Inseguridad en Córdoba
06/06/2024 | 11:55
Redacción Cadena 3
Juan Federico
Las dudas ya se habían transformado en preocupación. Cuando al caer la noche del miércoles 10 de abril pasado los familiares de Mario Antonio Albornoz (53) se acercaron hasta la pensión en la que vivía este guardia de seguridad, sobre calle Santa Rosa al 3300, de barrio Alto Alberdi, en la ciudad de Córdoba, ya empezaban a temer lo peor.
Es que no era común que Albornoz, quien trabajaba como guardia en la empresa Epec no atendiera su teléfono ni contestara los mensajes. Y mucho menos, que se ausentara de su trabajo sin avisar. Al menos desde el lunes anterior, no había manera de comunicarse.
A través de un patio interno, los familiares vieron por la ventana y advirtieron un gran desorden en la pieza de él. Se trata de una vivienda que funciona como pensión, donde las habitaciones eran alquiladas de manera temporal. Algunos, como Albornoz, hacía tiempo que permanecían allí, pero otros eran ocasionales huéspedes.
La familia del guardia llamó a la Policía, que tuvo que recurrir a un grupo especial de Bomberos para lograr forzar la puerta de ingreso. A simple vista, los uniformados vieron un almohadón manchado con sangre. Pero el horror se escondía en el freezer: adentro, tapado con una manta, estaba el cadáver de Albornoz.
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La autopsia determinaría luego de que había sido asesinado a martillazos en la cabeza casi 48 horas antes.
El fiscal Guillermo González y los detectives de la división Homicidios de la Policía de Córdoba esa misma noche comenzaron a relevar el círculo más próximo de Albornoz: la propia pensión. Sucede que el asesino se había llevado algunos objetos de valor, como el celular, una notebook y la billetera del guardia, además de no haber forzado ninguna abertura para poder entrar en la habitación de él.
La teoría de los investigadores se concentró en alguien conocido, que logró que él le abriera y una vez adentro aprovechó para matarlo y robarle. Y que colocó el cuerpo en el freezer para lograr ganar algo de tiempo: escapar antes de que todo se descubriera.
Ese mismo miércoles a la noche, los vecinos de la pensión alertaron que otros habitantes de la pensión ya se habían marchado entre el lunes y ese día. Sus nombres se colocaron con letras bien grandes en el organigrama que comenzaban a elaborar los pesquisas.
Y fue entonces que uno de esos nombres, el de Fabián Ricardo Páez (39), quedó resaltado por sobre el resto. Los policías se armaron de paciencia. Un testigo dijo haber visto cómo en la mañana del martes Páez juntaba todo en una camioneta y se iba de allí, sin despedirse de nadie.
Con sigilo, comenzaron a seguirlo y a escuchar sus conversaciones telefónicas. Las sábanas de las antenas de su celular lo ubicaban adentro de la pensión en el momento en el que se produjo el crimen. Claro que esto chocaba con una coartada sólida: él esa noche aún vivía en la misma casa que la víctima.
Páez jamás se mostró nervioso, sino todo lo contrario. Hablaba con sus padres y les prometía enviarles dinero. El hombre, que no tenía un trabajo firme, aparecía con más billetes de lo habitual. "Si bien no era una cifra exorbitante, era más de lo que solía manejar", graficó un informante.
La tarjeta de débito de Albornoz continuó siendo utilizada después de su muerte. Pero no aparecían imágenes de las cámaras bancarias focalizando a quién las estaba manipulando. Si bien la víctima tenía unos pelos entre sus manos, el cotejo de ADN no logró encontrar alguna partícula genética identificable entre aquellos rastros.
La causa se concentró, entonces, en trazar la ruta de los otros objetos robados: el celular y la notebook. Y en ambos casos, los compradores identificaron a Páez como el presunto vendedor.
Ya con todos estos elementos reunidos, más otros que aún se mantienen en reserva, los detectives de Homicidios y el fiscal González se reunieron y resolvieron su detención. Está acusado, por ahora, de homicidio y robo. No se descarta que la carátula pueda agravarse a "homicidio en ocasión de robo".
Fue localizado y capturado en su nuevo domicilio sobre calle San José de Calasanz, a unas 40 cuadras de la pensión donde se produjo el crimen.
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