Mirador internacional
03/10/2018 | 20:30 |
El conflicto civil en Oriente Próximo, que lleva casi 8 años y se ha cobrado cerca de medio millón de víctimas, podría afrontar sus horas decisivas. El papel de Turquía y Rusia resulta clave.
Marcos Calligaris
Corren los días y ya quedan menos de dos semanas para que Turquía cumpla su autoimpuesto cometido de expulsar a los yihadistas de la provincia siria de Idlib. Así lo propuso Ankara con el objetivo de que la presencia de terroristas dentro de la oposición armada siria no sirva de argumento para que las fuerzas gubernamentales de Bashar al Asad ingresen a este último bastión opositor, provocando una "masacre" entre la población civil.
Eso fue lo que pactaron Turquía y Rusia el pasado 17 de septiembre en Sochi, a orillas del mar Negro, además de una serie de medidas y plazos, como establecer una "zona desmilitarizada" de entre 15 y 20 kilómetros a lo largo de las líneas de separación entre las fuerzas pro y antigubernamentales. También acordaron que todo el material militar pesado en manos opositoras se retire de dicha área antes del 15 de octubre y que cinco días después, como máximo, todos los "terroristas radicales" deben retirarse de esa franja, que será vigilada por soldados rusos y turcos.
Solo ante ese compromiso, las fuerzas del presidente sirio Bashar al Asad desistieron de llevar a cabo su anunciada ofensiva —la cual Estados Unidos denunció que podría incluir ataques químicos— para recuperar su último territorio y dar por terminado el prolongado conflicto civil.
Pero para entender cómo se llegó a esta encrucijada es necesario repasar el origen de una guerra intestina que ya lleva casi 8 años y ha causado la muerte de más de 470.000 personas y al menos 5 millones de refugiados.
La Primavera Árabe
En 2011 estalló en Oriente Próximo y el norte de África la Primavera Árabe, una serie de revueltas y protestas reclamando democracia y libertad. Las mismas provocaron la estrepitosa caída de importantes líderes, como sucedió en Egipto con Hosni Mubarak, y en Libia con Muamar Gadafi.
No obstante, Bashar al Asad en Siria logró sostenerse, a todo precio. Con 18 años en el poder, y en aras de mantenerse, desató una brutal represión contra la oposición. Esta terminó armándose y la crisis derivó en una guerra civil con consecuencias atroces.
Pero el conflicto sumaría más alicientes que lo profundizarían. Con ánimo de aprovechar el vacío de poder generado, así como los avances militares de la oposición, hizo su aparición en escena el Estado Islámico, que contaba con presencia en la vecina Irak y pretendía sumarle sus conquistas en Siria.
Tanto el advenimiento del Estado Islámico, así como razones geopolíticas, provocaron que una serie de países ingresaran en el conflicto, a favor o en contra del régimen de Al Asad, pero con un supuesto objetivo común: batallar contra los terroristas. Entre quienes combatieron al Estado Islámico apoyando al presidente sirio se encuentran Rusia e Irán, en tanto que por el bando de la oposición lo hicieron Estados Unidos, Arabia Saudita, Turquía, Reino Unido y Francia, entre otros países occidentales.
Desenlace inminente
Bashar al Asad?
Tras más de 7 duros años de conflicto, la resolución parece estar cerca. Casi contra todos los pronósticos, Bashar al Asad logró mantenerse y recuperar el poder —en parte gracias al apoyo ruso desde 2015— en prácticamente todo el territorio sirio, a excepción de la provincia de Idlib, donde se han refugiado los últimos grupos que se animan a desafiarlo.
Y cuando la última gran ofensiva anunciada por el Gobierno de Al Asad parecía inevitable, la preocupación invadió no solo a la población local, sino también a Turquía, que por el conflicto en el país vecino acoge a más de 3 millones de refugiados sirios, y teme que una nueva ola de ataques provoque otra avalancha de personas que huyen hacia su frontera.
"Una solución militar sería un desastre, no solo para la provincia de Idlib, sino también para el futuro de Siria", afirmó el 24 de agosto el canciller turco Mevlut Cavusoglu, desde Moscú, donde se reunió con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov.
En aquella oportunidad, el jefe de la diplomacia turca agregó que era "importante para todos neutralizar" a los grupos terroristas y "distinguir" a la población civil de los terroristas.
Con ese propósito se forjó el acuerdo firmado en septiembre con Rusia, que comienza a cumplirse lentamente y con limitaciones, pero que de momento evitó una ofensiva gubernamental que habría tenido consecuencias catastróficas.
¿Por qué es importante Idlib?
Ubicada al noroeste de Siria, la provincia de Idlib es el último gran bastión de los rebeldes y los grupos yihadistas que intentaron derrocar al presidente Bashar al Asad.
Según datos de la ONU, allí viven alrededor de 3 millones de personas, de las cuales un millón son niños. Más de la mitad de los habitantes son desplazados de otras partes de Siria que arribaron tras ser evacuados de zonas que estuvieron controladas por los rebeldes, hasta que fueron recuperadas por el Gobierno.
La provincia limita al norte con Turquía, y a través de ella pasan importantes rutas que continúan hacia el sur, desde Alepo hasta Hama o la capital, Damasco; o hacia el oeste, donde se encuentra la estratégica provincia de Latakia, donde Rusia posee dos bases aéreas.
La provincia de Idlib fue ocupada en 2015 por distintos grupos armados. Según los acuerdos de reconciliación, a esa provincia se fueron trasladando los miembros de grupos armados que se negaron a rendirse a las tropas gubernamentales durante las operaciones antiterroristas, tanto en Alepo, como en Homs y Guta Oriental.
La fuerza más influyente en Idlib es Hayat Tahrir al-Sham (HTS), grupo formado en 2017 como una fusión entre Jabhat Fateh al-Sham (Al-Nusra, vinculada a Al Qaeda), el Frente Ansar Al-Din, Jaysh al-Sunna, Liwa al-Haqq y el Movimiento Nur Din al-Zenki.
Este grupo terrorista controla puntos clave de Idlib, como la capital homónima o el paso fronterizo Bab al-Hawa hacia Turquía. La ONU considera a HTS como una organización terrorista y estima que cuenta con unos 10.000 combatientes.
Pero no están solos. Además de HTS, en Idlib se encuentran otras facciones rivales. La segunda alianza más poderosa allí es el Frente para la Liberación de Siria, que cuenta con el apoyo de Turquía. La misma se formó también en 2017 por distintas facciones rebeldes, con el objetivo de contrarrestar el peso de HTS, y cuenta en su núcleo con agrupaciones islamistas como Ahrar al Sham y Nour al-Din al-Zinki, así como otras que luchan bajo la bandera del Ejército Libre de Siria.
Un final sin margen de error
Teniendo en cuenta la heterogeneidad de los grupos que habitan Idlib, así como sus diferentes propósitos —políticos o religiosos— en detrimento del Gobierno sirio, resulta al menos inverosímil que Turquía pueda cumplir en un mes con su objetivo de identificar y separar a los terroristas de la población civil, algo que no pudo llevarse a cabo en los más de 7 años que lleva el conflicto.
Sin embargo, según afirmó el 3 de octubre Serguéi Skachkov, representante del Centro ruso para la acogida, distribución y alojamiento de los refugiados, unas 2.552 personas han dejado la zona de distensión de Idlib en una semana a través del punto de control Abu al Duhur en virtud del acuerdo ruso-turco del 17 de septiembre, cita la agencia RIA Novosti.
Esto sonó como un buen augurio. De completarse la retirada de los grupos rebeldes no habrá necesidad de ofensiva por parte del régimen de Bashar al Asad, quien se asegurará al mismo tiempo la recuperación completa del territorio nacional y una victoria que podría traducirse como el fin de la guerra civil siria.
Entonces vendrán tiempos de reconstrucción y de esperadas reformas políticas.