Diario de un confinado
23/04/2020 | 11:04 |
Adrián Cragnolini
Podría llamarse Marcial, Antonia o Benito, tener unos 84 años y haber pasado sus últimos años en una residencia geriátrica de Madrid, Cataluña o cualquier otro lugar de España
Murió ayer en su habitación, solo, sola, sin atención médica ni de los auxiliares, con sus pulmones secos de aire, tras haber sido testigo días antes de agonías similares de sus amigos de mus o sus compañeras de baile.
Esta es la historia, tan cierta como anónima, de personas a las que el COVID19 se llevó en estos días.
Estos centros de atención a mayores se han convertido en un inesperado jardín de la muerte donde el coronavirus siembra su letalidad sin oposición, con gran parte del personal contagiado, de baja y sin suplencias, el descontrol de las autoridades sanitarias de las comunidades autónomas y la irresponsabilidad delictiva de los grupos empresariales que los gestionan.
Estos marciales, antonias o benitos, supervivientes de una infancia a bombazos, de una juventud en posguerra, de una dictadura que atragantó sus sueños de progreso y que en la década pasada tuvieron que aportar su escasa jubilación para ayudar a comer a sus hijos y nietos, arrasados por la anterior crisis, ni siquiera han podido despedirse de la vida con dignidad, víctimas de un perverso modelo de negocio donde el capital privado solo ve rentabilidad en un servicio tan sensible como necesario.
El triste e injusto adiós de Marcial, Antonia, Benito...
Ahora, cierren los ojos y multipliquen mentalmente uno de estos casos por 15 mil.
Hasta hoy, quince mil mayores de 75 años han fallecido en soledad por escasez de personal de asistencia, inhumados en soledad por las distancias sociales, registrados con la frialdad de un número en las desalmadas estadísticas.
La misma frialdad de este sistema que se ha dejado en manos de fondos de inversión o fortunas buitres que sin escrúpulos transforman el derecho a una muerte digna en una agonía miserable. Miserables.
EL LIBRO ARRINCONADO, UN SAN JORDI CONFINADO
Hoy es el Día Internacional del Libro, en coincidencia con las exequias de Miguel de Cervantes Saavedra y las muertes de William Shakespeare y de Inca Garcilaso de la Vega.
Con las librerías a puertas cerradas, se me ocurre que el mejor homenaje que podemos hacer, es reencontrarnos con algún viejo texto de nuestra biblioteca y repasar aquellas páginas que alguna vez nos emocionaron.
Posiblemente los catalanes estén haciendo lo mismo al no poder repartirse rosas y libros en el día de San Jordi, jornada en la que año a año sus calles se llenan de bullicio literario. Hoy, desde la Plaza Cataluña, se ve el final de Las Ramblas hacia el mar porque no hay gente, ni casetas de editoriales, ni autores firmando en ellas sus obras. Un vacío que acongoja.
Ni en la guerra civil pasó algo así, lo que da una idea de la magnitud que ha alcanzado esta emergencia.
Hasta mañana!
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