Narcotráfico
10/05/2022 | 12:11 | En dos violentos casos aparecen asesinos a sueldo que viajaron de manera especial desde Perú y Colombia.
Redacción Cadena 3
Juan Federico
Todo ocurrió en medio de una chuleteada solidaria que se desarrollaba en el corazón de Las Violetas, en el oeste profundo de la ciudad de Córdoba.
Las invitaciones enviadas por una familia oriunda de Perú habían viajado por WhatsApp y por Messenger. El objetivo era recaudar el dinero que le exigía un abogado para defender a un hijo de ellos, detenido por narcotráfico.
Cinco tablones largos, música, comida y abundante bebida era el plan. Una modalidad usual para juntar algo de dinero cuando la necesidad en los márgenes aprieta aún más.
Pero aquella fiesta celebrada el sábado 14 de septiembre de 2019 no quedó sólo en una anécdota corriente. Pasó a formar parte de la historia criminal de Córdoba a raíz de un crimen ejecutado por un sicario que había viajado de Perú a Argentina con el encargo de cometer este asesinato.
En aquella reunión coincidieron miembros de “Los Zetas” (o “Los Zorritos”) y de “La Hermandad”, las dos bandas narcos de origen peruanas que hace tiempo se han dividido el territorio cordobés para dedicarse a la venta de droga al menudeo.
Con un largo historial de enfrentamientos a nivel local, entre ellos comenzaba a asomar una tregua. Pero aquella noche, no estaban solos.
Cerca de las 18, entre los comensales se mimetizaron “Los Gallitos”, la tercera banda que intentaba introducirse en la puja narco local. Alcides Joner Ariza Ríos (29), Tony Ánghelo Luera López (26) y un tercer sujeto ingresaron, pidieron una mesa y encargaron comida y bebida.
El jefe de “La Banda del Gallito”, Albert Joao Nery Prado Asencios (35), seguía todo a la distancia, a través del celular: le había encargado a Tony el asesinato de Elvis Rafael Chafloque (21).
Todo esto fue descubierto durante la instrucción que llevó adelante el fiscal Juan Pablo Klinger junto a un equipo de Homicidios de la Policía.
Asencios, se sostuvo en el expediente, le había ordenado a “Angelito” López que eliminara a Chafloque porque el joven había sido pareja de su actual novia. Si bien ella esperaba un hijo de Chafloque, esto no era lo que más le molestaba a Asencios: el muchacho había comenzado a trabajar para “Los Zorritos” y la idea de “La Banda del Gallito” era generar también un nivel de confusión tal con este asesinato que desencadenara una nueva guerra entre “Los Zetas” y “La Hermandad”.
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Para concretar el plan criminal, "Angelito" contó con la colaboración de una cordobesa, Malena Luna (19), a quien le pidió que fuera a la “chuleteada” para que lo marcara a Chafloque en persona, y así poder gatillar sin temor a equivocaciones.
Al caer la tarde, “Angelito” se acercó a Chafloque cuando este estaba pidiendo dos chuletas más para llevarse y desenfundó la pistola que llevaba debajo de su campera: le disparó tres veces en el pecho desde corta distancia.
Tras el crimen, los miembros de “La Banda del Gallito” escaparon en el auto en el que habían llegado, mientras una lluvia de balas cubría su retirada.
Los peritos de la Policía Judicial recogerían más de 10 vainas servidas. Las pistolas que se dispararon aquella noche fueron más de una, según comprobaron en los laboratorios.
El código de silencio con el que se toparon los investigadores fue tan brutal como aquellos disparos.
“Les tengo miedo... porque venden droga, son gente peligrosa y, cuando tienen problemas como estos, ellos te matan, no les interesa nada, esa gente es así. No sé qué pueden hacer. No les interesa matarte”, dijo un testigo, según quedó asentado en la causa.
Fue necesario armarse de paciencia. Un trabajo de campo delicado, con la máxima discreción que el miedo imprimía. Y que dio resultados.
Los sabuesos policiales lograron primero un apodo, luego un nombre y después un apellidos. Le agregaron un rastreo por redes sociales y comenzaron a entrecruzar oficios con Migraciones.
Alta Córdoba, Nuevo Progreso y Nueva Esperanza fueron los barrios que comenzaron a aparecer en el organigrama que se iba armando en la mesa de investigaciones. Asencios y Ariza Ríos quedaron anotados en la cima de esas flechas que se entrelazaban con cada vez más nombres.
"Angelito" sería identificado días después. Pero a esa altura, ya había abandonado el país.
Se detectó que tres meses antes del crimen había ingresado a la Argentina, por Mendoza, tras un largo viaje terrestre.
Aún nadie entiende cómo había logrado huir de Perú con una condena pendiente de 12 años de prisión por un violento asalto
Ariza Ríos lo había contratado por un doble servicio: lo necesitaba de chofer y sicario, ya que había sufrido una fractura que le impedía manejar en un siniestro vial que nada tuvo de accidente: había sido atropellado de manera intencional por "Los Zorritos", según le contaría después a la Policía.
El plan de fuga le sirvió a medias a "Angelito": fue atrapado por Interpol el 7 de diciembre de aquel año en su natal Chimbote.
Asencios, Ariza Ríos y la cordobesa Luna fueron condenados por el asesinato en la chuleteada. Aún se espera que "Angelito" sea extraditado.
En el mismo juicio celebrado en la Cámara 12ª del Crimen hubo otros tres miembros de “La Banda del Gallito” que habían caído por una causa por venta de droga al menudeo en los barrios de Córdoba. Los seis acordaron un juicio abreviado por la investigación narco.
En el juicio, al fiscal Mariano Antuña le llamó la atención la naturalidad con la que imputados y testigos se refirieron a la violencia narco en Córdoba. “El crimen no se encargó por celos, ya que Asencios siempre supo que su novia estaba embarazada de Chafloque, sino que se trató de una disputa de poder; la cancha se marca con sangre”, terminó por resumir en los alegatos.
Con picana
Antes y después de este crimen continuaron los ajustes de cuentas entre estas bandas. La gran mayoría de los casos nunca llegó a oídos de los investigadores, ya que el código del miedo ha sido una constante en esta guerra urbana.
Pero hubo un secuestro que sí se judicializó. Y fue entonces que otra vez asomó la sombra de un sicario en Córdoba.
El 16 de diciembre de 2020 a la noche, delincuentes "chuparon" a un hombre en plena avenida Duarte Quirós, en el cruce con calle Ocaña, a pocas cuadras del shopping. Cuando la víctima intentaba guardar su auto Peugeot 307 gris, una pistola a la altura de la cabeza le dio a entender que sus planes acababan de cambiar.
Lo encerraron en el baúl y en el mismo auto lo trasladaron durante varios kilómetros, hasta la zona Villa Retiro. Allí, lo ataron y lo torturaron con una picana, hasta que le dispararon en un tiro en cada pierna.
El objetivo, está claro, no había sido exigir ningún rescate ni matarlo, sino de dejarle un potente mensaje con el sello de la mafia.
Los policías encontraron a la víctima herida, abandonada en un callejón, sentada arriba del auto. Antes de dejarlo solo, los atacantes también habían acribillado el vehículo a balazos. Para que no quedaran dudas.
El herido, de nacionalidad peruana, jamás quiso contar mucho ante los investigadores. Pero esto no impidió que la causa avanzara: meses después, los pesquisas detuvieron a un supuesto sicario colombiano, que ya había viajado a la ciudad de Buenos Aires, para ocultarse en la villa 31. Fue identificado como Didier Sabino Hurtado Riascos, "El Morao", quien se ocultaba en la villa 31.
En la cárcel de Bouwer lo esperaba otro presunto sicario peruano, Alan Huaytaya de la Cruz, sospechado de haber actuado junto a "El Morao" en aquel secuestro.
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