Editorial
04/08/2022 | 08:29 | Por Rodrigo Ipolitti.
Redacción Cadena 3 Rosario
Rodrigo Ipólitti
Sergio Massa asumió la dirección del Ministerio de Economía de nuestro país. Lo hizo en un contexto de extrema volatilidad de los mercados y sobre la tensión de un delgado lazo que sostiene un Gobierno más parecido al de Fernando de la Rúa que a cualquier gobierno peronista de la historia.
El hombre de Tigre toma control sobre las arcas argentinas o mejor dicho “lo que quedan de ellas” pensando pura y exclusivamente en su proyección personal. Sabe que para tener una posibilidad electoral en 2023 necesita aterrizar este avión que pierde altitud minuto a minuto y que trae consigo fallas claramente visibles y vicios ocultos enormemente peligrosos.
Para tomar este fierro caliente, deseoso de concentración de poder, de ser quien gobierna tacita y explícitamente, Massa recurrió a toda a su agenda, plan que no se previó en los 10 días de rumores acerca de su llegada, sino que tiene tiempo de trabajo, de especulación y de espera.
Principalmente de espera: esperar a que le queden minutos a la bomba por explotar; esperar que Alberto piense concreta la posibilidad de dimitir; esperar que Cristina Fernández ya no sienta que puede controlar el desmadre económico y menos el social que se avecinaba. Esperó con la calidad de un púgil técnico, maduro sin adolescencia, que sabe cuándo el rival tiene menos reflejos y piernas que aportar.
Casi abusivamente recurrió a su networking para hacerse de las primeras monedas e información privilegiada que acompañen un ordenamiento que no pudo explicar al detalle, pero que dejó en claro, no tiene nada que ver con la línea que el Presidente o la vice trazarían si tuviesen la posibilidad. Empresarios, sindicalistas, banqueros, productores agropecuarios, todos recibieron el llamado, todos escucharon primero el halago y después el pedido.
Massa evitó que su círculo íntimo arengue su llegada como si fuese una victoria (lo fue para él, pero tuvo que tener sus socios en la lona para llegar). Con moderación y sin ánimo de pelea, sus cercanos escucharon las notas del megáfono que portaba un empleado de la Rosada con la conocida “My heart will go on” de Celine Dion, con la que musicalizó nada más y nada menos que “Titanic”, en el momento que se retiraban de Casa de Gobierno para desembarcar en el Ministerio de Economía.
Sergio Massa es una incógnita en cuanto al lugar que ocupará en la historia argentina, pero es al mismo tiempo un elemento camaleónico de una ambición personal y deseo de reconocimiento de estilo maquiavélico en su accionar. Peligroso para todos nosotros o la llave para de una vez sacarle el candado a la Argentina encorsetada, esa a la que la grieta, el populismo y la mala administración llevaron a su reducción.
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