Los deseos cumplidos e incumplidos del debate

Los debates nunca definen elecciones, pero ayudan a perderlas o a ganarlas. Al final de la serie de dos debates domingueros con ratings de un partido de la Selección en el Mundial, los cinco candidatos presidenciales no pueden festejar con la misma intensidad el resultado de ambas confrontaciones.

Cada uno está condenado ahora a ver en los registros de opinión pública si cumplieron con sus respectivos objetivos.

En los dos debates hubo dos grupos diferentes: tres que participan para ser presidentes y dos que se presentan en nombre de otros intereses.

Javier Milei superó con más holgura el desafío de no arriesgar su hipotética ventaja en el primer debate que en el de anoche, donde quedó más expuesto al escrutinio de sus propuestas en temas complejos y a las acusaciones que lo ubican rodeado por dirigentes de la misma casta que él mismo denuncia con tanta eficacia.

De igual modo, el candidato libertario llegó y se fue a los dos programas de TV con un diferencial a favor: el hartazgo de una parte del electorado que los prefiere como castigo al resto de la clase política.

Sergio Massa sufrió anoche mucho más que en el primer debate los flancos que ofrece el oficialismo: la crisis económica y la corrupción. En especial Patricia Bullrich lo atacó con insistencia utilizando el último escándalo de Martín Insaurralde, sin que el ministro atinara a despegarse ni a defender al kirchnerismo de esas acusaciones.

Massa pareció ayer el que menos rédito sacó del debate y que tal vez haya perdido mucho más de lo que ganó entre tantos ataques.

Patricia Bullrich, a quien muchas encuestas ubican tercera debajo de Massa, salió anoche con una intensidad que no había tenido en Santiago del Estero, una semana atrás.

Atacó a Massa y a Milei, en un intento de recuperar terreno, de marcar presencia y de mostrar una firmeza que no había tenido durante esta campaña. En las próximas horas se sabrá si los sondeos reflejan una mejoría de la situación de la candidata de Juntos para el Cambio a partir del arsenal que desplegó en la Facultad de Derecho de la ciudad de Buenos Aires.

Juan Schiaretti pudo recoger anoche el agridulce sabor de una presentación positiva que sin embargo no servirá más que para tratar el objetivo de retener la dotación legislativa del peronismo cordobés.

Por primera vez en un escenario nacional, el gobernador de Córdoba recibió una alta valoración por su solvencia. Pero la gran mayoría de quienes descubrieron tardíamente a Schiaretti encuentran que hay problema de oportunidad.

Fue el mismo Schiaretti el que evitó ser conocido por el resto del país y eligió recluirse en Córdoba. Ese es el precio que paga ahora que es un candidato nacional. De hecho, hoy su objetivo es mantener una votación elevada entre los cordobeses para arrastrar de esa manera a su lista de diputados nacionales.

Miriam Bregman, por último, cumplió su papel de mantener a la lista de la izquierda dogmática que tiene por objetivo conservar los votos del sector. Un objetivo módico, pero concreto que solo requiere que sus votos habituales sigan donde están. Ni más. Ni menos.