Nuevo gobierno
24/02/2020 | 09:09 | El artículo IV del Fondo era propagandizado por el kirchnerismo como una entrega de la soberanía. El respaldo de Estados Unidos se presenta como un intento por frenar a China.
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Fue un buen fin de semana para quienes ruegan que Argentina tenga una reestructuración pactada de su deuda y no una cesación de pagos abierta, un default total como el de 2001.
El ministro Martín Guzmán se reunió en Arabia Saudita con el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin, que tuvo gestos de respaldo, en la línea de lo que ya Trump le había dicho al embajador Jorge Argüello, “cuenten conmigo”:
Y Guzmán continuó su idilio con la jefa del FMI, Kristalina Georgieva. Ahora el kirchnerismo descubrió que el FMI es “bueno”.
Cómo será que Guzmán logró este fin de semana blanquear que el FMI seguirá fiscalizando las políticas y las cuentas públicas argentinas bajo el llamado artículo 4 sin que los cristinistas más radicalizados digan ni mu.
Ese artículo era propagandizado, en el relato kirchnerista, como una entrega de la soberanía. Lo presentaban como la forma en que el FMI “controlaba” a los países y les imponía sus diabólicos planes de ajuste. Ahora parece que no es así.
Para las inminentes relaciones carnales con EE.UU. también se buscan justificaciones. El kirchnerismo atribuye la buena voluntad en la necesidad que tendría el país de Trump de frenar la influencia china en América Latina, o en que visualiza en Fernández un dique de contención para una Cristina Fernández radicalizada. Pero esos dos mismos argumentos podrían haberse usado para justificar los respaldos que recibió Macri. En cambio, de Macri decían otra cosa: a él Estados Unidos lo respaldaba porque le volvía a entregar el negocio de la deuda externa a Wall Street.
La cuestión es que el FMI y Estados Unidos pasaron, en un solo finde, de ser los diablos que bancaban la campaña electoral de Macri a ser dos corderitos mimosos.
El gobierno está exultante. ¿Por qué? Bueno, porque cree que el FMI, aunque no puede aceptar una quita, le va a renovar vencimientos de capital y le va a prolongar en el tiempo pagos de intereses. Y cree que con el respaldo del FMI, de Estados Unidos y Europa, los bonistas van a aceptar una quita importante de la deuda, baja de intereses y, también, una postergación de pagos de intereses, todo porque la deuda es “insustentable”, algo en lo que coincide el FMI.
Para Alberto Fernández es clave. ¿Por qué? Porque eso le permitiría reducir, eludir y postergar el ajuste de las cuentas públicas. Cuanto más consiga, menos austeridad tendrá que lograr. Es más, se ilusiona el gobierno con no tener que pagar prácticamente nada hasta 2023. Es decir, poder patearle todo al próximo gobierno. Que es la gran ambición de todos los gobiernos argentinos. Patearle los problemas a otros y dejarlos sin resolver.
La madre de todos esos problemas en Argentina es, obviamente, el déficit fiscal, que en definitiva es el que origina todas las crisis: la inflación, la recesión, el default.
Un informe de Idesa conocido ayer lo exhibe con toda crudeza. De los últimos 60 años, en 54 la Nación y las provincias tuvieron déficit fiscal. Y los únicos 6 en que no tuvieron déficit, de 2003 a 2008, fue porque la crisis de 2001 había licuado el gasto, los impuestos fueron elevados, la soja estaba por las nubes y el Estado no pagaba su deuda.
Acumulados, estos saldos rojos que año tras año tuvo el Estado equivalen a más dos veces el PIB argentino, dice Idesa, para darnos una idea. O sea: el Estado se comió dos países además de los impuestos que cobró y a las deudas (internas y externas, en pesos en dólares, anotadas y no anotadas, como la previsional) que dejó sin pagar.
Por eso la administración Fernández está exultante. Confía en que va a recibir un nuevo cheque en blanco para dos cosas: no tener que pagar a los acreedores casi nada hasta el fin de su mandato y, además, flexibilidad en la revisión del FMI para emitir pesos y seguir gastando, como ya hizo en enero. Vamos a ver si termina siendo así.
Por lo pronto, el FMI y Estados Unidos ya son dos ositos de peluche que trabajan para bancar al gobierno kirchnerista. O sea, lo mismo que les cuestionaban que hacían con Macri. Pero, claro, esta vez el relato K no lo van a decir así.