El desafío de reescribir la historia

Símbolo de la Córdoba pujante y popular, Atenas fue el club que logró lo que ningún otro en la provincia pudo: ser el más grande del país. Lo curioso (cuando uno lo ve por estos días) es que semejante dinastía la logró con sus jugadores. Jugadores de Córdoba. Ídolos populares, que aún hoy caminan las calles de la ciudad. No hubo billetera, poder político o azar deportivo que cambie la historia.

Solo basta con buscar un puñado de hinchas veteranos que se pongan a rememorar aquella final contra Boca en el Luna Park, donde el equipo barrió a los porteños en su escenario sagrado. 4-0 con un Marcelo Milanesio comandando los hilos de un equipo inolvidable. Atenas siempre se plantó contra todos y casi siempre, ganó. Ese orgullo cordobés fue el motivo de tanto amor en las calles. Calles que se llenaban para ver a los jugadores festejar y unirse en un abrazo.

Después de esa época dorada, el club fue perdiendo el color. Las vitrinas llenas de trofeos y medallas se fueron llenando de polvo. Los posters colgados en la sede pasaron de dorados, a amarillos. Algo pasó. Pero este texto no tratará de buscar culpables, sino de describir lo que alguna vez fue, para que no quede en el olvido. El olvido que provocó que una ciudad le de la espalda al club más querido por todos.

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Hundido en ese recuerdo que alguna vez fue, Atenas transitó la última década por un camino de mediocridad. La última vez que festejó un título de Liga Nacional fue en 2009. Desde allí, solo pudo alzar un torneo súper 8 y nada más. 14 años sin títulos. Enojado y desilusionado, el hincha se fue alejando de a poco del Polideportivo Carlos Cerutti y el equipo tenía que jugar con la presión de devolverles la ilusión que “alguien se robó”.

Palabras más, palabras menos, el básquet fue perdiendo la importancia que tuvo durante todo el siglo XX en la provincia. Esa pertenencia perdida tuvo un efecto directo en la suerte del “Griego”, que dejó de fabricar ídolos y se dedicó a sobrevivir en la Liga Nacional.

Desde 2010, el club solo participó cuatro veces en los playoffs y en los últimos cinco años peleó el descenso en tres oportunidades. En cambio, de 1985 hasta 2010 Atenas solamente había faltado a cuartos de final de los playoffs en dos ocasiones. El contraste es brutal.

Por eso, cuando los hinchas miraban la tabla de posiciones durante el desarrollo de esta temporada, la desilusión pasó a convertirse en resignación. Todo indicaba que esta vez, el equipo no iba a poder evitar lo inevitable y eso encendió algo.

Condenado a jugar la serie por la permanencia con San Lorenzo y tras dos olvidables presentaciones en Boedo, el orgullo cordobés volvió a aflorar en los hinchas del básquet. La desilusión pasó a una ilusión rabiosa, casi mágica. El Cerutti volvió a lucir como en aquellas noches de ídolos vestidos de color verde y el canto popular se hizo sentir con el correr de los minutos. Esa rabia contenida se transmitió a los jugadores y lograron igualar una serie que parecía perdida.

Sin embargo, el empuje de la gente no logró tapar los errores cometidos durante tantos años. Atenas batalló en Boedo, pero no pudo contra San Lorenzo. El descenso, seguramente provocó el llanto de abuelos y nietos, de dirigentes y jugadores, de todos. Porque Atenas es Córdoba.

Duele, claro que duele perder la categoría por primera vez en más de 35 años. Pero Atenas es más grande que un simple descenso. Atenas es más grande que cualquier nombre. Atenas es el más grande de Argentina y por eso tiene que volver a ser de la gente y de sus ídolos. Esos ídolos que se colgaban de los aros y representaban a una provincia. Atenas tiene que mirar su historia, para reescribir su futuro. Atenas tiene que volver.