Abrapalabra
29/08/2022 | 17:20 |
Redacción Cadena 3
Julio Perotti
Audios
Santa Cristina
¿Qué significan todos los movimientos del cristinismo-camporismo en defensa de su jefa, Cristina Fernández?
¿Táctica de defensa coyuntural o estrategia de choque contra la Justicia que va a ir creciendo a medida que se acerque el momento en el que el Tribunal Oral Federal 2 (TOF 2) dé su veredicto en la causa Vialidad, en la que el fiscal Diego Luciani pidió 12 años de prisión?
Y la pregunta más terrible: ¿la calle puede reemplazar el poder del Estado?
Calle versus Justicia resume lo que está pasando frente al edificio donde vive Cristina Fernández en el barrio La Recoleta, de la ciudad de Buenos Aires, elevado a la condición de “santuario”, como dijo Andrés “el Cuervo” Larroque.
Por lo pronto, los manifestantes kirchneristas parecen estar reconstruyendo una mística que la propia Cristina se encarga de elevar al nivel de aquella que movió multitudes para la liberación de Juan Perón o para su regreso.
Desde ya, una aclaración para peronistas de otros tiempos: ni ella se parece a Perón ni los muchachos de La Cámpora se asemejan a los militantes de aquellos tiempos.
Pero ellos quieren mostrarse como una feligresía que adora a Cristina y que, por ende, pone a la fe por encima de la verdad objetiva de los hechos.
Ni siquiera necesitan clamar que Cristina es inocente. Para ellos la señora es infalible, por lo cual nada de lo que hagan los comunes mortales, como son fiscales y jueces, debe rozarla.
La ceguera que provoca la fanatización les lleva a exteriorizar que sus problemas judiciales son de todo el justicialismo.
La señora llegó a decir que los poderes ocultos intentan “exterminar” el peronismo.
Terrible verbo, sinónimo de aniquilar, de triste recuerdo en la historia reciente de la Argentina.
Más aún, Cristina hace gala de un egoísmo sin límites: instala la idea de que los problemas del país son los de ella. O sea, mira el mundo a través de su prisma.
Cero reconocimiento de que la Argentina está atravesada por una crisis económica a la que un gobierno aturdido no logra dar solución.
Todo esto pone al país en un estado extremadamente frágil, que aumenta la angustia de no avizorar qué va a pasar.
Mientras Cristina permite que su casa sea ese santuario que describe Larroque, al que peregrinan fieles convencidos de que ella es la salvación, el país está en un estado de zozobra política.
Tampoco la oposición alienta a pensar que por allí viene la solución.
Al jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, le hicieron retroceder varios casilleros en su aspiración de ser candidato presidencial.
Como forajidos, unos cientos de manifestantes le voltearon las vallas y le hicieron retirar a la Policía Metropolitana.
La negociación que abrió con ellos lo vacían de legitimidad. ¿Cómo va a mantener bajo control una ciudad, que vive alterada por las protestas sociales, gremiales y políticas, si con un cuatro de copas lo corren en una esquina de la Recoleta?
Los demás son comentaristas de la realidad, mientras la vicepresidenta gana centralidad política, piensa en 2023 y deja que piensen en ella como Santa Cristina.
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