Guerra en Europa
09/03/2022 | 07:48 |
Marcos Calligaris
Hoy me la pasé arriba de un tren. Las distancias en Europa son cortas pero a veces pueden resultar eternas.
El viaje desde Kosice, Eslovaquia, tenía como objetivo llegar a la República Checa, otro de los países receptores de refugiados, a pesar de no tener frontera con Ucrania.
Gran parte del trayecto lo compartí con refugiados, que viajan gratis con solo mostrar su pasaporte.
Una de ellas subió en la ciudad eslovaca de Zilina y se sentó a metros mío.
De repente, no pude distinguir si sollozaba o se reía, mientras de su celular salía la voz de un hombre y el incesante repiqueteo de disparos.
Pensé que veía una serie, pero resulta que estaba en una videollamada con su hermano en Ucrania, según me contó naturalmente más tarde.
El joven se encontraba en Kiev y los disparos de fondo eran de los propios ucranianos para disuadir cualquier intento de acercamiento ruso.
Zhanna, como se llama la joven, me contó escuetamente que iba de camino a Praga, donde se encontraban dos hermanas y su madre.
República Checa ya recibió más de 100.000 refugiados ucranianos en las últimas dos semanas, y alrededor de un cuarto de ellos se instaló en la capital, de acuerdo con el Ministerio del Interior.
Pero ya existía una importante migración ucraniana hacia tierras checas desde antes de la invasión.
De hecho, los ucranianos constituyen la comunidad extranjera más grande del país, con casi 197.000 residentes legalmente asentados a finales de 2021, según el organismo nacional.
Ahora, ante el masivo flujo de refugiados, el Gobierno decidió aprobar el estado de emergencia, tal como lo hizo durante diferentes etapas de la pandemia de covid-19.
En concreto, la ayuda consta en la inyección de 39 millones de euros adicionales en el presupuesto de defensa del Estado.
Al realizar este anuncio días atrás, el primer ministro Petr Fiala también intentó llevar tranquilidad a sus compatriotas de que su país está a salvo de la amenaza rusa.
“No tenemos señales de peligro. Formamos parte de la Unión Europea y la OTAN, lo que garantiza nuestra seguridad”, dijo Fiala.
Le pregunto sobre esto a Pavel, un checo que subió al tren con unos cuernos de ciervo barnizados que dejó en el maletero y se sentó a mi lado absorto en la lectura de un libro.
“Hay analistas o intelectuales como (la premio Nobel de Literatura) Svetlana Aleksiévich, que dicen que si Putin gana esta guerra va a ir por más”, me dice.
“Por eso el Gobierno sale a poner paños fríos, sino no lo mencionaría”, agrega y le encuentro sentido.
De repente, el tren pega un salto y mis anteojos vuelan al piso.
Me doy cuenta de que me dormí unos treinta minutos y al lado mío ya no hay nadie. Me quedaré con la duda eterna de qué hacía Pável con esas astas.
Finalmente arribo a la ciudad de Kafka. Un televisor en la estación de trenes muestra a Biden anunciando que EE.UU. no le comprará más petróleo a Rusia. Es la noticia del día. Nadie le presta atención.
Es tarde y tengo que buscar hotel. Mañana a primera hora debo estar en el Centro de Congresos de Praga.
Allí cientos de refugiados hacen cola para registrarse y obtener los beneficios que la República Checa dispuso para ellos.
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