Belgrano campeón
25/09/2022 | 22:32 |
Redacción Cadena 3
Juan Schulthess
Llovía. Mucho. Las gotas de agua se peleaban para ver cuál caía más rápido y salpicaba más al golpear contra el suelo. Y hacía frío. La noche aún le ganaba la batalla al día y le quedaban todavía unas cuantas horas de reinado. “Riiiiin”. Un agudo ruido rompió la tranquilidad de la velada. “Riiin”. Qué molesto puede llegar a ser un celular cuando se disfraza de despertador. “Riiiin”. No daba para más. El tercero fue el vencido.
Como pudo, Guillermo giró en su cama, despegó apenas los ojos y agarró el teléfono con su mano derecha. Era de madrugada. Apagó la alarma. Al toque, antes de incorporarse, palpó la billetera y chequeó que estuviera la estampita de la Virgen que una vez le había dado su abuela, Chochi, esa misma estampita que lo había acompañado más de diez años atrás, una tarde de junio de 2011 en el Monumental, y que había puesto en jaque su ateísmo por 90 minutos. Volvió al celular. Fue a Google. Jugaban en San Nicolás, justo un domingo de peregrinación. Un 25 de septiembre. Un día de la Virgen. Belgrano.
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Guillermo está dando vueltas por algún rincón de Australia, con unas 13 horas de diferencia con Argentina. La ecuación era fácil: si Belgrano, su Belgrano, jugaba a las 5 de la tarde, para él el partido era a las 6 de la mañana. Si en Alberdi la pelota rodaba a las 9 de la noche, era desayunar con el celular recostado en horizontal al lado de un pote de mermelada con algún nombre raro. Si el partido más esperado arrancaba un domingo a las 13.40, para él era un lunes a las 2.40 de la mañana. ¿Importaba? Poco y nada.
La soledad pesa más por las noches, y con el frío, y con los días de lluvia. Su familia, sus amigos y su historia estaban del otro lado del mundo. Pero él no estaba solo. Ni estaba tan lejos. Estaba con Belgrano, que era estar en Córdoba estando en Australia. Cuando emigró, un gran miedo acechaba los laberintos de su mente: ¿Y si Belgrano era campeón y él no estaba? Y Belgrano estaba por ser campeón. Y él no estaba. Pero estaba.
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Entonces, el problema no era la soledad, ni madrugar, ni el frío, ni nada. El problema era la hora. Pero no por él, sino por los vecinos. Quedaba como un loco gritando goles o puteando a un árbitro mientras todos dormían en un país en donde el fútbol también se habla en otro lenguaje. Quizás por eso era mejor cuando su Belgrano jugaba en sus mañanas. Seguía siendo un loco, pero ya no tanto. En todo caso, nadie, o casi nadie, podía entender su locura, como nadie, o casi nadie, podía entender su idioma. Y las dos cosas van más o menos de la mano.
Los casi 12 mil kilómetros que separan a Guillermo del otro Guillermo se achicaban con cada partido del “Pirata”. La distancia es una excusa para los que no se animan a sentir. Y él sí que sabía de sentir. Como cuando, con 17 años, viajó solo de barrio Argüello a Buenos Aires para estar presente en el partido más importante hasta ese momento de la historia de su club. El día que el otro Guillermo, a los 16 minutos y medio del segundo tiempo, cazó una pelota que cayó como una hoja en otoño sobre su empeine derecho y volvió posible lo imposible. El día que Belgrano mandó a River a la B. El día donde conoció la estampita de la Virgen que le había dado la Chochi.
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Once años y tres meses después, el otro Guillermo volvió a ser parte fundamental de un ascenso celeste, ya sin la 5 en la espalda, pero otra vez cargando la inmensa alegría de miles de personas en sus hombros. Los de acá y los de allá, que siguen siendo de acá, aunque estén allá. Como Guillermo, como tantos otros “Guillermos” desparramados por el mundo que cambiaban su rutina diaria para poder seguir la histórica campaña de su equipo de toda la vida.
Esos “Guillermos” veían que, en su nuevo mundo, los murciélagos volaban de día y las mariposas, de noche. Pero, aunque a contramano, siempre se las arreglaron para poder seguir al “Pirata”, y hoy llevan en alto el escudo y la bandera celeste en distintos rincones del planeta en un festejo que parece no tener fin.
Ya paró de llover en Australia. Y ya no hace frío. Es de madrugada y la alarma no suena. Los vecinos quizás están preocupados porque el loco ya no grita. Aunque les explicaran, no lo entenderían. Guillermo duerme tranquilo, con la estampita de la Virgen de la abuela Chochi custodiando la billetera. Con el celular en silencio. Con su Belgrano campeón. Y con la imagen del otro Guillermo de fondo de pantalla.
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