Diario de un confinado
22/04/2020 | 10:50 |
Adrián Cragnolini
En España hay cinco millones de personas que viven solas.
Una tendencia que va en aumento en muchas capas de la sociedad, especialmente en los mayores de 50 años. Unos por propia decisión y otros por no tener opción. Pero unos dos millones tienen más de 65 años y tres de cada cuatro son mujeres.
No contamos aquí a los que pasan sus últimos años de vida en residencias de mayores, este es un tema que abordaré prontito, ya que constituye, se los adelanto, una tragedia añadida a la provocada por la pandemia.
Los mayores que viven solos se han vuelto especialmente vulnerables en estos tiempos de encierro. Son el principal grupo de riesgo, se les recomienda no salir a la calle y la mayoría lo acata, con una mezcla de responsabilidad y terror al contagio.
Quedan por lo tanto, a merced o bien de ayudas de sus vecinos o de las tecnologías de conexión para mantener sus vínculos con el exterior, tan vitales como hacer la compra de alimentos o medicamentos o tan sociales como charlar un rato con el panadero o la farmacéutica.
Respecto al uso de internet, muchos de estos ancianos apenas usan un celular para contactos elementales de voz. Pocos son capaces de manejarse con soltura con otros dispositivos. Y las plataformas de suministros básicos no se lo ponen fácil, parece mentira decirlo pero es así.
El perfil más vulnerable de estas mujeres y hombres solos se nutre de una situación económica justita, mayor de 75 años, con una educación básica, que si tienen acceso a la red, no saben/no quieren usarla y que viven en ciudades donde la indiferencia hacia el otro es más tangible. Los de pueblos pequeños tienen una contención mayor.
Sin embargo, no todo es penumbra; las redes sociales se han vuelto redes reales con iniciativas comunitarias espontáneas en las que voluntarios comprometidos les hacen la compra o sencillamente les ofrecen la conversación que alimenta el alma. Porque además, las cuidadoras que ayudan a muchos, salvo que sean internas, ya no pueden acompañarles.
Y estos tejidos de solidaridad cercana, el de puerta a puerta, ejerce de contrapeso a la realidad que les inocula una TV morbosa, que los deja expuestos a contenidos sensacionalistas. Imagínense ver en bucle el trasiego de féretros en pantalla, si además una voz en off les recalca que dentro de esas cajas hay gente de su edad.
En los barrios de las grandes ciudades, como Madrid, nuestros queridos viejos necesitan ayuda de sus vecinos para no caer en un doble aislamiento: la soledad domiciliaria y la soledad social.