Hasta siempre, maestro
13/08/2020 | 21:10 |
Alberto Roselli
Se murió el Turco Wehbe.
Después de 17 días de estar internado a causa de un ACV consecuencia de una peor noticia, se murió el Turco.
Y el Turco es de esos tipos que merecen ser recordados. Tanto en el ambiente periodístico, como en el específico del fútbol, donde llegó a ser titular indiscutible no sin esfuerzo ni renuncias.
Lo único que necesitaba era un micrófono y que sonara el silbato.
Sabemos los nombres de próceres del relato y de comentaristas que llegaron a respetar con pleitesía de saber que enfrente estaba un grande.
Pero sabemos menos de relatores y comentaristas de tierra adentro que quizás nunca serán figuras nacionales ni internacionales que recibieron de él el más profundo respeto, respetando no sólo a las personas sino también los roles y los tiempos.
Casi como jugaba, cuando era ese cinco raspador, el Turco siempre venía de atrás.
Y eso solo, sólo eso, lo hace merecedor de un recuerdo.
Porque para él el deporte estaba protagonizado por personas, y porque elegía respetarlas antes que a la estructura y a las mafias.
Porque, como dice quien fuera muchas veces su partenaire Jorge Parodi, tenía conectado el corazón a la garganta y su pasión terminaba en un grito, nunca ofensivo, sino de fiesta.
Porque nunca se creyó más importante que el fútbol, sino que ante el deporte más hermoso y más completo del mundo no dudaba en ponerse detrás.
Porque nunca, en los años que llevo escuchándolo, necesitó exigir una metáfora que lo haga más protagonista que la escena que narraba.
Porque siempre, siempre, trató a los entrevistados de "usted". Como trataba al deporte que amaba.
Porque supo reconocer con su inteligencia y a pesar de sus defectos, que la vida le había dado más de lo que soñó, aunque dudo que haya aspirado a algo más que a ser feliz en su amado Río Cuarto, con sus mujeres del camino, esposa e hijas y con la cantidad impresionante de amigos.
Creo que no le faltó nada de lo que deseó: ambiente, familia y hasta San Lorenzo campeón de la Libertadores.
Pero siempre de atrás, no por especulador, sino por respetuoso de los demás.
Él sabía que era un grande, pero que eso era consecuencia de un esfuerzo puesto al servicio de la pasión. Por lo tanto era un regalo. Ser grande era una consecuencia de poder hacer cada vez mejor lo que le apasionaba.
Porque siempre agradecía. Siempre.
Y porque decía lo que pensaba. No como capricho, sino porque pensaba.
El Turco pensaba.
Evitaba formar parte de la fauna mediática que intentaba hacer de temas deportivos, forzadas e inexistentes cuestiones de Estado.
Su respeto lo mantuvo alerta para no caer en el ridículo de insistir con nimiedades, intentando justificar que el periodismo deportivo necesitaba ser protagonista.
Se murió el Turco Wehbe. Sin dudas el mejor relator en la historia de las transmisiones radiales de los partidos de fútbol. Y lo será, parece, por muchos años más.
Menos mal.
Hay dos gritos respetuosos y significativos que estarán siempre en mi oído: el del Tarzán de Ron Eli y los goles del Turco.
Por lo tanto, qué decir sobre el Turco ... mejor homenajearlo en silencio.
Capaz que todavía podamos aprender algo.
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