Mundo Boca
25/10/2019 | 10:58 | La actitud del DT de Boca evocó a la célebre conferencia de prensa en la que "El Loco" plantó bandera en la Selección.
Con independencia de las reuniones habidas y por haber y de una eventual refundación del vínculo con sus jugadores, consta una verdad más clara que el agua clara: a Gustavo Alfaro lo han debilitado más sus llamativas declaraciones que la misma eliminación de la Copa Libertadores.
No es la primera vez que en Alfaro se opera una mezcla de falta de tacto y sinceridad mal orientada, pero por razones que huelga explicar fue el episodio del martes a última hora el que ha cobrado mayor notoriedad.
Director técnico respetable si los hay, en todo caso ni tan fantástico como presumen sus admiraciones ni tan desdeñable como afirman sus detractores, hablamos de un genuino animal futbolero que además reúne una formación cultural de las que superan, si se permite el juego de palabras, la media del medio.
Sin embargo, por alguna insondable razón en ese mismo hombre pulsa una llamativa tendencia a meterse en terrenos incluso más cenagosos que los que se originan en las complejidades del juego.
¿Qué sentido tenía declarar en clave de despedida?
¿Qué sentido tenía declarar desde el lugar de la víctima?
En el universo de Boca el horno no estaba para bollos, para nadie, incluso para el propio Alfaro, desde luego, pero acaso era el momento de asumir el traspié, valorar el esfuerzo colectivo, poner puntos suspensivos y dejar que las aguas fluyeran.
Acaso debía eludir, Alfaro, la mera disyunción éxito/fracaso, por más que por más de una razón, de presupuesto, de expectativa y de la vara de la Libertadores de 2018, ya era evidente que no había terminado de dar la talla.
Pero se ve que prevalecieron su propio desencanto y el impulso de huir hacia adelante.
Salvadas las debidas distancias, apenas como una referencia, la actitud de Alfaro evocó a la célebre conferencia de prensa en la que Marcelo Bielsa plantó bandera en la Selección por registrar que ya no disponía de energía.
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Bielsa lo hizo en un momento de ascenso y Alfaro lo esbozó al rato de quedar afuera de la final de la Libertadores, admitido, pero a un gol de diferencia, después de vencer a River y con Boca puntero en la Superliga.
Es posible, pues, que amén de los errores que pudo haber cometido o de las limitaciones que pudo haber expresado, al entrenador lo hubiera fagocitado un contexto, el del Boca a la cola de River en el plano internacional, de escasa o nula tolerancia a la frustración.
Y ahora tal parece que es demasiado tarde para lágrimas, que el barrilete de desánimo remontado por Alfaro ha subido tan alto que difícilmente tenga vuelta atrás.