Guerra en Europa
13/03/2022 | 12:37 |
Marcos Calligaris
Si un despistado aterrizara en Berlín ignorando lo que ocurre por estos días en Ucrania, pensaría que se encuentra en Kiev.
Decenas de banderas ucranianas flamean en los principales edificios gubernamentales, y al caminar por la célebre Unter den Linden es probable que se escuche más ucraniano que alemán.
El éxodo marca presencia en la capital alemana, que ya recibió más de 130.000 desplazados en menos de 20 días.
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Es fin de semana y los que tuvieron la oportunidad de alojarse en la ciudad realizan sus primeras salidas.
La mayoría son mujeres y niños. Algunos se reunieron en Alexanderplatz, casualmente uno de los espacios públicos más importantes de la Berlín Oriental, ocupada por los soviéticos en 1945.
A los refugiados no les interesa el anecdotario soviético. Lo importante en este contexto no es otra cosa que el día a día.
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Así me lo plantea Yulia, una mujer de 40 y pico que mira cómo sus dos hijos pequeños juegan al fútbol con una lata de Pepsi. Su esposo está en Ucrania.
Yulia me cuenta que es el primer día que salen. Por supuesto que no pueden ver la ciudad como turistas, pero es la primera vez en días que no tienen que pensar en dónde dormir o qué hacer con los bolsos, me explica.
Los aloja una pareja de alemanes que acaba de irse de vacaciones a Bolzano, por lo que la casa está a su entera disposición por unos días.
El marido de Yulia se quedó a defender Leópolis, la ciudad más grande del oeste ucraniano. "Es programador, nunca en su vida había tocado un arma, ahora tiene una todo el día", me cuenta sonriendo.
Camino hacia Potsdamer Platz y veo cómo en la calle otros desplazados improvisaron una especie de santuario con velas sobre el asfalto y algunos harapos escritos con fibra. "No más guerra"; "Stop Putin"; "Gloria a Ucrania, gran admiración por tu coraje", alcanzo a leer.
Y solo unos pasos más allá, a escasos metros de la cicatriz que dejó el muro de Berlín cuando dividía a un mundo bipolar, percibo las notas de un tango.
Se trata de ''Oblivion'', una obra maestra que compuso Piazzolla en 1982, y que 40 años más tarde interpreta con cierto dramatismo un músico callejero.
Oleksandr es acordeonista y logró dejar su país, Ucrania, antes de que se decretara la ley marcial por la invasión rusa.
Nació en Sumy y esta semana le tocó ver cómo el nombre de su ciudad aparecía en los principales medios del mundo tras quedar bajo un devastador bombardeo.
En Alemania se siente a salvo pero extraña sus pagos. Cierra los ojos mientras estira y comprime el fuelle, y pienso que viaja inevitablemente hacia un pasado que no volverá.
Oleksandr solo habla ucraniano, por lo que nos comunicamos a medias. Pero intuyo que además prefiere no ahondar mucho en su condición de expatriado en estos momentos. Los hombres jóvenes que se encuentran fuera de Ucrania deben convivir con el estigma de no estar defendiendo a su patria en las horas más difíciles.
Sigo camino hasta la Estación Central de Berlín. Debo tomar un tren para volver a Polonia, donde inicié esta cobertura hace 14 días.
Las cosas cambiaron mucho desde entonces. En estas dos semanas ingresaron al país más de 1,7 millones de personas, un número superior a la población de la ciudad de Córdoba.
Hoy los alcaldes de Varsovia y Cracovia, las dos urbes más grandes de Polonia, advirtieron que ya no pueden hacer frente a las oleadas de refugiados. Claman la asistencia urgente de la ONU y la UE.
Más allá de lo que suceda en el frente, el de los refugiados es un drama que se multiplica peligrosamente cada minuto y requiere atención urgente.
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