Tensión
21/11/2024 | 09:59
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
Desde el inicio de la invasión a Ucrania en febrero de 2022, Rusia ha cruzado casi todas las líneas rojas del derecho internacional, violando flagrantemente la Carta de las Naciones Unidas, que prohíbe el uso de la fuerza contra la soberanía e integridad territorial de los Estados.
Este acto inicial de agresión fue acompañado de atrocidades documentadas, como los ataques indiscriminados contra civiles en Bucha y Mariúpol, masacres que podrían ser consideradas crímenes de guerra. Además, el uso sistemático de armas prohibidas, como bombas de racimo y misiles hipersónicos, va de lleno contra las normas internacionales.
En estos dos años, Rusia ha intensificado su estrategia mediante ataques a infraestructuras críticas, como plantas de energía y hospitales, buscando doblegar a Ucrania a través del terror civil, una táctica explícitamente prohibida por las Convenciones de Ginebra. Este jueves, de hecho, el lanzamiento de un misil balístico intercontinental contra Ucrania marcó un nuevo y peligroso precedente, dado que estas armas están diseñadas para la disuasión nuclear estratégica, no para conflictos convencionales.
Además, el Kremlin ha recurrido al envío de mercenarios del Grupo Wagner, notoriamente implicados en violaciones de derechos humanos, y ha involucrado a soldados norcoreanos, junto con el suministro de armamento por parte de Corea del Norte.
Estas acciones no solo violan sanciones internacionales, sino que también amplían la dimensión global del conflicto. La anexión ilegal de territorios ucranianos, como Crimea en 2014 y partes de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón en 2022, ha sido otra demostración de su política expansionista, condenada unánimemente por la comunidad internacional.
En este contexto, Ucrania, el país agredido, ha mostrado una resistencia extraordinaria, desafiando y cruzando a su vez las líneas rojas impuestas por Rusia. Una de esas líneas rojas fue el suministro de sistemas HIMARS por parte de Estados Unidos, que permitió a Ucrania llevar a cabo ataques precisos contra objetivos estratégicos rusos, modificando el rumbo de la guerra.
Otras líneas que atravesó Kiev fueron los ataques a Crimea, como el golpe al puente estratégico y a la base naval de Sebastopol, que expusieron la vulnerabilidad rusa en esta región anexionada; la incursión en Kursk que marcó también una ofensiva sin precedentes en territorio ruso; la llegada de cazas F-16, suministrados por Países Bajos, Dinamarca y Noruega, entre otros, que fortaleció la capacidad aérea ucraniana frente a la superioridad rusa. Y finalmente, el uso de misiles ATACMS, con capacidad para alcanzar objetivos en profundidad dentro de Rusia, autorizado esta semana por Joe Biden, ha escalado significativamente la estrategia defensiva de Ucrania, pese a las reiteradas amenazas del Kremlin.
En cada uno de estos episodios, las respuestas rusas han sido mayoritariamente retóricas, centradas en amenazas destinadas a disuadir a Ucrania y sus aliados. Sin embargo, la reciente aprobación del uso de ATACMS llevó a Moscú a escalar su discurso, con Vladímir Putin amenazando explícitamente con un ataque nuclear en Europa si la OTAN continúa apoyando lo que considera una "agresión directa".
A pesar de las reiteradas amenazas nucleares de Rusia, existe una línea roja que Moscú no se ha atrevido a cruzar (aún): atacar a un miembro de la OTAN.
Este jueves, Rusia declaró que la base de defensa antimisiles estadounidense en Redzikowo, Polonia, es un "objetivo prioritario". Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, calificó la instalación como una provocación desestabilizadora y advirtió que Rusia ha tomado medidas para garantizar la "paridad militar". María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores, fue aún más allá al afirmar que la base "está en nuestros objetivos para ser destruida". Esta instalación, parte del sistema de defensa antimisiles de la OTAN, ha sido objeto de críticas constantes de Moscú, que la percibe como una amenaza a su seguridad nacional.
Si Moscú llegara a atacar territorio polaco, las consecuencias podría ser devastadoras. El Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que establece que un ataque contra un miembro es un ataque contra todos, se activaría inmediatamente. Esto implicaría una respuesta colectiva de los 31 Estados miembros, incluidos Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania, llevando a una confrontación directa entre Rusia y la OTAN, con un alto riesgo de guerra a gran escala e incluso de un conflicto global.
La única vez que se activó el Artículo 5 fue tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, lo que marcó una intervención coordinada en Afganistán. Sin embargo, un ataque a Polonia abriría un escenario completamente diferente, donde la escalada militar podría derivar en el uso de armas nucleares, un desenlace que el mundo ha tratado de evitar desde la Guerra Fría.
Las escaladas como estas, alimentadas por amenazas constantes, han demostrado ser el preludio de los mayores conflictos de la humanidad. Rusia conoce el costo de cruzar esta línea roja, que implicaría probablemente su propia destrucción. Sin embargo, la creciente permisividad internacional frente a sus amenazas podría alentar decisiones aún más riesgosas. En un mundo que camina sobre hielo frágil, cada paso de Moscú y la OTAN define un futuro donde la diplomacia parece más necesaria que nunca, pero también más esquiva.
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