Grandes del Deporte
14/08/2024 | 18:18
Redacción Cadena 3
Jorge Parodi
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Ganó el bronce eterno, pero Georgina Bardach vale oro
La crónica periodística indica que Georgina Bardach logró la medalla de bronce en los 400 metros combinados de natación, un 14 de agosto, en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
La valoración de sus cualidades humanas y deportivas dicen, en cambio, de manera unánime, que más allá de ganar el bronce olímpico, Georgina vale oro.
Fue tan grande su sueño, que necesitó de dos cunas.
Se concretó en Atenas, Grecia: cuna de los Juegos Olímpicos, pero nació en Córdoba, cuna de campeones.
Tenía que ser ahí, en esa ciudad donde adoraron a los Dioses del Olimpo, a los pies del Partenón, en la tierra donde germinaron los filósofos y la democracia.
En esos Juegos Olímpicos en los que Argentina volvió a ganar medallas de Oro, después de 52 años, en aquel inolvidable sábado 28 de agosto de 2004, del que fuimos testigos presenciales, cuando el fútbol y la generación dorada del básquetbol nos devolvieron el orgullo de ocupar el lugar más alto del podio.
Georgina Bardach nació en Córdoba el 18 de agosto de 1983. Tiene tres hermanos: Yenny, Ignacio y Virginia. Sus padres, Jorge y María Adela, les inculcaron desde muy chicos la importancia y la alegría de practicar deportes.
Georgina empezó por el tenis y el hockey, odiaba el agua y no quería saber nada con la natación.
Curiosamente, hasta el día de hoy le molesta que la mojen, que le tiren agua.
Empezó a nadar en el Club Comunicaciones a los 7 años, porque sus padres se cansaron de cuidarla a ella y a sus hermanos en la pileta.
El profesor Daniel Garimaldi primero y esa gran persona que es Hector “El Bochi” Sosa (fana de Instituto), sus entrenadores, forjaron su conducta deportiva, su disciplina y su tesón.
Horas interminables de entrenamientos en tres turnos, que empezaban en la madrugada, antes del colegio, empezaron a dar resultados inesperados.
Bardach comenzó a brillar. Los Juegos de Sydney en el 2000, con sólo 17 años, le dieron la condición de “olímpica” por primera vez. Georgina terminó vigésima primera, pero la experiencia fue inolvidable y valiosa.
En 2002, con 18 años, logró una medalla de bronce en el Mundial de pileta corta, en Barcelona.
La primera gran alegría la tuvo en los Panamericanos de Santo Domingo, donde obtuvo la medalla de oro en los 400 mts combinados, después de más de medio siglo, Argentina obtenía una presea dorada panamericana en natación.
Con el Bochi Sosa diseñaron una estrategia para llegar a Atenas 2004 con la mejor preparación: entrenaron en la altura de La Quiaca, donde se convirtieron en parte del paisaje, con su enorme esfuerzo y con la calidez de su gente.
Allí comenzó a gestarse la medalla Olímpica.
La natación es uno de los deportes que constituyen la columna vertebral de los Juegos Olímpicos, junto al atletismo y la gimnasia.
La Argentina sólo había ganado dos medallas en toda la historia: Alberto Zorilla, oro en Amsterdan 1928 en los 400 mts libres y Jeanette Campbell, plata en los 100 libres en Berlín 1936.
Habían pasado 68 años de la última medalla argentina en natación.
Georgina arribó a los Juegos con el sexto tiempo en su especialidad. La Ucraniana Yana Klochkova era un monstruo inalcanzable, campeona en Sídney y gran candidata en Atenas.
La estadounidense Kaitlin Sendeno era la única que podía destronarla.
El objetivo de Bardach era meterse en la final, entre las 8 mejores y después ver que podía pasar.
Era el primer día de competencia, después de una ceremonia inaugural emotiva y vibrante. Georgina se quedó en la Villa Olímpica, casi vacía, todos los dirigentes y hasta los médicos fueron a la inauguración de los Juegos.
En la Villa, Bardach ocupaba el piso donde estaban las tenistas y compartió muchas horas con Patricia Tarabini y Paola Suárez, quienes también ganaron un bronce.
Junto a Joaquin Balbis, fuimos los dos únicos periodistas cordobeses que estuvimos ese día. Salimos muy temprano desde Monasteraki y tomamos el moderno tren que nos depositó en el Centro Olímpicos de natación, un natatorio al aire libre, con capacidad para 11.000 espectadores.
Por la mañana, en las series clasificatorias, Georgina marcó el tercer mejor tiempo e invitaba a la ilusión.
Exactamente a las 20:13 hora de Grecia (14: 13 hs de Argentina), de ese inolvidable sábado 14 de agosto de 2004, decíamos en nuestra transmisión por Cadena 3: “Ajustarse los cinturones, enderezar los asientos, el viaje a la gloria ha comenzado”
En los primeros 200 metros, en los estilos de mariposa y espalda Georgina estaba en el sexto puesto.
Klochkova y Sandeno luchaban por el oro.
Bardach esperó el momento. Cuando le tocó nadar en la especialidad de pecho, su preferida, apareció en todo su esplendor, de una manera impresionante superó a la húngará Eva Ristov, se colocó tercera y comenzó a poner un pie en el podio.
Quedaban sólo 100 metros libres, el corazón empujaba a Bardach hacia una medalla, mientras el nuestro explotaba en el relato, temple, coraje, pasión, años de entrenamiento y de sacrificios en esos últimos metros del camino hacia la gloria deportiva.
Cuando tocó la pared de la pileta, se sacó las antiparras, miró el tablero amarillo sobre negro y no lo pudo creer: restregó sus ojos y miró… creyó que era un espejismo, volvió a leer incrédula mientras sintió un temblor en el alma.
El tablero no mentía: 1) Klochkova, 2) Sendero,3) G. Bardach 4m. 37s.51
¡Georgina Bardach es medalla de bronce!
¡BRONCE PARA ARGENTINA, PARA CÓRDOBA, PARA SU FAMILIA, PARA SUS AMIGOS, PARA EL BOCHI, PARA EL DEPORTE, PARA LA NATACIÓN, PARA LA HISTORIA!
Seguramente quiso detener el tiempo y nadar sobre una lágrima. Su gesto, mezcla de sorpresa y emoción, quedó congelado en una imagen fotográfica que recorrió el mundo.
Solo atinó a abrazar a la Kluchkova que ganó el oro. Quien sabe qué cosas, cuántas personas, cuántos momentos pasaron por su mente en una milésima de segundo… El Bochi Sosa desbordado por la alegría revoleó una camiseta de Argentina y fue a abrazarla a la pileta, su papá Jorge que silbaba y chiflaba bien fuerte, esquivando el nudo en la garganta, para que su hija lo ubicara en algún lugar de la tribuna.
Con los ojos vidriosos, Georgina aparecía en el podio sin su corona de laureles, que en un gesto que la califica, le regaló a la brasileña Joana Maranao, su rival de siempre, quien no pudo meterse entre las tres primeras.
Ese 14 de agosto, a cuatro días de cumplir 21 años, Georgina tuvo su sábado de gloria. Por primera vez un deportista argentino ganaba una medalla en el primer día de competencia.
Después, todo lo demás: el regreso a la Argentina y a su Córdoba, la incomodidad de su timidez ante la altísima exposición.
Fue demasiado, pese a que siguió entrenando como siempre, su alma deportiva quedó vacía, tal vez porque lo había dado todo.
Georgina, quizás, sintió la presión, se quedó sin objetivos, a lo mejor sabía sin saberlo, que su sueño estaba cumplido antes de tiempo.
Pese al bronce en los Panamericanos de Rio en 2007, nunca volvió a nadar como en Atenas. Beijing 2008 fue como ella lo llamó un suplicio y Londres 2012 una excusa para disfrutar sus cuartos Juegos y la despedida. Su tiempo había pasado.
Lo intentó, una y mil veces, con la disciplina que tuvo siempre, pero no pudo.
En diciembre de 2012, a los 29 años, se despidió de la natación.
Georgina empezó una nueva vida fuera de la pileta.
Estudió, trabajó, aprendió y creció.
Ahora tiene tiempo para escuchar a Oasis, Codplay o a los Red Hot Chili Peppers.
Ahora puede darse el gusto de llorar de alegría frente a una pantalla por los logros de su hermana Vicky, campeona Panamericana en Lima 2019.
Desde hace varios años es una lúcida e incansable dirigente deportiva en la Agencia Córdoba Deportes, y lleva adelante con amigas y colegas una empresa de comunicación institucional.
Aprendió a tocar el bajo y lo disfruta a full. Su sobrino Simón es su debilidad y su alegría.
Georgina nunca se la creyó, nunca pidió privilegios, nunca perdió la humildad, nunca se subió al podio de los que se creen más o mejores por haber sido protagonistas de alguna hazaña deportiva.
Siempre entendió que la vida es mucho más que eso.
La vida para Bardach es un desafío permanente.
Por eso, aunque la medalla de bronce está en la historia y vive en la memoria y en el corazón de todos, Georgina vale oro.
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