Hasta siempre, maestro
13/08/2020 | 20:27 |
Matías Arrieta
Audios
Cachafaz: el recuerdo de Matías Arrieta al "Turco" Wehbe
- “¿Falta mucho, chiquito?”
El adjetivo calificativo podría encajar perfectamente en una pregunta dirigida hacia este servidor, pero la frase siempre estaba destinada a Néstor Núñez, compañero operador técnico en Cadena 3 Argentina.
Sus casi dos metros de altura le valieron tan contradictorio apodo al hombre encargado de armar y desarmar los equipos de transmisión en las cabinas y pupitres de los estadios de Santa Fe, Rosario, Rafaela y Paraná. El emisor del mensaje (que esperaba un “no” como respuesta y casi nunca lo encontraba) era Osvaldo Wehbe.
Para los que llegamos a conocerlo un poquito, sabemos que esa desmesurada ansiedad por irse de la cancha era directamente proporcional a sus ganas de estar con su familia. Le gustaba su casa tanto o más que un gol de San Lorenzo.
Aclaro que no pretendo arrogarme una amistad con él. Nada más lejos de eso. No fuimos amigos. Sí muy buenos compañeros de trabajo. ¿Les parece poco? ¡Fui compañero de laburo del Turco Wehbe! La definición es un fiel reflejo de nuestra relación. Nunca me hizo sentir su trayectoria. Jamás me tiró la chapa.
Tampoco les voy a mentir: el tipo era un poco quejoso. Cuando no era la ubicación de la cabina, era la temperatura del café. Cuando no era la tardanza de algún empleado de prensa encargado de traer una botella de agua, era alguno que fumaba cerca. Pero ese pintoresco gruñón encendía el micrófono y se transformaba en uno de los más generosos periodistas que conocí. Si supiera el cagazo que tenía la primera vez que compartí una transmisión con él.
“Me voy a trabar cuando hable”, “me va a preguntar algo y no voy a saber”… Tenía más fantasmas que un equipo que pelea el descenso. Como si fuera poco, no paraba de desfilar gente por la cabina. Desde el más afamado periodista, hasta el más humilde reportero de un medio partidario. Todos pasaban a saludarlo o a preguntarle por su perro, ese que se refugiaba debajo de la cama de Osvaldo y no salía hasta que volviera de algún estadio.
Arrancó el partido y empezó a actuar. Porque lo que hacía el Tío (como solíamos decirle en el grupo de WhatsApp de la radio) no era relatar. Por más polémico que suene, el Turco no era relator. El Turco era un actor de la puta madre. No iba ni media hora de partido y ya había inventado diálogos entre los futbolistas, había metido a una suegra en algún remate desviado y hasta habías imitado a un par de personajes de Súper Hijitus.
En esas circunstancias, ya un poco más cómodo, tiré un comentario chistoso buscando su aprobación. No recuerdo puntualmente cuál fue, pero sí su reacción. Se rió, me miró, me regaló una inolvidable sonrisa y lanzó al aire una frase: “¡Qué cachafaz!”
Quedé en shock. Me sacó de eje. No sabía qué carajo pasaba… “Cachafaz” era la forma en la que me llamaba mi papá cuando era un purrete que se tiraba al piso e improvisaba partidos de fútbol con muñequitos, mientras escuchaba la radio. Treinta años después, alguien me volvía a llamar así. ¡Y era Osvaldo Wehbe!
De ahí en adelante, cada “cachafaz” que me dijo, lo sentí como un “Muy bien 10 felicitado”, de esos que te ponen en el cuaderno de la primaria cuando hacés bien los deberes o que buscan darte aliento. Por lo que haya sido, por tantos “cachafaces”, muchas gracias Maestro.
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