La Mesa de Café
08/07/2020 | 14:28 | Pablo Beecher, periodista de Lu12 AM 680 Radio Río Gallegos, contó parte de su historia en una carta que se hizo viral. "La corrupción mata directa o indirectamente", dijo en Mesa de Café.
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Tras el asesinato del ex secretario de los Kirchner, Fabián Gutiérrez, muchos interrogantes comenzaron a rodear su figura. ¿Quién era antes de ingresar a la política? ¿cómo era su familia? ¿cómo hizo tanto dinero?
En estas circunstancias Pablo Beecher, periodista de Lu12 AM 680 Radio Río Gallegos, decidió escribir una carta en la que da algunos detalles de la infancia y adultez del ex funcionario quien comenzó su carrera en Río Gallegos.
“Conocí a Fabián Gutiérrez cuando era muy chico. Yo tenía 12, 13 años. Él era algunos años menor. Iba seguido a la casa de la familia Puig porque Marcos era mi amigo, en calle Malaspina. Los chicos del barrio, todos más grandes, no dejaban que los más chicos se sumaran, típico. Cuando él salía a la vereda, algunos lo retaban para que volviera a entrar. Como me parecía injusto, no participaba de eso, me acercaba y lo saludaba”, comienza la misiva que fue publicada en redes sociales y que se hizo viral.
A lo largo del mensaje, Beecher hace hincapié en el papel que cumplió la familia y sus seres queridos en no llamarle la atención que Gutiérrez se enriqueciera tanto en tan poco tiempo.
"Hay parte de la familia que sabe que fue de forma ilícita. A dónde estaban esos padres y ese grupo, que en definitiva son todos testaferros y disfrutaron de este circo de dinero”, dijo en Mesa de Café.
Al ser consultado sobre por qué decidió escribir esa carta, el periodista aclaró que lo hizo al sentirse “harto e indignado” como ciudadano de Río Gallegos.
“Yo soy cuarta generación de una familia pionera y lo poco o mucho que se creó fue a fuerza de tesón. Uno ve estos crecimientos rápidos y eso tiene que ver con las complicidades", expresó.
Si bien en la carta no lo menciona, Beecher fue a la misma escuela que Gutiérrez: el Colegio Salesiano de Río Gallegos.
“Él iba a dos o tres cursos menos. Por qué una familia elige un colegio religioso. Tiene que ver con los valores y la formación", comentó.
Y agregó: "Estoy dolido con la Justicia porque, si funcionara mejor, nos evitaríamos estos sucesos que son tristes”.
Uno de los pasajes más fuertes que describe en la carta es cuando él y unos amigos visitaron una casa de antigüedades que recién abría sus puertas en El Calafate.
“Había una vieja caja fuerte en perfecto estado. Pregunté por ella y la propietaria me dijo: ‘Está reservada. No puedo venderla. Fabián’. Mi ingenuidad me llevó a este comentario: ‘Evidentemente entre clientes no distinguís uno corrupto de otro que no lo es’. Y su respuesta, contundente, explica lo que ya era nuestra nueva idiosincrasia: ‘Es un muy buen cliente’. No había más nada que decir”, describe en el escrito
Otra de sus potentes anécdotas sucedió cuando, en 1996, Beecher se recibió y volvió a Río Gallegos. En ese momento, fue a Casa de Gobierno a pedir una entrevista con el gobernador para conseguir un empleo.
Fabián Gutiérrez lo recibió en el despacho de Néstor Kirchner -quien era gobernador en ese momento- y le recibió su currículum bajo la promesa de que iban a avisarle. “Me llamó poderosamente la atención que se sentara en el sillón del gobernador”, describe en el escrito.
“Me llamó la atención porque no lo veía desde la infancia y porque estaba sentado en el sillón del gobernador. Nunca me llamaron. Al poco tiempo conseguí trabajo en otro lugar, la carrera se inició y siguió. Me llamó la atención la soberbia y hablamos del año 96”, explicó.
Finalmente, la carta termina con una reflexión acerca de cómo las personas que estaban a su alrededor terminaron corrompiendo a Fabián Gutiérrez. “A Fabián lo corrompieron sus superiores y pares. Fabián además eligió corromperse y su entorno más íntimo acompañó esa decisión por beneficio propio. Esta es la hipocresía de buena parte de nuestra sociedad”, culmina la publicación.
A continuación, la carta completa:
Conocí a Fabián Gutiérrez cuando era muy chico. Yo tenía 12, 13 años. El era algunos años menor. Iba seguido a la casa de la familia Puig porque Marcos era mi amigo, en calle Malaspina. Los chicos del barrio, todos más grandes, no dejaban que los más chicos se sumaran, típico. Cuando él salía a la vereda, algunos lo retaban para que volviera a entrar. Como me parecía injusto, no participaba de eso, me acercaba y lo saludaba. Y así nos saludamos durante años, cada tanto, como sucede cuando uno se cruza en la calle a un conocido.
En 1996, cuando volví recibido de la Universidad, fui a Casa de Gobierno a pedir una entrevista con el gobernador porque existe una ley que garantiza un empleo para los profesionales de Santa Cruz que buscan su primer trabajo.
Me recibió él, Fabián, como secretario privado de Néstor Kirchner. Le comenté que anhelaba agendar una reunión y me dijo que le dejara el curríiculum, iban a avisarme. Me llamó poderosamente la atención que se sentara en el sillón del gobernador. En fin... Nunca me llamaron, luego conseguí otro trabajo y la vida siguió adelante.
Unos años después lo veíamos como secretario de Cristina, ya en Buenos Aires, con un nivel de vida y negocios desproporcionados con respecto al ingreso normal de un secretario raso, que proviene de una familia sencilla y con apenas el secundario finalizado.
Desde ese momento volvimos a cruzarnos muy raras veces, intentaba saludarme, pero yo prefería ignorarlo. Desprecio la corrupción y desprecio a este tipo de sujetos. Es más fuerte que yo.
Más adelante se desvinculó de su labor pública en Presidencia y ya comenzaba a ostentar su extraordinario buen pasar económico, siempre desproporcionado, con inversiones imposibles de justificar en todo sentido, locales, hoteles, concesionarias. Asomaban las primeras denuncias por enriquecimiento ilícito e informes televisivos. Mi desprecio, como imaginarán, era aún mayor.
Un día, de paseo por El Calafate, visité con amigos un local nuevo de muebles modernos y antiguos. Había una vieja caja fuerte en perfecto estado. Pregunté por ella y la propietaria me dijo: “Está reservada. No puedo venderla. Fabián”. Mi ingenuidad me llevó a este comentario: “Evidentemente entre clientes no distinguís uno corrupto de otro que no lo es”. Y su respuesta, contundente, explica lo que ya era nuestra nueva idiosincrasia: “Es un muy buen cliente”. No había más nada que decir.
Me alegré mucho cuando a raíz de la causa “Cuadernos” Fabián se vio obligado a confesar lo que sabía, además de su complicidad en múltiples actos de corrupción. Al mismo tiempo me daba lástima.
Cuando supe del triste y trágico final el viernes por la noche vinieron a mi memoria todos estos recuerdos.
La familia nos pidió “respeto, empatía y paz” a los medios de comunicación. Los respeto mucho. Imagino el dolor que están atravesando. Entonces yo también voy a pedirles algo, una sola cosa: sensatez. No los conozco. No soy juez, tampoco moralista, simplemente como ciudadano de Santa Cruz…Sólo algunos interrogantes: nunca les llamó la atención el crecimiento desmedido, grosero, de su ser querido?; no cuestionaron el origen de tanto dinero fácil para un secretario raso?. Si no lo hicieron y disfrutaron de esa bonanza artificial, fueron cómplices desde el primer momento. Tan sencillo como esto.
Ahora es el momento de las especulaciones políticas. Es muy probable que el móvil no sea político. Lo confirmará la investigación. Una trama de drogas y relaciones peligrosas, pero hay algo cierto también: La corrupción mata.
A Fabián lo corrompieron sus superiores y pares. Fabián además eligió corromperse y su entorno más íntimo acompañó esa decisión por beneficio propio. Esta es la hipocresía de buena parte de nuestra sociedad.
Ojalá ese niño que salía a la vereda a jugar hubiera tenido otra suerte.
La corrupción mata. Que el árbol no nos tape el bosque.
Entrevista de Miguel Clariá.