Conocé sus secretos
01/07/2021 | 19:03 | Grupo Edisur te cuenta la historia de esta imponente construcción jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2000.
La Estancia Jesuítica Santa Catalina es un conjunto edilicio integrado por una iglesia, claustros, galerías, patios, talleres, tajamar, huertas y rancherías, que constituyen una de las más valiosas obras de la arquitectura colonial conservadas en Argentina.
Grupo Edisur te cuenta los secretos de este complejo, declarado Monumento Histórico Nacional en 1941 y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2000. Está localizado en un paraje rural en el que se conservó el entorno natural, a 20 km al oeste de la ciudad de Jesús María y a 70 km al norte de Córdoba capital.
De la expedición fundadora a la Compañía de Jesús
Las tierras de Calabalumba la Vieja, donde fue erigida la estancia de Santa Catalina, fueron otorgadas en 1584 en merced a Miguel de Ardiles, quien había acompañado a Jerónimo Luis de Cabrera en la fundación de Córdoba. Tras su muerte, su hijo vendió el predio al herrero Luis Frassón, otro miembro de la expedición fundadora.
Finalmente, en 1622 la Compañía de Jesús adquirió el complejo que, por ese entonces, comprendía algunas precarias construcciones y muchas cabezas de ganado, y comenzó las obras de construcción de la estancia y el noviciado.
Tiempos de incertidumbre
No se conocen fechas ciertas sobre la edificación de la iglesia y estancia, aunque debieron realizarse en diferentes épocas y a lo largo de más de cien años, como prueba la placa de piedra sapo que está colocada en la portada de la casa y que lleva la fecha de 1726. También fueron numerosos los arquitectos que trabajaron en la construcción, como los hermanos jesuitas Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli, también partícipes de la construcción de la catedral de Córdoba.
Al momento de la expulsión de los jesuitas, la estancia se encontraba en pleno auge y funcionamiento. En principio, se encargó de su administración la Junta de Temporalidades, hasta que en octubre de 1774 fue vendida a Francisco Antonio Díaz, alcalde de la ciudad capital, cuyos herederos aún son propietarios del complejo.
Infraestructura, producción y desarrollo
El predio fue uno de los principales establecimientos productivos jesuíticos, junto con las estancias de Jesús María y Alta Gracia. Debido a la insuficiencia de agua, la primera gran obra fue de ingeniería hidráulica: un conjunto de conductos subterráneos que traían el recurso desde Ongamira, a varios kilómetros de distancia en las sierras, y lo almacenaban en un gran tajamar.
Santa Catalina se convirtió en un gran centro de producción agropecuaria con miles de cabezas de ganado vacuno, ovino y mular, además del obraje con sus telares y aparejos, la herrería, la carpintería, el batán (bastidor oscilante de telar) y dos molinos.
Se le fueron sumando las demás construcciones, como claustros cercando patios, galerías con bóvedas de cañón, talleres, caballerizas, depósitos, huertas y rancherías.
Una valiosa obra arquitectónica
La estancia es reconocida especialmente por su imponente iglesia, ejemplo del barroco colonial en Argentina, visiblemente influenciado por la arquitectura centroeuropea de ese estilo. Su fachada, flanqueada por dos torres y un portal en curva, es de líneas y ornamentos simples, con pilares de base rectangular adosados a los muros y frontones curvos sobre las aberturas.
En su interior fascina la armonía de las proporciones: una sola nave en cruz latina que culmina en la cúpula circular con ventanas en la bóveda, la gran estructura del altar mayor tallado en madera y dorado, en el que se destaca un lienzo representativo de Santa Catalina de Alejandría, patrona de la estancia;? una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la Paciencia, y la talla policromada de un Cristo crucificado.
Junto a la iglesia se encuentra el pequeño cementerio, donde descansan los restos de Domenico Zipoli, precedido por un portal, que repite características de la fachada del templo, y la residencia con sus tres patios, locales anexos y huerta. Separados del cuerpo principal de la estancia, se hallan el noviciado, la ranchería, el sistema hidráulico y restos de hornos.
Para llegar desde la ciudad de Córdoba, se puede ir hasta Jesús María por la RN 9. Desde allí, hay que tomar el camino que va hacia Ascochinga durante unos 8 kilómetros, tras los cuales se encuentra un desvío a mano derecha, que conduce a Santa Catalina.
#DatoEdisur: Cripta Jesuítica, un tesoro escondido en plena ciudad de Córdoba.
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