#Cadena3Mundial
16/07/2018 | 13:50 |
Rusia vivió un aluvión argentino y latinoamericano en una Copa del Mundo que contó con mucho color, pero también con papelones y deportados.
Raúl Monti
No es novedad. Los europeos aún nutren sus pizarras y libros de texto futboleros con la impronta y el talento innato del futbolista sudamericano, pasando así de la teoría a la práctica. Tampoco lo es que se entonen en las gradas orientales el beso a beso japonés o se escuchen entre los ultras de las capitales europeas, las estrofas más pegadizas del cancionero popular latino.
Lo que no deja de sorprender es que “ellos”, los habitantes de modernas ciudades, los productores del mejor IDH (Índice de Desarrollo Humano) y de PBI superavitarios, sean rebasados abiertamente en número y fervor por “nosotros”, el pobrerío tercermundista que se gasta lo que no tiene para seguir una ilusión mundialista.
Tampoco es novedad que en el subdesarrollo de las economías emergentes conviven en un mismo territorio, porciones mínimas que la juntan en pala con una abrumadora mayoría que la va de mochilero. Los primeros no titubean en llevar esposas, novias, hijos y sobrinos con hoteles, aviones y frugales cenas con entradas pagas para todos y todas. Los otros viajan a la de Dios en una emocionante combinación de baños compartidos de hostel, trenes que se parecen a saunas con riel, hamburguesas a granel y ollas comunitarias de fideos. Habitantes del colorido Fan Fest, punto de reunión de una pasión tan imparable como impagable para muchos que desafían la lógica de sus golpeadas economías personales hasta ponerse en la mira de los sabuesos fiscales.
Por miles, los argentinos, colombianos, peruanos y mexicanos coparon las calles de Moscú a puro cántico y banderazo para admiración de los europeos que fueron escandalosa minoría en los estadios.
Puede que el latino por definición sea una especie de descocado de sangre caliente que vive cada momento como si fuera el último. Y hasta resultan atendibles ciertos comportamientos porque viajar por el mundo, aunque más no sea en plan mochilero, se parece mucho a la celebración de la vida.
Lo que no resulta gracioso es que pasan los años y seguimos sin evolucionar como público. Como ocurrió en Brasil 2014, una pequeña porción del público argentino dio la nota negativa con comportamientos sexistas y groseros, patoteadas tribuneras y deportados que nos hicieron encabezar el ranking de países con más expulsados.
Más de cuarenta hinchas con el FAN ID bloqueado por protagonizar actos de violencia creyendo equivocadamente que aquí gozarían de la misma impunidad con que se mueven en la Superliga.
En eso seguimos estancados como nuestros estadios y sus obsoletas infraestructuras, como nuestros sistemas de seguridad y la consiguiente laxitud con que aplicamos nuestras leyes.
Rusia 2018 dejó en claro que cuando hay voluntad política e inversión adecuada en seguridad es totalmente posible corregir uno de nuestros males más arraigados.
Al menos para eso vinieron a colaborar y aprender algunos funcionarios argentinos que por ahora están bastante lejos de proporcionarnos los alcances del pomposo, pero nunca practicado programa “Tribuna Segura”.