resto de la política argentina, a la casta, según su terminología.

En muchos casos con las injusticias que contienen las generalizaciones, deja la imagen de un presidente dispuesto a todo, pero con esa casta traicionando, uso sus mismas palabras, la voluntad popular que confió en él para revertir la triste historia de decadencia argentina.

Solo contra un mundo que le es ingrato. Quizá se mire al espejo y se sienta predestinado. Tal vez suene en sus oídos aquella arenga de Javier Mascherano a Chiquito Romero en la semifinal con Holanda en Brasil 2014: “Hoy te convertís en héroe”.

O sea, una oportunidad única para entrar en la historia.

Pero resulta que las fuerzas del cielo, en las que confía, o la voluntad popular con la que siente bendecido en las redes sociales no son suficientes.

La casta que tanto denosta ocupa lugares por los que necesariamente debe transitar si quiere que aquella entrada en la historia que espera lo sea por la puerta grande.

Uno de los pilares del desarrollo de la democracia es el diálogo. Guste o no guste quién sea el interlocutor.

La realidad choca contra la personalidad de MIlei.

Si quiere seguir el camino que manda la Constitución, deberá considerar una cuestión central: está lejos de tener mayoría en el Congreso, al menos hasta dentro de más de un año y medio cuando haya elecciones parlamentarias.

En consecuencia, deberá ir construyendo esas mayorías. No tiene alternativa, salvo que (crucemos los dedos) opte por atajos que desgajen la institucionalidad.

Todavía está tiempo de mirarse en el espejo y , sin adelantarse del arco, haga realidad la arenga de Mascherano.