La Mesa de Café
18/04/2023 | 11:30
Redacción Cadena 3
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¿Pistolas? ¿Cocaína? Todo al paso en Ciudad del Este
-¿Electrónica?
-No, gracias.
-¿Cubiertas?
-No
-¿Celulares baratos?
Ya ni siquiera contestamos. A cada paso, uno, dos o tres hombres se ponen a la par y comienzan a recitar toda clase de ofertas.
Es lunes, la llovizna no da tregua, pero en Ciudad del Este la vida comercial no se aplaca ni un milímetro.
En este momento, poco antes de las 10 hora local (una menos que en Argentina) el "puntero" de ocasión que no deja de ofrecer e insiste un poco más, en medio de una insistencia que a veces parece no tener fin.
-Y entonces, ¿qué estás buscando?
-Estoy mirando.
-¿Mirando? -dice el "puntero" y pone cara de cómplice. Acerca aún más su rostro al oído y apunta: ¿Estás buscando una 38?
No hace falta que se explique. En Ciudad del Este nadie abusa de las palabras. Sólo una o dos palabras bastan para saber de qué se está hablando.
-¿A cuánto tenés la 38? -no es necesario aclarar que nos estamos refiriendo a una pistola.
-Te la puedo conseguir a 300 dólares. Seguime que vamos a hablar con el patrón. ¿Querés cocaína? También. Nosotros te pasamos todo al otro lado de la frontera. ¿De qué parte de Argentina sos?
-De Córdoba.
-¿A cuánto está la cocaína allá?
-Depende, si está cortada o no.
-Tenés que hacer el contacto con el patrón. Seguime.
La caminata es breve, justa, como las palabras. Hacemos unos 100 metros desde que arrancamos e ingresamos en un local comercial de venta de aparatos electrónicos. Está sobre la vereda, en frente de la feria informal que todo parece taparlo. Adentro del local, sólo hay tres empleadas y dos hombres. Ningún cliente. Nadie se inmuta.
-Pasá, acá está el patrón, tenés que hablar con él -enseña el "puntero".
Al fondo del local, un patovica abre la puerta. Adentro está él y sentado detrás de un escritorio, se observa al corpulento hombre de mirada firme al que llaman "patrón". El "puntero" entra y apura al desconocido.
Todo ocurre en una fracción de segundos. En medio del local en el que solo hay empleados, vemos la puerta abierta, al patovica y al "puntero" ya adentro de la pieza y al patrón enorme sentado. Apenas pasemos, esa puerta será cerrada, seremos cacheados y nuestra identidad de periodista saldrá a la luz. Mejor es salir de allí cuanto antes. Y así lo hacemos.
-Dejá, yo no entro ahí -media vuelta y regresamos a la calle.
A la media cuadra nos alcanza un hombre de más de 50 años, que estaba adentro del local junto a las empleadas. Ahora, por primera vez habla.
-Dejame un contacto, nosotros te llamamos. Tenemos base en la villa 1-11-14 (en la ciudad de Buenos Aires) y de ahí te mandamos lo que necesites.
Para llegar desde Argentina hasta Ciudad del Este, en el Paraguay, hay que atravesar el Puente de la Amistad que une la ciudad brasileña de Foz de Iguazú a través del río Paraná.
Para salir de Brasil solo basta con asomarse al enorme puente y comenzar a caminar. Absolutamente nadie pedirá ninguna documentación. También se puede contratar a alguna de las centenares de motos amarillas que pululan en ese lugar y que te llevan de un lugar a otro del puente por solamente 20 reales.
Pero caminar por encima del Paraná demanda no más de 10 minutos y significa toda una experiencia para los sentidos. Personas que van y vienen con enormes bultos, mientras los camiones, autos y las motos pasan a ras de los peatones sin que nadie se sienta incomodado.
Al poner un pie en Ciudad del Este el panorama cambia por completo. Al elevar un poco la vista ya se observan enormes edificios, shoppings de varios pisos rodeados por una infernal feria a cielo abierto en la que se consigue absolutamente de todo.
Si bien en el ingreso hay un puesto de Migraciones que invita a dejar registro de que uno está ingresando en ese territorio nadie se da por enterado de quiénes son las personas que entran y salen por ese punto. Ahí la frontera parece directamente no existir, como si se tratara de una mera marca burocrática del capricho de quienes rayaron los mapas.
Pasamos caminando y nos adentramos en territorio paraguayo sin que absolutamente nadie de ese país, de manera oficial, estuviera enterado. Sí se se dieron cuenta muy rápido los cientos o miles de punteros que en cada esquina se te acercan y casi murmurando te empiezan a preguntar qué estás buscando.
Aparatos electrónicos, cubiertas, ropa, zapatillas que parecen de marca pero que no lo son, carteras, valijas, anteojos, accesorios de celulares y hasta picanas eléctricas.
Estos "punteros" te ofrecen llevarte a los lugares de la feria donde todo parece original, pero nada lo es. Y también, a los subsuelos. La oferta para comprar un arma se replicó a unos mil metros de allí, cuando un hombre se acercó y nos ofreció ir a un local comercial en el que se vendían perfumes. Una perfumería muy bien puesta que tenía una escalera hacia el sótano.
"¿Querés una Bersa, una Thunder Pro (pistolas 9 milímetros como las que utiliza la Policía)? ¿Cocaína?", preguntó como si estuviera vendiendo alfajores de distintos gustos.
La pistola, dijo, la podían vender a 30 mil pesos. También aseguró que ellos se ocupan de pasarla por la frontera. Eso sí, había que bajar a hablar con el "patrón" (otro "patrón") para hacer contacto. Prometimos analizar el ofrecimiento y regresar en otra oportunidad.
A los pocos pasos, un nuevo vendedor nos cruzó. Estiró la mano y nos mostró un blíster de pastillas azules. Dijo que era Viagra. En Ciudad del Este, al parecer, todos nos veían cara de estar pocos armados.
También nos ofrecían píldoras para cualquier tipo de afección, cintos de dudoso cuero, capas para la lluvia y hasta nos tentaban con jugar allí, en medio de la feria, a una suerte de ruleta electrónica. Son pequeñas máquinas de juego electrónico dispuestas en medio de los puestos de venta de zapatillas "truchas" o de camperas que simulan ser de marca.
Entre todo esto, otra vez se nos acercó el hombre que vendía picanas eléctricas. Cuando nos mostraba cómo funcionaban, por instinto dábamos un salto hacia atrás. Primero, dijo que costaba 7.000 pesos. No hizo falta que contestábamos. Bajó a 6.000 y cerró en 5.000. El trato al final no se formalizó.
Toda esta feria informal, pero sumamente estructurada, funciona a los pies de los grandes shoppings, como Monsalisa o París. En Ciudad del Este estos faraónicos edificios de mármol y granito tienen enormes tiendas que presentan todo en dólares: desde chocolates hasta zapatillas, pasando por papas fritas, cañas de pescar, remeras y carteras de las marcas más famosas del mundo. Etiquetas que hoy son privativas para el bolsillo de la media de los argentinos.
"Acá los argentinos solamente vienen a llorarnos", dijo una vendedora cuando nos observó tiesos frente a la etiqueta de un vino.
Al poner un pie en la calle, estas mismas marcas, pero falsificadas, son ofrecidas allí mismo. En Ciudad del Este, todos los bolsillos están contemplados. Aunque, también es cierto que de a poco cada vez son más los negocios que se rehúsan a aceptar moneda argentina.
De manera histórica, en la Triple Frontera conviven el peso argentino, el real brasileño y el guaraní paraguayo. Pero esta vez, en diferentes comercios se indicó que ya no aceptaban dinero celeste y blanco porque "perdía valor rápido". "No te enojes, campeón del mundo", agregaban al final de la negativa. No se sabe si era un consuelo o una fina ironía.
Pese a que los argentinos ya no viajan para arrasar con las compras, como sucedió décadas atrás, aún continúan yendo a buscar algunas ventajas en Ciudad del Este.
Los aparatos electrónicos, como las computadoras y los celulares se pueden encontrar a precios más económicos que en los comercios de Argentina. La comparación, en ambos casos, se refiere a tiendas oficiales.
Pero en estos tiempos la gran vedette de las compras de los argentinos son las cubiertas. Hoy una cubierta de un rodado 14 se puede conseguir por 35 dólares, o sea que cambiar las cuatro ruedas de un auto de media gama puede costar entre 100 y 120 dólares con el cambio incluido, si es que se regatea el precio.
En esta parte de Paraguay, todo se regatea, tanto en los negocios de cubiertas como en esta enorme feria a cielo abierto. El ticket no existe para la mayor parte de estas transacciones. Casi todo se reduce a un trato que se negocia allí mismo.
Lo mismo sucede si nos tomamos un taxi. Ahí no existe el comprobante, no existe la boleta y todo el precio se acuerda con el conductor al momento en que le hicimos señas.
Ciudad del Este tiene un pulso frenético. En este sector de shoppings y ferias, en el que conviven lo legal y lo ilegal, lo auténtico y lo falsificado, en donde por momentos los varones parecen ser el único género presente, todos están haciendo algo: negocios, mirando, aparentando, vigilando...
Más de un vendedor nos explicó, con cara de que allí no había lugar para los buenos modales, que en Ciudad del Este las preguntas de los periodistas no eran bienvenidas.
A los gestos le siguen las formas. Existe un verdadero ejército paraoficial. Guardias privados que se paran en la puerta de los locales con armas de guerra que exhiben sin ningún pudor. Pese a que todos repiten que allí "no pasa nada", que no hay robos, la presencia de los vigilantes con fusiles dan la pauta de que en Ciudad del Este lejos está de respirarse un clima de tranquilidad.
El estado de alerta no cesa ni siquiera cuando en medio de la lluvia, a las 15 la mayor parte de la feria comienza a bajar las persianas y a esconder en tiempo récord a los enormes bultos de mercadería. Ciudad del Este se levanta temprano, pone todo a la venta y en un chasquido, se cierra hasta el otro día. Aunque de manera subterránea y clandestina, todo continúe más activo que nunca.
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