Guerra en Europa
01/03/2022 | 07:55 | El cronista de Cadena 3, especializado en periodismo internacional, sigue narrando desde adentro la crisis humanitaria que deja el conflicto Rusia-Ucrania.
Marcos Calligaris
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La salida de Ucrania puede demorar hasta 5 días
El vuelo rasante de dos cazas polacos nos sorprendieron en un alto en la ruta que une Varsovia con Lublin.
Fue la segunda imagen concreta de guerra que vi desde que aterricé en Polonia el domingo.
La primera fue por la mañana, cuando presencié cómo arribaban los refugiados al célebre Palacio de Cultura de Varsovia, devenido en centro de acogida.
En el interior de esa mole estalinista me impactó el espíritu con el que los polacos recibían y asistían a las personas que llegaban pidiendo ayuda.
"Cuando estoy sentado al teléfono y escucho a la gente que llama para poner su casa a disposición de los refugiados se me pone la piel de gallina", me dice Daniel, y me muestra su brazo. Es cierto, piel de pollo que contagia.
Daniel Rusin es un reconocido director de cine y como muchos otros polacos se sumaron sin dudarlo para ayudar en lo que puedan.
A metros de él le ofrecen sopa caliente a una joven que acaba de llegar con su madre y sus dos pequeños hijos. El menor no tiene más de un año.
Es de Leópolis, y tanto su marido como su padre se quedaron en Ucrania. Le pregunto si es por la ley marcial, y con aplomo me responde que no, que ellos aman a su país y se quedaron a defenderlo.
El bebé empieza a llorar y la mamá se ocupa de calmarlo, por lo que no podemos seguir hablando. Me quedé viéndolos un rato. Impotente.
Me dice Sergio Suppo desde Córdoba que la forma que tenemos de hacer algo por ellos los periodistas es contando sus historias. Puede que tenga razón. Hoy conté en varias ocasiones la historia de esa familia diezmada por la guerra.
Y como esa hay cientos de miles. La ONU eleva a más de medio millón el número de ucranianos que han huido del país en cinco días.
Olésniki, Lopiennik Nadrzeczny, Tuliglowy… los pueblos sobrevuelan como pájaros cada vez que levanto la vista en el auto.
El camino es largo hasta la frontera sudeste. Agradezco públicamente a Christian Martin por el aventón.
Conocí al periodista internacional cuando intenté comprar un chaleco antibalas. Él se estaba probando uno en la misma tienda y fiel a su estilo le espetaba al vendedor que la prenda no servía ni para frenar un cuchillo.
Pendientes del resultado de la reunión entre Rusia y Ucrania en Bielorrusia, discutimos buena parte del viaje sobre las cualidades del cuarteto, género que definitivamente no es de su agrado.
Pero las chanzas sirvieron como una divertida distracción antes del drama que nos esperaba unos kilómetros más adelante.
Hrebenne es uno de los tantos check point por donde cruzan los ucranianos luego de cuatro días de cola.
De este lado del Europa, los polacos los esperan con los brazos abiertos, desde dos jóvenes testigos de Jehová que los saludan con pancartas, hasta un hombre que les ofrece abrigos. Está quien les entrega un plato de sopa caliente o té, peluches para sus hijos y el que les ofrece llevarlos hasta Varsovia.
Una de esas almas solidarias me confundió con un refugiado y me ofreció una sopa caliente que acepté gustoso. Me explicó que se trataba de una Grochówka, una especialidad polaca. Deliciosa.
De repente, me vi sentando frente a una fogata, entre ucranianos, polacos y hasta nepaleses en un improvisado campo de refugiados.
Nadie hablaba. Sí las lenguas de fuego, que cautivan todas las miradas e inducen a la introspección.
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