Diario de un confinado
08/04/2020 | 09:26 |
Adrián Cragnolini
Vivo en Madrid, casi a orillas del Manzanares, un curso de agua de caudal regulado que es algo más que arroyo y que no justifica su nombre oficial de Río.
Mi barrio se llama Colonia Moscardó, en el distrito de Usera, lugar elegido hace unas décadas para el establecimiento de la mayor comunidad china de la capital.
En sus calles se habla chino, se lee chino y huele a comida china, de la buena y auténtica, porque sus principales clientes son los mismos chinos.
Es un barrio multicultural, pero los chinos son el equilibrio social que lo distingue de otros. Gente tranquila, superficialmente amable, les cuesta integrarse pero siempre te reciben bien. Nuestros vecinos de la primera planta son de allí. Ni un solo problema.
A mediados de enero empezamos a ver sus caras de preocupación cuando los cruzábamos por las calles. Las noticias de Wuhan nos sonaban a nosotros lejanas y anecdóticas. Tardamos semanas en saber que a ellos les resultaban espantosas, porque accedían a información directa de sus familiares y amigos.
Durante las fiestas del año nuevo chino nos transmitieron su alegría contenida, desfilaron por las calles del barrio a bordo de sus carrozas y con los mejores atuendos.
Al día siguiente, la luz pareció apagarse. Notamos que paulatinamente cerraban sus restaurantes, sus rostros se cubrían de barbijos hasta dejar solo a la vista los ojos rasgados. Los chinos no son ruidosos, pero sus músicas se atenuaron.
A los occidentales empezaron a inquietarnos los datos de infectados y muertos por un virus indomable que empezaba a cruzar fronteras.
Un amigo español que es uno de los tantos enlaces entre ellos y nosotros, me despejó toda sospecha: “usando barbijos, ellos no se están protegiendo de nosotros, nos protegen a nosotros de ellos, porque pueden contagiarnos el virus, y están asustados porque no estamos tomando ninguna precaución”. Me quedé helado, y solo recuperé temperatura cuando supe apreciar su compromiso social, su respeto al prójimo, al diferente.
Ellos llevan muchas semanas más aquí con sus economías paradas, lo que no les ha evitado distribuir gratuitamente mascarillas en las bocas del Metro del barrio, justo cuando más escaseaban. Como si asumieran cierto complejo de culpa; desde mi punto de vista no deben asumir ninguna responsabilidad. Ellos no, sus gobernantes, seguro.
Han venido del otro lado del planeta, se arreglan a duras penas con nuestra lengua, exhiben su cultura con humildad, son respetuosos. Y acaban de darnos una muestra emocionante de sus valores humanos.
Son mis vecinos, los chinos.
Y MIENTRAS TANTO, EN TIERRAS DEL BREXIT…
“Con Johnson en terapia intensiva, nadie sabe quien dispone de los códigos nucleares, si los tiene a su vera o se los ha pasado a algunos de los ministros que se dan tortas por aparecer en la Casa de Papel en que se ha convertido el gobierno británico”
Extracto de un artículo titulado “Vacío de poder en el Reino Unido” , firmado por Rafael Ramos, corresponsal en Londres de La Vanguardia.
El de Downing Street, que se reía del coronavirus…
Hasta mañana, código nuclear mediante.