Copa América
19/06/2021 | 13:43 | La Selección ganó después de tres empates y de pronto parece que la mirada del ambiente es otra. Hay factores para destacar de este ciclo y algunos para corregir, pero no sirve guiarse sólo por el resultado.
Diego Borinsky
Prendo la tele a la mañana, sintonizo en una de las señales deportivas y lo primero que escucho es: “La Selección de Scaloni lleva 15 partidos invicta, no pierde desde la semifinal con Brasil de la Copa América pasada, van casi dos años”. Hablaban de la misma selección que hasta hace menos de 24 horas “no le ganaba a nadie”. La misma que no podía sostener los triunfos parciales y empataba con todos sus rivales. La Scaloneta Deportivo Empate. Sí, la misma. Este dato del invicto de casi dos años no lo había escuchado nunca en estos meses. Saltó a escena recién ahora. Después de un triunfo.
La sociedad es básicamente exitista por naturaleza. Se enamora del triunfo. Importa más el fin que los medios. Es una generalización, por supuesto, no les cabe a todos. Sí a la gran mayoría. Al menos eso percibo desde hace varios años al consumir el material de diferentes programas y portales deportivos, un vicio que tenemos unos cuantos de los que trabajamos en esto. El periodismo ha potenciado ese mensaje, lamentablemente. Por eso cada vez se manifiesta de modo más repetido y salvaje. Cuando el equipo gana, la mirada cambia. Todo se ve de otro modo. El cielo es celeste, no hay una nube y brilla el sol, para elegir una metáfora básica.
Si el equipo gana, los analistas de turno buscarán las facetas positivas para explicar el triunfo. Sin histerias, con una sonrisa, y sin pasar facturas ni exigir renuncias. Se ganó y acomodamos los argumentos. El resto lo vamos viendo. Si el equipo pierde, o empata seguido, como pasó hasta ayer con la selección de Scaloni, se intentarán encontrar los factores que lo impiden, pero poniendo, sobre todo al DT, en un lugar de pobre inútil.
En los análisis nunca hay que olvidar el azar ni el factor suerte. Ayer, por ejemplo, Uruguay se perdió un gol increíble en el segundo tiempo tras un centro desde la izquierda que pasó por las narices de Cavani y la espalda de Suárez sin que pudieran empujarla. ¿Ese gol no concretado por una falencia de dos tremendos goleadores que no suelen fallar hubiera cambiado el análisis de la mayoría? Sí, no tengo dudas. ¿Hubiera cambiado lo que mostró la selección en el partido? No.
Argentina contra Uruguay tuvo 25 minutos muy buenos en el primer tiempo, como los hemos visto durante un lapso mayor ante Colombia y en ambos cruces con Chile. Combinaciones de primera, buena y rápida circulación de pelota, ataques verticales, Messi como un eslabón importantísimo del engranaje pero no como la esencia del funcionamiento y el destinatario de todos los intentos, y unas cuantas situaciones de gol creadas. Pero promediando el primer tiempo se tiró demasiado atrás. Y lo hizo demasiado rápido. Se plantó con sus delanteros detrás de mitad de cancha y abusó del pelotazo. Se preocupó, más que nada, en que se consumiera el tiempo lo más rápido posible. Recién en el último cuarto de hora de partido, volvió a generar peligro. Tuvo algo de lógica también: había que cortar con el maleficio de los empates. Tanto Messi como Scaloni venían reclamando un triunfo que les diera tranquilidad y les destrabara un poco la cabeza.
En líneas generales, las tres actuaciones anteriores (Chile, Colombia, Chile) me parecieron mejores que la plasmada ante Uruguay. Se generaron más situaciones de gol y no se tiraron tantos pelotazos. Pero, claro, los tres partidos anteriores terminaron en empate y contra Uruguay se ganó. Y los tres empates anteriores se dieron por fallas muy puntuales que el rival aprovechó, como no pudo hacerlo la dupla Cavani-Suárez en esa acción del segundo tiempo.
Sí hay que resaltar que ayer Argentina se defendió mejor. Seguramente se debió a una suma de causas, difícil explicar todo por un solo motivo: la selección tuvo un 5 clásico que distribuyó y se metió entre los centrales cuando hizo falta, incluso para abortar una situación de serie riesgo en el segundo tiempo (Guido Rodríguez), y además lo hizo en un altísimo nivel; Cuti Romero en muy poquito tiempo ha demostrado que está para ser un central confiable durante muchos años en la selección y Otamendi se contagió de esa seguridad del defensor que la rompió en el Atalanta la última temporada. Y también Argentina defendió mejor porque juntó sus líneas y se agrupó detrás de mitad de cancha, achicando los espacios.
A Scaloni hay muchos que aún no le perdonan haber llegado al banco de la selección sin ni siquiera haber tenido una experiencia en un club. No es su culpa. No olvidemos las circunstancias en que arribó. Chiqui Tapia se quiso sacar a Sampaoli de encima después del Mundial de Rusia mandándole a dirigir un Sub 23 a L’Alcudia, ante su negativa terminó poniendo a Scaloni porque estaba en el staff y salió campeón. Luego, el presidente de la AFA no quiso buscar a los dos mejores entrenadores argentinos del momento porque sabía que le iban a decir que no (Simeone y Gallardo) y porque también sabía que Scaloni le saldría más barato. Fue testeado en amistosos, renovó el plantel, Messi se sintió cómodo, se dieron buenos resultados, se esbozó una idea de juego y el DT pasó de interino a confirmado.
Aunque no haya dirigido a ningún equipo, Scaloni tiene muchos años de fútbol europeo y un paso (no muy trascendente) por la selección. Y, sobre todo, como se ve en muchas imágenes de los partidos cuando enfocan al banco, tiene por detrás, respaldándolo, a tres tipos con historias muy grosas en la selección: Roberto Fabián Ayala, Walter Samuel y Pablo Aimar. Y en el caso de Aimar, además, ya se le comenzaron a ver dotes más que interesantes como entrenador en los conjuntos juveniles que nos representan. Cada vez que me hablan del entrenador de la selección, yo no veo solo a Scaloni, sino a Scaloni + Aimar + Ayala + Samuel. Veo a un cuerpo técnico con muchas vivencias de selección y fútbol europeo. Tipos con concepto (al menos según se trasluce en las entrevistas que dan), respetuosos y al mismo tiempo respetados por los futbolistas. Se advierte eso. Y me parece muy importante.
Hay que olvidarse de cómo llegó Scaloni. Punto, ya fue. No podemos vivir rebobinando la cinta. El tipo está ahí. No puntualicemos más en cómo llegó sino en qué está haciendo. Y la verdad es que Scaloni tuvo la determinación suficiente para realizar una renovación profunda, reclamada por la gente. Desde la transición Basile-Passarella de 1994 no veo un cambio de plantel tan rotundo y numeroso como el que se dio en estos años. Scaloni probó con muchísimos nombres en los amistosos y en la Copa América 2019, pero poco a poco fue definiendo un grupo.
Si pasamos en limpio, a este cuerpo técnico hay que computarle a su favor los ingresos del Dibu Emiliano Martínez (impactante presencia en el área atenazando la pelota sin dar rebotes, aun cuando lo chocan en el aire), del Cuti Cristian Romero, de pronto imprescindible en la defensa y decisivo en el área de enfrente. Son dos nombres que no reclamaba la gente ni el periodismo en líneas generales. A Nico González no lo tenía prácticamente nadie y no deja de sorprendernos con cada actuación, ya sea como lateral, volante o extremo. Llega con mucha facilidad al área. Y tiene gol. Paredes, De Paul y Lo Celso, futbolistas casi sin pasado en la selección, sumaron rodaje y presencia en su ciclo. Lautaro Martínez, hoy cruzado con el arco (en cuanto meta una vuelve a ser el de siempre) era un nombre medio cantado. No así los de Nahuel Molina y Guido Rodríguez.
Para el final, un párrafo aparte para Messi. Se lo nota a gusto y contento con este nuevo grupo. No tiene a sus grandes amigos al lado como en otras épocas (sólo quedan el Kun y Di María, con escasos minutos en cancha, por ahora), pero sí a una generación de jóvenes adultos, futbolistas que promedian los 25 o 26 años que lo admiran pero no lo reverencian. Al menos eso comienza a verse en el campo. La foto que Leo se sacó y posteó con 6 de sus compañeros en el baño de inmersión tras el 1-0 con Uruguay es un síntoma de que se siente bien en la intimidad de este plantel. Y eso es importante, porque sus condiciones de genio no la vamos a descubrir ahora, pero el bienestar y sentirte a gusto te aporta un plus. Sí podemos ver un compromiso verdadero con la causa: se notó en los últimos minutos del partido de ayer, cuando se llevó la pelota a los costados para ganar tiempo. No quería que le empaten otra vez. Y dejó todo. Hasta un par de imágenes inéditas: la de él tirado en el piso por varios segundos sin querer levantarse, para recuperar aire. Y también la de Joaquín Correa ayudándolo a elongar en el medio del campo de juego.
Messi cumplirá 34 años el próximo jueves. Sigue jugando como si tuviera 20. Y está clarísimo: se muere por ganar algo con la selección mayor. Este exitismo explicito, en este caso propiciado por un animal competitivo que se cansó de vivir frustraciones con los colores de su amado país, sí me parece absolutamente razonable y lógico. Se lo damos por válido.
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