Guerra en Europa
14/03/2022 | 11:37 |
Marcos Calligaris
Llegó al final la primera etapa de esta cobertura especial, que no tengo dudas continuará impulsada por el deber periodístico de contar lo que sucede con esta guerra.
Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero y dos días más tarde me tocaba partir hacia la frontera con Polonia, en una rápida decisión que convirtió a Cadena 3 en uno de los primeros medios del hemisferio en llegar a la zona.
El largo derrotero comenzó en Varsovia, donde tomé contacto con los primeros refugiados que llegaban al país y que eran asistidos en el imponente Palacio de la Cultura.
Dos semanas más tarde, al regresar a la capital polaca me topo con un panorama sobrecogedor: más de 1,6 millones de ucranianos se refugiaron en el país, gran parte de ellos en Varsovia, que se encuentra al límite de sus capacidades.
En el medio y durante gran parte de la cobertura, recorrí la frontera ucraniana.
Primero permanecí en los puntos calientes, como el pueblo fronterizo de Medyka, por donde ingresa el grueso de los desplazados; luego en Vysne Nemecke, Eslovaquia, para finalmente emprender junto a miles de desplazados el camino que realizan hacia Europa Central, pasando por República Checa y terminando en muchos casos en Berlín.
En todos los puntos fronterizos, las ciudades de tránsito y los destinos definitivos que visité, fui testigo de una imagen que nunca dejó de reproducirse: mujeres con niños de la mano, soportando temperaturas bajo cero y con el cansancio reflejado en sus rostros luego de largos días de peregrinación.
Al hablar con ellos, afloraba otro común denominador: la angustia por desconocer cómo continuaría su vida al día siguiente y la preocupación por sus padres, hermanos y esposos que se quedaron a combatir.
Al mismo tiempo fui testigo privilegiado de la inagotable solidaridad de miles de personas de todo el mundo que dejaron todo para ir a colaborar como sea a la frontera.
Conocí y reporté historias de las más variadas: desde un chef checo que dejó su restaurante para ir a cocinar para los refugiados en Eslovaquia; un español que viajó solo desde Burgos con su auto repleto de elementos de primera necesidad; una monja salesiana que desde el primer día de la invasión no se mueve de la frontera, y hasta psicólogos que se organizaron para asistir a los refugiados.
En el frente las cosas solo se agravaron con el paso de los días. Los ataques rusos a zonas de civiles se incrementaron y dejaron un saldo de víctimas que llevará un buen tiempo conocer con exactitud.
En ese contexto, se llevaron a cabo cuatro negociaciones entre las partes, que no implicaron ninguna distensión en el conflicto.
Por el contrario, Rusia bombardea cada vez más cerca de la frontera polaca, encendiendo las alarmas de la OTAN, que hace lo posible por mantenerse fuera del conflicto, ajustando la seguridad de sus fronteras.
Un simple incidente con la OTAN podría desatar lo que más temen analistas y políticos: la Tercera Guerra Mundial.
Esta vez la mención de ese hipotético escenario no es una evocación sin sustento.
Lo planteó con todas las letras Joe Biden; también el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell y el ministro de Exterior ruso, Serguéi Lavrov, quien no escatimó en describir cómo sería ese contienda: “nuclear y destructiva”.
Incluso hay quienes, como el empresario multimillonario Bill Ackman, sostienen que ya estamos en la Tercera Guerra Mundial.
A juzgar sobre cómo viene escalando el conflicto, pareciera que todo está en manos de Putin.
Y para David Brooks, de The New York Times, ese es justo el problema, porque sostiene que el presidente ruso se ha preparado toda la vida para este momento y su orgullo no lo dejaría dar un paso atrás. Ni a pesar de la fuerte resistencia que oponen los ucranianos, ni ante una hipotética intervención de la OTAN.
Nadie conoce cuál es el verdadero plan de Putin, pero él asegura que se viene dando “acorde a los plazos establecidos”.
Otros analistas, como David Jiménez, exdirector del diario El Mundo, creen que más allá de si Putin consigue prevalecer y dominar Ucrania, probablemente haya cometido una de las mayores pifias geopolíticas de la historia.
Y enumera algunas de las secuelas que, a su criterio, Putin ha conseguido sin proponérselo: el empobrecimiento y aislamiento de Rusia, la revitalización de la OTAN, la unión de la UE, el rearme de Alemania, terminar con la neutralidad de Suecia y Suiza, convertir a Zelensky en héroe mundial y forjar la identidad de Ucrania.
Jiménez concluye con una última y posible consecuencia para Putin y lo hace a modo de pregunta abierta: “¿Adelantar el final de su tiranía?”.
Lo cierto es que más allá de toda conjetura, en estos largos días me tocó dar fe de la tragedia tangible que viven los ucranianos que emprendieron el éxodo.
Gente que perdió a sus seres queridos, sus casas, sus proyectos de toda la vida, y que además debe soportar la incertidumbre de no saber cuándo podrá recuperar su vida habitual, si es que habrá tal cosa.
Termino de escribir estas líneas en el centro de Varsovia. Me cuesta despegarme de esta gente que no conozco ni me conoce, pero con la que en los últimos días hemos compartido charlas, comidas y caminos.
Por eso doy una última vuelta por las carpas de refugiados y ensayo ponerle una fecha estimativa al alto el fuego. No lo puedo imaginar, aunque elijo alimentar un injustificado optimismo.
Me despido hasta pronto, con el deseo de poder acompañarlos en su regreso a casa en un futuro no muy lejano.
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