El mundo en Argentina
30/11/2018 | 12:34 |
Según el consultor de DNI, Marcelo Elizondo, el encuentro le otorga al país reputación y prestigio, además de obtener el compromiso de grandes líderes para futuras inversiones.
Adrián Simioni
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Para algunos historiadores, Argentina pagó cara su equidistancia de los dos bandos enfrentados en la Segunda Guerra Mundial. Ser un país ni-ni, que recién a las cansadas y cuando Berlín estaba en escombros le declaró la guerra a Alemania, le valió el ostracismo.
En cambio, hasta los derrotados, como Japón, fueron reconstruidos con una infraestructura que le valió su desarrollo. Y algunos vecinos del barrio que no fueron tan tibios como nosotros también se beneficiaron: en 1946 Brasil ingresó a la era fabril con la construcción de la Compañía Siderúrgica Nacional, con tecnología y créditos internacionales. Desde entonces creció en base a su industria.
Argentina no. Apenas hizo un negocio de los pelones: comprar con la deuda que había acumulado el Reino Unido durante la guerra, los fierros ya entonces decadentes de los ferrocarriles. Como se ve, las opciones geopolíticas tienen consecuencias.
Hoy, hay una escena global más pacífica, pero no menos desafiante. La puja entre Estados Unidos y China por el predominio mundial. El G20 ya no es un club en el que todos los socios confiaban ciegamente en que la globalización traería riqueza, paz, mercados abiertos y democracia para todos. Los países ricos han tenido que aprender a compartir su riqueza con Asia. Y eso les enciende nacionalismos, proteccionismos y xenofobias. Y China se enriqueció pero su democracia viene retrocediendo desde el punto de vista de occidente, igual que sus mercados siguen teniendo más intervencionismo estatal que competencia y apertura.
China es complementaria de la economía argentina: como Inglaterra en su momento, necesita proteínas (y a eso le suma la necesidad de energía). Estados Unidos, al revés, compite con Argentina porque él es hoy el mayor productor mundial de alimentos y uno de los mayores generadores de energía de todo tipo.
Tanto China como Estados Unidos cortejan a su modo a la Argentina. Estados Unidos con respaldo político para el manejo de su crisis financiera y, ahora, créditos direccionados políticamente que son una rareza en su política e inéditos en la historia de las relaciones entre ambos países. Estados Unidos (y Europa) la quieren en el equipo de las democracias occidentales. Y no un peón del “poder suave”, como se le llama a la estrategia de China para hacerse con la hegemonía global.
China ofrece desde hace una década créditos de respaldo al Banco Central argentino y generosos créditos subsidiados para obras de infraestructura que ganen empresas chinas y que, hasta ahora, han producido más ruido que nueces.
Y Macri hace equilibrio entre ambos. Y también los corteja. Por eso hace unos minutos causó zozobra en la diplomacia argentina que Estados Unidos dijera oficialmente que en la reunión entre Trump y Macri ambos habían expresado su “compromiso compartido de enfrentar el desafío de la actividad económica depredadora de China”. La Cancillería argentina salió a tomar distancia del calificativo “depredadora”.
¿Argentina tiene que optar? Y en tal caso, ¿debería hacerlo por uno o por otro? ¿Aliarse a Estados Unidos y Europa es abrazarse a un Occidente decadente? ¿Aliarse a China nos transformará en una colonia de trabajadores obedientes, de consumidores con poder adquisitivo creciente pero con democracia y libertades menguantes? ¿Quién debería decidir esto? Son preguntas difíciles de responder. Pero en esas respuestas está nuestro futuro.