Sin escrúpulos
17/05/2024 | 16:20
Redacción Cadena 3
Juan Federico
Su madre era prostituta y alcohólica, y su padre, un golpeador que pronto los abandonó. Para protegerlo, el Estado lo sacó de su casa y lo internó, cuando aún era muy pequeño, en el hogar Villa Elisa, de La Plata. Siempre contó que allí recibió toda clase de abusos, hasta que su mamá regresó a buscarlo, a los 7 años.
A los 10 años, Roberto Carmona robó un patrullero. Se convirtió en un "cliente" habitual de los institutos de menores. Entraba y salía. Robaba y consumía drogas. Cuando era internado, regresaba a los abusos. Nunca quiso especificar de qué se habían tratado.
A los 18, recibió su primera condena como adulto: 10 años de prisión por robo calificado, privación de la libertad y drogas. Conoció diversas cárceles "pesadas" de la provincia de Buenos Aires, como Olmos, La Plata, Junín y Sierra Chica. Pero cuatro años después, recibió el primer beneficio de la Justicia: una salida a la libertad condicional.
En enero de 1986, secuestró y asesinó a Gabriela Ceppi, una adolescente de 16 años a la que encontró varada junto a sus amigos, por un desperfecto mecánico, cuando volvían a Córdoba de bailar en Villa Carlos Paz.
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Después de asesinarla de un disparo cerca de Toledo, continuó viaje hacia Buenos Aires. En Villa María subió a su auto a dos jóvenes que hacían "dedo" en la ruta y los obligó a robar con él. Casi un mes después terminó detenido en General Pacheco luego de asaltar a un taxista y a una familia.
Cuando lo trasladaron a Córdoba no quería decir dónde había dejado el cadáver de Gabriela. En esa época, un crimen sin cuerpo no podía demostrarse. Policías hoy jubilados recuerdan que debieron utilizar métodos fuera de la ley para lograr que confesara el lugar donde finalmente la encontraron asesinada. En aquel relato, también dijo que había abusado varias veces de ella.
Pero los peritajes de la época no lograron demostrar la violación. Fue condenado a prisión perpetua por el crimen. En la cárcel, otros presos intentaron atacarlo mientras lo acusaban de violador. Por eso, Carmona siempre se ocupó de resaltar que este delito no le fue endilgado.
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Conocedor de los códigos carcelarios de la época, nunca le importó ser catalogado como un asesino, pero sí que lo sindicaran como violador.
O sea, cuando mató a Gabriela, Carmona estaba bajo el ala del Estado. La Justicia le había concedido la libertad condicional y en teoría debía controlarlo.
El Estado y la Justicia, a través de los hogares y los institutos de menores, prácticamente lo habían tenido bajo su ala desde poco después que nació. El "monstruo" o la "hiena humana", tal como se lo define por estos días en ocasión de un nuevo juicio en su contra, fue un perfecto conocido del sistema público.
Siempre que mató lo hizo bajo el ala del Estado.
Cuando asesinó a Gabriela, en 1986, estaba con libertad condicional. No había pasado encerrado ni la mitad de los 10 años que le habían impuesto como pena por robar.
A su segundo homicidio lo cometió en 1994: mató de una puñalada al preso Héctor Vicente Bolea en la cárcel cordobesa de barrio San Martín. Carmona estaba cumpliendo su condena por matar a Gabriela. Bolea junto a otros reclusos había intentado atacarlo días antes al grito de "violador".
Ante esto y sus reiterados conflictos con otros reos, se decidió trasladarlo a otra provincia. Recayó en la penitenciaría de Resistencia, en Chaco, donde en 1997 mató, con un filoso palo de escoba a otro detenido, Demetrio Pérez Araujo. Por tercera vez, mató mientras permanecía bajo el amparo del Estado.
Tuvo que ser regresado a la cárcel de barrio San Martín, en Córdoba, donde el Servicio Penitenciario le construyó una celda individual, alejada de los pabellones. Por su forma, pasó a ser conocida para siempre como la "lorera", una jaula que se convirtió en una obsesión para el resto de los reclusos, que buscaban llegar hasta allí para saldar las deudas pendientes.
Pero Carmona siempre tuvo protección. Incluso, en el trágico motín de febrero de 2005, un grupo de guardias logró rescatarlo a tiempo justo antes de que los presos tomaran el control total de la cárcel. Fue paradójico: el asesino múltiple, el reo más odiado por la mayor parte de la población carcelaria, fue rescatado, mientras que otros guardias, entre las que había mujeres, quedaron a merced de los amotinados.
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Carmona ya no regresó a la cárcel de San Martín. Fue alojado de manera provisoria en distintas penitenciarías de Córdoba, pero el Servicio Penitenciario de Córdoba dijo que no tenía las garantías necesarias para asegurar que no fuera atacado dentro de los muros.
Finalmente, lo regresaron a Chaco, bajo la excusa de que allí debía otra condena a prisión perpetua por el crimen del preso Pérez Araujo.
Fue entonces que, a poco de haber sido ingresado, tuvo otro beneficio: partió hacia Corrientes, a la granja Yatay, un centro de detención de mínima seguridad. Carmona se amoldó a ese lugar y pronto se ganó la confianza de los guardias. Si bien en 2014 quedó involucrado en un supuesto intento de fuga, finalmente se determinó que no había cometido ningún ilícito.
Fue en aquel año que el entonces juez de Ejecución Penal de esa provincia, Juan Cima (hoy jubilado), firmó una resolución que hoy suena insólita: cada cuatro meses, Carmona era trasladado desde una cárcel chaqueña hacia el barrio Las Violetas, de la ciudad de Córdoba, para que visitara durante 72 horas a su esposa Angela Etudie.
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Tras otros incidentes con los presos en la granja correntina, fue trasladado de nuevo a Chaco pero se le mantuvo el régimen de visitar por el cual viajaba cada cuatro meses a Córdoba. Eso sí: ahora debía pernoctar cada noche en la cárcel de Bouwer y al otro día ser trasladado al domicilio de su esposa. De 8 a 18, tres días consecutivos, cada cuatro meses.
En la cárcel de Chaco, al igual que al resto de la población carcelaria, se le permitía tener celular.
Fue en el marco de estas visitas que en diciembre de 2022 se escapó de la casa de Las Violetas y mató al taxistas Javier Bocalón (45). Por cuarta vez, Carmona asesinó cuando estaba siendo controlado por el Estado.
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Todo un récord sobre la inoperancia oficial: mató cuatro veces; en todas las ocasiones, estaba bajo la responsabilidad de algún poder del Estado.
Es que el juicio a Carmona, que terminó con una condena a prisión perpetua, se convirtió, también, en un juicio enorme a todo un sistema.
Ahora, la Justicia cordobesa pide a la chaqueña que levante la mira e investigue una cadena de complicidades con el
¿Qué va a pasar con el juez chaqueño Cima que le otorgó ese beneficio incomprensible? ¿Y con la jueza Ligia Duca que continuó con esta medida una vez que Cima se jubiló?
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Pero hay más interrogantes.
¿Por qué el Gobierno de Córdoba jamás se opuso a aquella medida que obligaba al Servicio Penitenciario a recibirlo en Bouwer cada tres meses?
¿Por qué la Policía de Córdoba no diagramó ningún anillo de seguridad en torno a la casa de Las Violetas cada vez que Carmona llegaba a Córdoba?
¿Se podrá agravar la acusación contra los seis guardiacárceles que debían custodiarlo (tienen que ingresar a un próximo juicio por facilitar de manera "culposa" la evasión)?
¿Qué va a pasar con la esposa de Carmona en este segundo juicio? ¿Continuará negando que sabía sobre los planes de fuga de su marido? ¿O acaso surgirán pruebas para intentar probar que lo ayudó?
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