Día 46: ajo y agua

Como en todas las emergencias económicas, y la que se está viniendo es de las gordas, gordas, ha rebrotado en el ruedo ibérico el síndrome del paternalismo estatal, no porque el gobierno actual quiera imponerlo, sino porque parte de la sociedad lo pide con denuedo. Y ese apego a la dependencia parental no crean que viene solamente de las capas más perjudicadas de la sociedad, que alguna justificación tendrían.

Por aquí andan perdiendo su dignidad ideológica los adalides del libre mercado, exigiendo –cuando en realidad es rogando– que las arcas públicas salgan en auxilio de las caídas en desgracia de sus negocios, algunos productivos, otros claramente especulativos.

Contaron siempre con el apoyo de las marionetas políticas y mediáticas encargadas de reforzar ante la opinión pública la necesidad de un mercado fuerte y desregulado, sin presiones fiscales. “El dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente”, sostenían; como argumento falaz que justificara su aversión a contribuir a una caja de causas comunes.

“Hacienda somos todos”, se exponía hace unos años en una campaña que abarcó todos los medios españoles. No todos se sintieron involucrados.

La incoherencia los ha desparramado por la banquina. Todos ahora pidiendo que se les subvencione la caída en desgracia. Cuando venían con el turbo puesto, bocineaban con altanería para apartar del camino a los que defendían tributos graduales y solidarios para con el resto de la sociedad.

Ahora se pelean entre ellos para ver quién llega primero a chupar de la teta del Estado. Ahora necesitarían de unas reservas públicas que ellos mismos decidieron que no debían nutrirse.

El maravilloso refranero español acude siempre a sentenciar cualquier situación, y para este caso bien podría aplicarse...

“Ajo y agua”

A joderse y aguantarse.