Diario de un confinado
26/03/2020 | 10:36 |
Adrián Cragnolini
Tenía que caernos encima una amenaza microscópica para sacudirnos ese individualismo patológico y depredador que estaba (está) amenazando la estabilidad de nuestro hogar común.
Y aquí estamos, adheridos unos a otros, aglutinados entre el temor y la esperanza. Ahora el diferente es el que se salta la cuarentena, aunque hasta ayer haya sido “de los míos”.
La pandemia no hace distinciones, caen en sus garras blancos, asiáticos y negros, débiles y poderosos, empoderados y empobrecidos, de cualquier ideología, de cualquier religión. Del hemisferio sur y del hemisferio norte.
Y, aunque a muchos les pese, nos ha metido a todos en el mismo saco, en un cambalache discepoliano que se va amalgamando hacia el interés común, recuperando una conciencia global como el mejor enfoque para superar la pandemia.
Ya hubiésemos querido que el aglutinador fuese un sueño y no una desgracia. Pero ése podría ser el siguiente paso: si la solidaridad de la especie logra ponerla a salvo, el pegamento podría mantenerse para plantearnos otros proyectos comunes. Ideas y necesidades hay muchas al respecto.
A TODOS NOS TOCA
Ahora lo puedo decir. En este momento, no debe haber ningún español que no tenga un familiar, un amigo cercano o un compañero de trabajo que no esté vinculado a un afectado de coronavirus. Y cada vez más, a un muerto cercano. No hay estamentos sociales ni geográficos ajenos a la pandemia. Pero también va creciendo notablemente la cantidad de pacientes dados de alta que han superado la enfermedad. Compartir el dolor y la esperanza también une.
AJUSTANDO LA CONVIVENCIA
La imagen lo dice todo, solo aclaro que es una nota colgada a la entrada de un edificio de viviendas. Nótese la elegancia con la que está redactada, pero se entiende, no?
Recordatorio antes de la despedida, no olviden seguir preguntando: "¿Cómo estás? ¿Cómo están?”
Hasta mañana, en casa, quédense en casa.