Ambiente
26/02/2020 | 14:33 | En Córdoba hay casi un cuarto menos de tractores que hace 16 años. Pero la cosecha se duplicó, se cuidó más la tierra y se quemó menos gasoil. Y es gracias al combo glifosato-transgénicos.
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Hay noticias que parecen malas, pero en realidad son un éxito. Este es uno de esos casos. Según el último censo agropecuario en Córdoba hay casi un cuarto de tractores menos que hace 16 años. ¿Es un fracaso? No necesariamente.
Porque, pese a que hay muchos menos tractores, se cultivó un 13% más de hectáreas y la cosecha se duplicó.
¿Cómo fue posible? Bueno, fue gracias a la siembra directa, una técnica revolucionaria, cuyos beneficios los que vivimos en las ciudades no siempre valoramos. Básicamente, antes sólo se podía sembrar si previamente se araba. Y arar implicaba dar vuelta la tierra en surcos de hasta 30 centímetros de profundidad. Cada año, había que dar vuelta un cuarto o más de la superficie total de Córdoba. Recién después de eso se podía sembrar.
Cuando apareció la siembra directa, no hubo que arar más.
Las ventajas son enormes. Imagínense. Primero, el ahorro de gasoil. El productor no sólo tuvo que dar una vuelta menos de tractor, sino que esa era la vuelta más pesada, la debía invertir la tierra.
Segundo, se necesitan menos tractores, que es lo que muestra censo. Un gran ahorro de capital.
Tercero, y más importante, se eliminó la principal causa de erosión. La tierra arada es mucho más frágil ante el viento y el agua que la que no se ara. Es un enorme ahorro de tierra.
Ahora bien, ¿por qué se pudo adoptar la siembra directa? Por la aparición del glifosato y las semillas transgénicas, que permitieron controlar las malezas sin labrar la tierra.
Así que en los últimos 16 años hemos ahorrado cantidades gigantes de gasoil, tractores y tierra gracias a la combinación de siembra directa, transgénicos y agroquímicos como el glifosato.
Dicho sea de paso, en enero, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos terminó una nueva revisión de cientos de estudios científicos internacionales y concluyó en que el glifosato no es riesgoso para la salud si se lo usa según la etiqueta y que no es carcinógeno.
Así que, al final, resultó que el gran cuco de los ambientalistas hizo un montón por la tierra.