Guerra en Europa
05/03/2022 | 08:24 | Por Marcos Calligaris
Marcos Calligaris
¿Estamos cerca o lejos del fin de la guerra? Anoche me fui a dormir con dos informaciones contrapuestas y desconcertantes.
La primera fue bien recibida en el principal campamento de refugiados de Przemysl. Las partes ucranianas y rusas acordaron un alto el fuego y corredores humanitarios para que los civiles puedan abandonar las ciudades bombardeadas.
La segunda puso los pelos de punta a los polacos y al resto de Europa: Rusia atacó la planta nuclear de Zaporizhzhia, que de explotar implicaría la evacuación de todo el continente, según alertó el presidente ucranianio Volodimir Zelensky.
Nos encontramos en ese punto medio de las indefiniciones que genera ansiedad e incertidumbre de un lado y del otro de este telón de acero del siglo XXI que cae sobre Europa.
Cualquier movimiento puede cambiar drásticamente el rumbo de los acontecimientos, para bien o para inimaginables consecuencias.
Con esa sensación amanecí hoy, y decidí dirigirme hasta el centro de Przemysl. Al cuarto día de llegar a la zona me di cuenta de que no me había despegado de los centros de acogida y la frontera. ¿Cómo se viviría en la zona céntrica?
Quedo sorprendido gratamente. Przemysl es una joya arquitectónica. Creo que nunca ha trascendido más debido a la cantidad de consonantes que para los extranjeros hacen impronunciable su nombre. Y cuando los polacos la mencionan, el desconcierto es total: "Shémish".
Con 65.000 habitantes, Przemysl es la segunda ciudad más antigua del sur de Polonia después de Cracovia y data del siglo VIII. Una imponente catedral se yergue sobre una colina de la ciudad, que se florea con calles adoquinadas, un castillo, un palacio, monasterios y sinagogas.
El movimiento en la urbe parece normal. Nada hace presagiar lo que sucede apenas dos kilómetros más allá. Su punto más concurrido -hoy más que nunca- es su coqueta estación de trenes, levantada en 1895.
Cruzo la puerta de ingreso y me zambullo nuevamente en el drama de este conflicto. El edificio es un hervidero de desplazados que intentan llegar a Varsovia para luego conectar con distintas capitales.
Otros esperan durante días en el lugar. Simplemente no saben qué hacer. Es el caso de Sasha y Sofía, dos hermanas que arribaron desde la pequeña ciudad ucraniana de Sambor.
"Hace tres días que dormimos en la estación. No tenemos parientes en otros países, sí algunos conocidos. Así que estamos viendo hacia dónde tomamos un tren", me cuenta Sofía. Sus padres viajarán una vez que ellas logren instalarse.
Mientras tanto, en la estación tienen calefacción, comida y un colchón. Dejarla atrás debe ser un paso seguro.
También conozco en el lugar a una pareja de viejitos que llegaron desde Kiev, Illia -exempleado de una fábrica de zapatos en la capital ucraniana- y María, exmaestra de secundaria. Ambos están jubilados y tienen una hija cerca de París, donde decidieron instalarse.
"Tenemos suerte de tener una hija en Francia. Amo Ucrania, pero realmente no sé cuándo vamos a poder volver", chapucea Illia en un inglés que le alcanza para darse a entender.
Los trenes que parten desde la estación transportan la esperanza de estos desplazados que han logrado dejar atrás la guerra. En la valija también viajan la incertidumbre, la bronca, los miedos.
Me siento a la intemperie a observar la partida de un tren abarrotado hacia Varsovia. Nadie despide a nadie. Son todos desconocidos que viajan en silencio.
Cuando el traqueteo comienza pienso que en definitiva ellos se encuentran a salvo. El verdadero infierno lo viven quienes no pudieron llegar hasta aquí.
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