La Mesa de Café
21/09/2020 | 09:38 |
Adrián Simioni
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El gradualismo de Alberto también terminó
¿Se acuerdan del gradualismo de Mauricio Macri? ¿En qué consistió? Bueno, Macri asumió el gobierno con un problema gravísimo que había gestado Cristina Fernández: un déficit fiscal inviable, que había llevado a impuestos altos, que habían estancado la economía, y a emisión sin respaldo, por lo que había reaparecido la inflación.
Para eliminar ese déficit hacía falta muchísimo poder para obligar a los gobernadores peronistas, a la burocracia estatal y a la oposición que era mayoría en el Congreso a aceptar un ajuste.
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Un poder nuevo, pero chico
Pero Macri enfrentaba un dilema. Por un lado, tenía poco poder. Por el otro, el poder que tenía era nuevo. ¿Qué le convenía a Macri? ¿Usar ese poder nuevo pero escaso para encarar ya el ajuste? ¿O usar ese poder para tratar de ganar más poder y recién ahí encarar el ajuste?
Macri optó por lo segundo. Y eso se llamó gradualismo. La idea de ir haciendo el ajuste muy de a poquito, mientras trataba de consolidar su poder.
Y no le fue bien. No atacó el déficit y optó por financiarlo con deuda, porque ya no daba para más impuestos ni para más emisión.
Todo estuvo muy lindo hasta que, por desconfianza, los prestamistas dejaron de prestarle. Entonces Macri tuvo que encarar el ajuste no porque lo hubiera decidido sino porque no le quedó otra. Pero para entonces ya no tenía más poder que al principio. Tenía menos, y estaba desgastado. Su pólvora se había mojado.
Un poder nuevo, pero ajeno
Con Alberto Fernández está pasando algo parecido, en el plano político.
Fernández asumió la presidencia con muchísimo poder. Diecinueve provincias son propias, domina casi todos los partidos del conurbano, en el Congreso tiene sólida preeminencia y sus militantes y ñoquis, después de tantos años, dominan todo el aparato estatal, desde las universidades hasta la oficina de Anses del último pueblo de Formosa.
Pero ese poder no es de él. La mayor parte es de Cristina Fernández y sus talibanes. El resto se reparte entre gobernadores, intendentes y aliados como Sergio Massa.
Al asumir, Fernández tenía dos caminos. Uno era traicionar al cristinismo, convocar al sector privado para que invierta y generar una nueva alianza con sectores del empresariado, el sindicalismo y la oposición para continuar el ajuste iniciado por Macri, o asumirse como un mero empleado de Cristina Fernández, revertir lo que Macri había dejado a medio hacer y dejar que se radicalizara el caos económico liderado por un Estado quebrado que iniste en repartir riquezas que no existen porque nadie ha invertido ni trabajado.
Una oportunidad ya pasó
El Presidente nunca fue claro al respecto. Esto nunca se puso sobre la mesa de la discusión. Pero ahí nomás estuvo claro que Fernández no iba a confrontar de inmediato con Cristina. Como Macri, tenía un poder nuevo, pero no era un gran poder.
Un gran sector de la política y la economía argentina pensó entonces que Fernández, como Macri, iba a optar por el gradualismo. Un gradualismo político: usar su limitado poder primero para incrementarlo y consolidarlo. Y recién ahí hacer lo que había hacer.
Se pensó que esto iba a suceder cuando Alberto arreglara el default con los bonistas. Que eso, por un lado, impondría a su gobierno criterios de racionalidad económica. Y que, por otro, sería un primer éxito que lo afirmaría como presidente y le permitiría ganar autonomía respecto de Cristina. Sería el momento de independizarse de Cristina.
Pero eso no sucedió, al menos hasta ahora. Tal vez fue porque Fernández nunca tuvo esos planes y quienes esperaban que lo hiciera simplemente se comieron el amague. Tal vez fue porque Alberto y Cristina pactaron que, antes de poder gobernar, Alberto tiene que garantizar que se caigan las causas por corrupción. Tal vez fue que la pandemia destruyó todos los planes.
¿Qué hacemos hasta 2024?
Lo cierto es que el gradualismo político de Fernández, como pasó con Macri, parece agotado. Con un agravante. A Macri le quedaban dos años de mandato cuando la realidad le tumbó los planes. A Fernández le quedan más de tres.
Su debilidad política le impidió desde que asumió tratar de poner las cuentas públicas en orden. La pandemia lo obligó a descalabrarlas aun más. Fernández no ha podido expresar un plan y, por lo tanto, es un líder que no dice para dónde quiere ir. Tampoco conduce el Estado, donde los ministerios están loteados entre los distintos aliados del Frente de Todos, que a veces tienen ideas opuestas sobre lo que hay que hacer. Incluso un mismo ministro se contradice entre un párrafo y otro. Y, encima, la necesidad de impulsar medidas de control de la Justicia para satisfacer a Cristina lo aísla de la oposición.
Menos confianza que antes
Este agotamiento del gradualismo de Alberto es lo que está detrás de la pérdida de reservas del Banco Central, de la huída de empresas, de la inflación que toma impulso, de la cantidad de gente joven y no tanto que sueña o planea irse del país.
Igual que cuando a Macri se le acabó el carretel del gradualismo, Fernández también está más débil que cuando empezó, y está en peores condiciones de crear un alianza nueva. Los sectores económicos confían menos que antes en su capacidad para crear un poder capaz de racionalizar la economía argentina. Y la oposición moderada, por ejemplo los sectores de Cambiemos representados por Rodríguez Larreta y los gobernadores radicales, confía menos que antes en su capacidad para aislar al talibanismo autocrático del cristinismo.
¿Qué hará Fernández? ¿Hará como Macri?¿Tratará de hacer ahora lo que no hizo antes, cuando tenía más chances de pegar un golpe sobre la mesa? ¿O se resignará a dejar que las cosas sigan por este rumbo, con impredecibles consecuencias económicas e institucionales?
Esa es la nafta de la tremenda incertidumbre que hay en la Argentina, justo en el momento en que menos la necesitamos.
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