La vida en un ring
06/07/2024 | 08:13
Redacción Cadena 3
Martín Bonansea
José María Gatica hace 68 años protagonizaba su última pelea como profesional. Era el mes de julio de 1956, estaba ganando con comodidad, y en el cuarto asalto, su rival, el bahiense Jesús Andreoli, abandonó la contienda. En ese momento la policía subió al ring y arrestó al ganador. No tenía permiso para pelear: era el boxeador preferido de Juan Domingo Perón y se consideraba un "soldado del General". "La Revolución Libertadora” le había quitado su licencia para boxear. Ese fue el comienzo de su final.
"El Mono" Gatica nació el 25 de mayo de 1925 en Villa Mercedes, San Luis. A los 7 años su familia se mudó a Buenos Aires, como muchas de la época, en busca de trabajo como miles del interior que terminaban hacinados en el conurbano.
José María se convirtió en un lustrabotas y vendía diarios en las esquinas. Por la noche limpiaba en una lechería a cambio de un poco de comida. La calle lo obligó a defenderse para no perder su territorio, era la “Década Infame” en Argentina y la vida para los chicos de los años '30 no tenía inocencia, la miseria los hacía crecer con los golpes de la realidad.
Se defendía muy bien, tanto, que un comerciante con conexiones con el boxeo, Lázaro Koczi, lo llevó a un club de pelea de marineros, The Sailor’s Home o Casa Stella Maris. Infinidad de marinos que lo duplicaban en tamaño caían de boca ante los golpes de este lustrabotas. Le pagaban 20 pesos por pelea, y a veces tumbaba tres marineros en la misma noche, llevando a su casa el triple de la paga. No tardó en dedicarse por completo al boxeo.
En la década del '40, “El Mono”, aunque odiaba que lo llamaran de esa manera, era el dueño del Luna Park. Derrotó a todos, la gente llenaba el mítico estadio y muchos se quedaban afuera con las ganas de ver al hombre que, en una época donde no había medios audiovisuales ni redes sociales, era conocido por todos.
Gatica amaba a Juan Domingo Perón y a Eva Duarte, y ellos lo sabían muy bien. Estaban sentados en las butacas en cada pelea del "Mono". Cada vez que el peleador levantaba las manos en sus victorias, el entonces presidente de la Nación, como un ritual, se acercaba al ring y le brindaba su mano al triunfador, que se acercaba con una sonrisa de oreja a oreja. “General, dos potencias se saludan”, le habría dicho el Mono en alguna oportunidad.
El fanatismo del boxeador por el peronismo hizo que la Secretaría de Prensa del Gobierno lo utilizara como propaganda. Gatica resaltaba su adoración a Perón y Eva y generó una división entre los fanáticos del box. Por un lado los anti-peronistas lo llamaron “Mono” y los fanáticos peronistas le decían “Tigre”, como él siempre pedía que lo apodaran. Existe un mito, que involucra a Hugo Del Carril, que asegura que el término “gorila” usado para los opositores de Perón tiene que ver con esta división que se vivía en el Luna Park.
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Testimonios de la época mencionaban suntuosos regalos desde la presidencia para el boxeador. También afirmaban que en las noches se lo solía ver en lugares propensos a la lujuria junto a Juan Duarte, hermano de Eva.
"El Mono" tenía todo, pero le costaba disfrutarlo. Sentía un resentimiento hacia los lujos, posiblemente por su duro pasado y terminaba las noches con problemas debido al alcohol y a su propio enojo interno.
En una época donde Juan Manuel Fangio era rey de reyes y el mundo hablaba del piloto argentino, desde la Nación decidieron darle un apoyo al "Mono" para que fuera a conquistar Las Vegas. El boxeador no tenía muchos antecedentes para hacerlo; sus mejores peleas fueron con su “clásico”, Alfredo Prada en el Luna, quien alguna vez le rompió la mandíbula y Gatica luchó tres asaltos con la quijada rota.
La relación del "Mono" con Perón fue determinante para realizar conexiones. Las puertas de Estados Unidos se abrieron para recibir al boxeador sensación de Argentina. En su debut se lució frente a Terry Young y ganó por nocaut, hasta que nuevamente Gatica dejó salir su enojo interno y volvió a pelear contra su destino.
Se perdió noches enteras y ni desde la Embajada Argentina podían encontrarlo. Se enamoró de una mujer puertorriqueña con la que pasaba semanas completas en lugar de entrenar. Al "Mono" le encantaba bailar: la rumba, el mambo o la cumbia. Era muy bueno, pero la noche lo atrapaba y él no se quería soltar.
La agenda en Las Vegas continuaba y finalmente llegó la oportunidad de Gatica de pelear en el Madison Square Garden por el título frente a Ike Williams. Si el "Mono" ganaba, la revancha iba a ser en Buenos Aires, en un Luna Park explotado con una fiesta nacional.
Pero fue un papelón. Un solo golpe de Williams en el primer round terminó con Gatica en el piso y con todas las proyecciones de revancha. Cuenta el periodista Cherquis Bialo, en una crónica, que el peleador argentino le dijo a su manager “me agarró frío”, y que este le contestó fastidiado: “En la próxima te traemos una frazada”.
La muerte de Eva Perón en el '52 y de su hermano Juan un año después lo alejaron del entorno del "General". El gabinete peronista, para cuidar la imagen del mandatario, lo alejó de Gatica y su mala fama para acercarlo a deportistas con mayor disciplina.
En el año 1955 la "Revolución Libertadora" derrocó a Perón y al "Mono" Gatica le quitaron su licencia para boxear, por su afinidad con el mandatario. Al año siguiente, en 1956, en el Lomas Park, la policía lo bajó del ring.
Así comenzó su ocaso económico y emocional. Los problemas con el alcohol se acrecentaron y volvió a peleas clandestinas. Un día, el luchador Martín Karadagian, el reconocido creador de Titanes en el Ring, lo convocó para ayudarlo. "El Mono" se negó, no quería. Pero finalmente la necesidad lo hizo aceptar una exhibición.
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Fue un accidente, algunos rumoreaban que al campeón del coach no le gustó un golpe del "Mono", pero el resultado fue una mala caída del púgil que se rompió la pierna. La lesión le provocó una renguera crónica. Ese lamentable día fue la despedida definitiva de Gatica en un ring. La vida lo estaba golpeando cada vez más fuerte y lo arrinconó.
"El Mono" salía de la cancha de Independiente. Era el 12 de noviembre de 1963 y tenía 38 años. Estaba contento después de ver ganar a su “Rojo” frente a River, en Avellaneda. Además, en el estadio había vendido algunos muñequitos y ganado unos pesos.
En una mano tenía a su perrito. Su renguera y un poco de alcohol lo hacían caminar despacio y tambaleante. Hizo señas al colectivo 265 para volver a su casa. Cuando estaba subiendo, el ómnibus arrancó y él, que no iba a soltar al único amigo que le quedaba, perdió el equilibrio y cayó. La rueda trasera lo aplastó y agonizó dos días, hasta que esa vida llena de sueños y logros, donde con sus puños todo lo podía, finalmente lo puso nocaut.
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