Para permanecer prófugo por un crimen, se convirtió en un "fuera del sistema"

Un investigador que trabaja con el corazón no se desentiende nunca. Jamás se olvida de un caso pendiente. El sabueso de raza sabe que tiene una deuda pendiente, una espina clavada que no lo deja en paz. Cuando está de franco, en familia o haciendo alguna actividad física, ese zumbido le vuelve una y otra vez a la cabeza. Le busca la vuelta. ¿Dónde está?

Para M.A.O. (40) la libertad se extendió casi cuatro años más de lo que los investigadores de Homicidios hubieran deseado. El hombre, acusado de haber participado de un homicidio en el marco de una larga pelea vecinal en plena pandemia, fue atrapado 1.311 días después. Escrito de otra forma: tres años, siete meses y un día.

"Se había transformado en un fuera del sistema total: no usaba tarjetas, cambiaba de manera permanente de chip, nunca dormía dos veces seguidas en el mismo lugar; no cobraba planes ni mucho menos aparecía a votar", resumió un viejo investigador.

Durante unos meses, en plena vacunación masiva por el Covid 19, hubo expectativas de que se presentara en algún centro. Pero tampoco lograron divisarlo. Un fantasma que casi cuatro años después se corporizó.

A M.A.O. lo buscaban por el crimen de Gisel Anabel Carrizo, una joven de 30 años que fue asesinada a puñaladas el 30 de agosto de 2020, en plena pandemia por el coronavirus. 

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La descripción del homicidio terminó por configurar un expediente del absurdo. Aquella tarde, un grupo de niños que jugaba al fútbol en una calle de barrio Villa Boedo, en la periferia de la ciudad de Córdoba donde las restricciones pesaban menos, comenzó a pelear. Fue entonces, que la madre de uno de ellos se asomó y comenzó a retar a otro de los chicos.

Al observar lo que ocurría, apareció la mamá del que era retado, e increpó a la otra mujer. 

La disputa de los pequeños trocó en una pelea de mayores. A las mujeres se les fueron sumando más familiares. 

La locura fue total: apareció al menos un arma de fuego y varios cuchillos. Carrizo terminó apuñalada varias veces y murió camino al hospital. Otros dos hombres, de 67 y 26 años, salvaron sus vidas de manera providencial pese a haber sido baleados. 

Una adolescente de 17 años fue acusada del homicidio. Un jovencito de 19, de haber disparado con el arma de fuego. Y M.A.O., también acusado como partícipe del crimen, se convirtió en un verdadero fantasma. 

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Durante meses, los policías rastrearon ese sector de Villa Boedo, pero había desaparecido. La presión inicial para atraparlo pareció ir desinflándose con el paso del tiempo. Aunque los detectives de Homicidios nunca se olvidaron de él.

De manera periódica volvían camuflados a la zona para seguir los movimientos de su familia. Cumpleaños o celebraciones como el Día de la Madre y Navidad siempre son fechas que se subrayan con resaltador en el mapa de la investigación. Se puede huir de la Justicia, pero no del corazón, es la máxima que se sostiene entre los pesquisas. Pero M.A.O. no cayó en ninguna de estas redadas durante casi cuatro años. 

Los policías sabían que contaban con otra desventaja: en esa zona de la ciudad, es muy complicado para los policías de civil pasar inadvertidos. Tenían la sensación de que siempre alguien le avisaba a tiempo a Oliva sobre que había desconocidos rondando por el sector.

Hasta que a finales de marzo último, ingresó un dato que se festejó tanto en la división Homicidios de la Policía como en la fiscalía de Distrito 2 Turno 5 que lidera la fiscal María Florencia Espósito. M.A.O. había vuelto a aparecer y se preparaba para asistir a una celebración familiar por un esperado cumpleaños.

Se tomaron los recaudos del caso: si en Villa Boedo le avisaban cada vez que los policías de civil aparecían, iba a ser mejor esperar a que saliera de allí e intentar atraparlo en otro punto de la ciudad. 

Y así fue. A comienzos de este mes, los sabuesos aguardaron en las inmediaciones y lo vieron dirigirse en auto en dirección al Centro de la ciudad. Cuando estacionó en una cochera para dirigirse a un local comercial, los policías no le dieron tiempo a nada.

Y, al fin, los investigadores pudieron callar ese zumbido molesto que los persiguió durante casi cuatro años.