El emotivo recuerdo de Mati Arrieta a Mario Pereyra.

Dolor infinito

Mario, el influencer

02/11/2020 | 09:58 |   

Desde que tengo uso de razón vi a mis viejos ahorrar en ladrillos. Cada peso extra que entraba se destinaba a construir sueños. Así, mientras vivíamos en la esquina de Padilla y San Jerónimo, en barrio Escalante, iban creciendo las paredes del futuro hogar en barrio Centenario. Allí nos fuimos.

Cuando la situación lo permitió, una vez en Centenario, se les dio por levantar dos departamentitos al lado. Para que algunos de sus hijos, el día de mañana, tengamos un techo. Hoy, una de mis hermanas y su familia viven en el de abajo. Mi familia y yo en el de arriba.

Paralelamente a esa historia de laburo y progreso, a mis viejos también se les ocurrió construir una casa en nuestro lugar en el mundo: Mina Clavero. Para nosotros, esa ciudad es sinónimo de vacaciones, primas, primos, tías, tíos y enormes mesas de reuniones familiares.

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Quien va de vacaciones a Córdoba sabe que cada ruta, cada río y arroyo, cada montaña viene con un sonido ambiente incorporado: el de Cadena 3 Argentina. Imaginen el hartazgo que tenía de esa radio, un niño como yo, que en cada bendito verano iba a Córdoba.

Mi mamá, de Rafaela, mi papá de Villa Dolores. Se conocieron en La Docta, siendo estudiantes y militantes peronistas. Con el paso de los años, abandonaron la militancia, pero no el peronismo. Lo que tampoco nunca abandonaron fue esa relación amor-odio con Mario Pereyra. Lo puteaban (mi vieja fue una gran boca sucia), lo criticaban, reaccionaban ante cualquier cosa que dijera Mario, pero no podían dejar de escucharlo.

Hoy, en tiempos de redes sociales, hay gente que se desespera, sufre y se angustia por las críticas desmesuradas o palabras lastimosas que te puede decir alguien escondido en un avatar y un nombre falso. No me cabe ninguna duda que en el caso de Mario, era al revés. Le encantaba ser insultado y hasta odiado. Le gustaba ocupar ese lugar. Ese era su papel en la radio (entre tantos papeles que cumplía). Hasta él mismo lo decía. Era la contracara de Rony Vargas. El malo a la mañana, el bueno a la tarde. No sé si eso lo pensaron y lo idearon. Pero así funcionaron, y convengamos que mal no les fue.

En ese contexto, llegó el día en el que les conté a mis padres que me iban a tomar una prueba para entrar a Cadena 3. Era algo así como aparecer en la lista de convocados a la Selección Argentina. Yo era boletinero en una FM local, Radio de Noticias, un lugar por el que han pasado muchos laburantes del periodismo santafesino. Allí trabajaban también Roberto Rivero y el operador técnico Néstor Núñez, actuales compañeros en la redacción Santa Fe de Cadena 3. Ellos me avisaron de la búsqueda de un movilero para la otrora LV3. El "casting" constaba de salidas al aire durante tres días. "Si a Mario le gusta como salís, te quedás", me dijo Pipy, mi querido cumpa con el que hace 15 años hacemos los panoramas informativos de la corresponsalía.

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Recuerdo mi primera salida al aire sin red. Protesta de cartoneros en la puerta de la municipalidad. La explanada del edificio estaba plagada de carros de cirujeo, caballos y familias marginadas. En medio de esa postal de la pobreza, me senté en las escalinatas y escribí en un papel hasta la última palabra que iba a decir al aire. Lo más anti radial que puede existir, salvo que uno sepa disimular que está leyendo. Modestia aparte, la saqué adelante bastante bien.

Hace años que intento recordar cuáles fueron los móviles que hice en los dos días siguientes. Pero por más que me esfuerce, no logro hacerlo. La tranquilidad de salir airoso en el debut, me hizo olvidar lo que vino después.

Pasaron esos tres días y vino a Santa Fe el contador Carlos Molina, con mi primer contrato en mano. Venía de cobrar con vales de pizza por mis boletines, a tener un sueldo en blanco. Era como jugar la Champions.

En Cadena 3 descubrí mucho de lo que me había enseñado un querido profesor de la universidad: Santiago Passeggi. Ideológicamente, Santiago está en las antípodas de Mario Pereyra. Creo que caben cuatro avenidas 9 de Julio entre medio de los dos. Sin embargo, tienen un cantero en común. El amor por la radio. Santi me enseñó que la magia de la radio es una alquimia de palabras, sonidos, música y silencios. Todo eso lo encontré en Mario y Cadena 3. De chico, en esas vacaciones en Mina Clavero, no lo comprendía. No estaba ni cerca de entenderlo y valorarlo. De hecho, odiaba a esos cordobeses (que resultaron ser sanjuaninos). Gritaban todo el día y encima mis viejos (como todo buen oyente de Cadena 3) empezaban con la radio bien temprano y se quedaban hasta la madrugada, escuchando los festivales que transmitía la radio.

Siempre estuve convencido de que el verano fue un aliado estratégico de Mario. Era la trampa con la que te atrapaba y después no te soltaba. Estabas en Córdoba, escuchando la radio entre pan casero, manteca y dulce, y esperabas ansioso a que el tipo te diga la temperatura en tu provincia. Créanme que no exagero ni un ápice cuando les digo que para los oyentes de Cadena 3 es casi una cuestión de vida o muerte escuchar la Ronda del Tiempo. No había Internet, mucho menos Facebook o Twitter, ni celulares que te permitan averiguar sobre el clima. Pero un turista en Córdoba era feliz escuchando por radio si en sus pagos estaba lloviendo o había un sol que rajaba la tierra. Leyendo los datos meteorológicos de todo el país le alcanzaba para diferenciarse del centralismo de los medios porteños. ¡Una locura! Hoy ves que lo hacen canales de televisión, con una camarita en algún punto clave de cada ciudad. Llegaron treinta años después que Mario. Si provocaba eso con los datos del tiempo, no cuesta mucho darse cuenta lo podía hacer hablando de música, deporte, política. Un verdadero influencer.

Hace unos años, me dio la chance de sumarme a esa estratégica alianza estival de la que hablé anteriormente. Estaba en un agasajo, de esos que se hacen a fin de año para los trabajadores de prensa, cuando me sonó el teléfono: "Mario quiere que participes del Operativo Verano. ¿Querés?" ¡Como si hubiera chance de decirle que no! Encima el destino era el nada despreciable caribe brasileño.

Partí rumbo a Maceió y en la primera salida al aire hice todo lo que no hay que hacer. Informé y no me divertí. Creo que hasta hablé de la cantidad de pasajeros del vuelo. Un desastre. Terminó mi móvil y me llamó Juan Bernaus, el productor de Juntos. "Volvés a contar todos esos números y no te pongo más al aire. Mario quiere que la gente que está laburando en la oficina sienta que está con vos en la playa. ¡Cagate de risa al aire!". Hice caso y en la siguiente salida, tomé una sopa afrodisíaca de "sururú". Las carcajadas en el estudio me dieron tranquilidad y más viajes. Las Grutas, Puerto Madryn, las Sierras Chicas, Traslasierras y hasta un crucero por el Caribe. Nadé con lobos marinos, jugué al golf, perdí los anteojos en el mar y hasta transmití en vivo un plan de evacuación de un barco.

Antes de los operativos verano, ya había confiado en mí para cubrir elecciones nacionales y hasta para relatar partidos de fútbol. Me dio muchas oportunidades, más de las que uno podría esperar en un gigante como Cadena 3. Me las dio y nunca me las facturó.

Mientras me iba configurando en oyente-trabajador de Cadena 3, también fui teniendo en claro en qué cosas coincidía con él y en cuáles definitivamente no. Son más en las que no, que las que sí. ¿Pero qué trabajador está 100 % de acuerdo con lo que dice o hace su jefe? Ninguno. Desde el empleado de una ferretería hasta el ministro de un gobierno.

En todo caso, pese a no pensar igual en muchos temas, uno sabía desde qué vereda hablaba Mario Pereyra. Eso, para mí, lo hacía más respetable que otros formadores de opinión que van cambiando las formas y colores de manera camaleónica, según cómo sople el viento. El oyente supo desde dónde hablaba Mario. Siempre. Por eso, el imán que mantenía con aquellos que no podían ni tragarlo.

Su audiencia no solo eran los que pensaban como él, sino también los que necesitaban escucharlo, para reafirmar en qué lugar estaban parados ellos. Como mi vieja, que estará esperándote Mario para echarte una buena puteada. No te enojes, mirá que nunca dejó que le toquen el dial. Dedicale una sonrisa y abrazala, ahora que sí pueden.

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