Guerra en Europa
10/03/2022 | 07:33 |
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
Suena "The Best" en el lobby del hotel y la recepcionista lo tararea con pasión.
El hit de Tina Turner es de 1989, año en que la República Checa dejaba atrás cuatro décadas de comunismo y abrazaba exitosamente la economía de mercado.
En eso pienso cuando enfilo por la calle Vaclavske namesti hacia el Centro de Congresos de Praga, donde miles de refugiados ucranianos se registran escapando de la invasión rusa.
Mientras atravieso la ciudad su belleza me obnubila, y entre sus fachadas que comprenden más de diez siglos de arquitectura, esta vez distingo un elemento común: los colores de la bandera ucraniana.
Ya sea con luces, carteles o enseñas azules y amarillas, los checos muestran su apoyo al país hermano, al que hoy los une el espanto de una amenaza común.
Aquí saben de invasiones rusas. En 1989, más de 170.000 soldados y 4.600 tanques del Pacto de Varsovia —integrado por la URSS, Bulgaria, Polonia, Alemania Oriental y Hungría— irrumpieron en la capital. El fin era aplastar la Primavera de Praga, hechos que describe quirúrgicamente Milán Kundera en 'La Insoportable levedad del ser'.
El movimiento había surgido por los intentos del reformista Alexander Dubcek de liberalizar la República Socialista Checoslovaca. Entre otras medidas, el líder planeaba dotar con derechos adicionales a los ciudadanos, en un acto de descentralización parcial de la economía y democratización, algo que llamó "socialismo con rostro humano".
Lo cierto es que esto no cayó nada bien en el Kremlin, que manejaba los hilos del Pacto de Varsovia, alianza militar que había surgido como respuesta a la creación de la OTAN.
Obligada por la fuerza militar, Checoslovaquia tuvo que revertir todas las reformas aprobadas, aunque la semilla de la libertad quedó germinando, para florecer finalmente con la Revolución de Terciopelo del 89.
Hoy República Checa, heredera junto a Eslovaquia de aquella Checoslovaquia, es un país modelo, con el mayor índice de desarrollo humano de toda Europa Central y del Este. Además, integra la Unión Europea y se escuda de posibles amenazas externas en la OTAN.
Puedo constatar cómo en el contexto de la invasión rusa a Ucrania, el sistema adoptado en 1989 le permite hoy a la República Checa estar preparada para atender los desafíos que implica el éxodo masivo hacia su país.
El Estado, fuerte a pesar de los críticos del sistema, tiene la capacidad de otorgar ingentes ayudas a los refugiados, en forma de asistencia social, atención médica, decenas de millones de euros en ayudas complementarias, permisos de trabajo y alojamiento.
Pero también lo hacen las principales empresas del país, que más allá de encender luces azules y amarillas en sus vidrieras, ofrecen beneficios concretos a los desplazados.
Ucrania clama hoy por su propia Primavera. Pretende seguir el camino de República Checa y de sus vecinos que alguna vez también estuvieron inmersos en la esfera de influencia rusa, pero que hoy prosperan en el seno de la UE. Moscú nuevamente se opone por la fuerza.
Veo las largas colas de damnificados que se forman en el Centro de Congresos de Praga. Allí conozco a Iván, un ucraniano de 25 años que llegó a la capital de Bohemia hace unos meses y por eso no le toca estar en el frente. Ahora es el turno de su madre, que en unas horas tendrá sus papeles en regla para quedarse en el país.
Lo mismo intenta hacer Sofía, una joven desplazada que llegó con su hermana y me cuenta con lágrimas en los ojos que hace dos días que no puede comunicarse con sus abuelos. Ellos viven en Severodonetsk, una ciudad en la región de Lugansk que acaba de ser bombardeada. Sofía no sabe si sus abuelos están vivos. Cada historia de un refugiado es un mundo.
Mientras tanto, las cosas en el frente no mejoran. Rusia bombardeó un hospital infantil en Mariúpol, ciudad en la que se estiman en más de mil los civiles muertos en nueve días.
Y en la propia Rusia la economía se hunde al ritmo de las sanciones impuestas por Occidente. Con un manotazo por no descuidar ese flanco, Putin suspendió la venta de divisas, en un país donde la moneda estadounidense es tanto o más anhelada que en Argentina.
El cepo al dólar es un clásico ruso y recuerda a épocas en que los ciudadanos de a pie sudaban la gota gorda para atesorar ese billete tan preciado. Mijaíl Bulgákov lo cuenta de manera hilarante en "El Maestro y Margarita".
De repente, cae la noche. Vuelvo cansado al hotel tras un largo día de entrevistas e informes para la radio. En el lobby hay otra recepcionista, pero parece que Tina Turner no se negocia.
El jueves la atención pasará por la reunión que tendrán en Turquía los cancilleres de Rusia y Ucrania, la primera de alto nivel desde el inicio de la invasión. Me pregunto si estamos cerca de un verdadero alto el fuego.
Me tocará seguir la cumbre de camino a Alemania, donde ya han arribado más de 90.000 refugiados y hacia donde me dirijo.
Te puede Interesar
Elecciones en Latinoamérica
En su discurso tras el triunfo, el dirigente izquierdista dijo que impulsará ese sistema económico. “No es porque lo adoremos, sino porque primero tenemos que superar la premodernidad, el feudalismo, los nuevos esclavismos”.