Industria del deporte
08/10/2020 | 14:21 | Como la soja, que se exporta gracias al humus y pese a los impuestos absurdos y los pésimos gobiernos, el fútbol argentino llega a Europa por puro talento. Y contra todo lo demás.
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El diario The New York Times publicó hoy un informe sobre la presencia decreciente de jugadores argentinos en el fútbol europeo. “Una profunda pileta de talento futbolístico se está secando”, dice uno de los diarios más prestigiosos del mundo.
El informe comienza con la historia de Ángel Di María, exportado a Canadá a los 19, y detrás de él cita una larguísima lista de estrellas exportadas hasta 2005: desde Cambiasso hasta Aimar, pasando obviamente por Messi.
Y luego muestra con muchas cifras el declive de la exportación de jugadores argentinos, sobre todo en relación a Brasil.
Por ejemplo, en 2011 había 91 argentinos en las tres principales ligas europeas. Hoy son 68. Cada año se redujeron sin parar. Según el observatorio futbolístico Cies, hasta 2014 Argentina le daba pelea a Brasil en la cantidad de jugadores exportados, pese a la diferencia de tamaño. Pero hoy Brasil le saca ventaja en todos lados e incluso casi la emparda en España, donde el idioma siempre ayudó a que hubiera muchos más argentinos.
¿Por qué Argentina deja de exportar, pese a las continuas devaluaciones del peso que, se supone, debería permitir comprar jugadores argentinos por monedas y llevárselos? ¿Pasa lo mismo que con el resto de la economía argentina, que tampoco puede conseguir dólares? Uno está tentado a pensar que sí.
El informe sugiere algunas causas básicas: desorganización, falta de exportadores, falta de inversión y cada vez más países competidores. Por ejemplo, los clubes brasileños tienen una larga tradición en seducir a los reclutadores internacionales, mientras los argentinos a veces ni responden los mails. Otro problema: en comparación a otras ligas, la argentina tiene demasiados equipos con mucha diferencia de nivel, y eso dificulta identificar a un crack, porque compite demasiado tiempo con jugadores inferiores a él.
Otra causa es la desinversión: los equipos viven para el corto plazo. Los presupuestos para desarrollar inferiores se cortan por la sequía de recursos, que van a buscar resultados en el campeonato del día. Sin inversión, no hay exportadores.
Finalmente: los demás también juegan. Mientras Argentina vive de la nostalgia de su vieja mística de potrero, los demás avanzan. Por ejemplo, hoy Nigeria exporta más jugadores que Holanda. Y Ghana más que Bélgica. Y desde hace años los equipos europeos con menos recursos acuden cada vez menos a mercados sobrevaluados por historia como Argentina y miran a Chile, Paraguay o Colombia. Es como con la carne. Repetimos que “tenemos la mejor carne del mundo”, pero Brasil nos primereó hace mucho y hoy competimos con países que hace 40 años no sabían lo que era un novillo.
Es una forma interesante de ver, en el fútbol, un problema mucho mayor, que sólo nos permite exportar -y eso por ahora- cosas que nos ha regalado la naturaleza, física o social, más que cosas que seamos capaces de producir con esfuerzo, inversión y buenas leyes. Es lo que pasa con la soja, que se produce y se vende al mundo sólo gracias al extraordinario humus de la Pampa y a pesar de los impuestos absurdos y de los gobiernos desastrosos. En el fútbol también parece suceder algo parecido: se colocan jugadores sólo por la cantidad de talento que producen tardes enteras de juego callejero. Podemos seguir así, hasta que las piletas llenas de humus o de talento se sequen, como dice The New York Times.