Diario de un confinado
15/04/2020 | 10:56 |
Adrián Cragnolini
Estamos en guerra contra el COVID19, nuestros sanitarios son héroes porque están luchando contra la enfermedad, tenemos un arsenal de equipos médicos para distribuir a los hospitales, que son el campo de batalla donde no bajaremos la guardia hasta haber derrotado al enemigo.
La pandemia ha revivido el vocabulario bélico en las expresiones políticas, periodísticas y en las charlas virtuales, tan de moda ahora.
No, esto no es una guerra, por más que algunas metáforas pretendan asemejarlo. No tenemos un enemigo visible con el que intercambiamos muertos y misiles, no hay daños materiales, las estrategias no las deciden generales ni coroneles, no hay obediencia debida, no hay espíritu militar, es cívico, no hay órdenes de ataque, hay protocolos de actuación científica, no castrense.
Recurrir a la épica guerrera genera en el inconsciente colectivo una etérea sensación de poder, de creerse en la posesión del valor suficiente para derrotar a un enemigo feroz e implacable. Como refuerzo del espíritu colectivo tendría cierto sentido.
Pero al mismo tiempo la terminología militar puede infundir y confundir a la opinión pública con necesidades que no son compatibles con los sistemas de resolución científica y política de estas emergencias sanitarias. Por ejemplo, el mando vertical, la obediencia debida, la disciplina antes que la lógica y el uso de unos símbolos (banderas, himnos) que delimitan el perímetro entre un “nosotros” y un “ellos”.
Y aquí y ahora, la salida más promisoria de esta amenazante encrucijada para nuestra especie, pasa por una cooperación internacional, integración que debería permanecer en el diseño de nuevos parámetros de convivencia entre todos “nosotros” y el entorno natural que nos rodea. ¡Cómo nos habremos alejado de esos modelos de vida que estas propuestas parecen sonar inocentes e ingenuas!
Y respecto a los héroes… en estas aciagas circunstancias, donde el miedo y el desconocimiento nos arrinconan, salimos a los balcones a aplaudir a médicos, enfermeros y auxiliares como si desfilaran soldados entregados a una causa patriótica que requiere de un valor desbordante de épica guerrera.
El valor del personal sanitario es otro, está provisto de sensibilidad, empatía y conocimientos. Ellos salvan vidas, no la quitan a un prójimo por ser enemigo.
Algunos profesionales, como mi amiga Elena de Tomás, cirujana del hospital madrileño Gregorio Marañón, rechazan llevar esos laureles “porque estamos haciendo nuestro trabajo, para eso nos hemos formado”.
Y además –y esta es mi opinión – Elena y buena parte de sus colegas de profesión se resguardan de una muy probable traición a corto plazo de los que hoy baten las palmas en su honor. Porque podrían ser los mismos que mañana les criticarán cuando salgan a la calle con sus batas blancas reivindicando a la hoy desguazada sanidad pública, cuando reclamen salarios dignos acordes a la importancia de prestar “servicios esenciales”, término que hoy no se les cae de la boca a políticos hipócritas que cuando esta emergencia se modere seguirán defendiendo los negocios privados por sobre la salud pública de la gente.
"Dejaréis de ser héroes cuando la gente no tenga miedo
Dejaréis de ser héroes cuando a los políticos les interese
Ahora sois carne de cañón, por eso os llaman héroes".
De la película “Senderos de gloria” dirigida por Stanley Kubrick en 1957.