La otra mirada
18/05/2020 | 09:19 |
Fernando Genesir
Audios
Un recreo con sensaciones encontradas
No fue un fin de semana más en Córdoba. Fue distinto, muy distinto a los últimos ocho fines de semana.
Y lo fue simplemente porque cientos de niños, al fin, pudieron salir a la calle. Y estaban felices.
La primera salida autorizada para los más chicos, de una hora de duración y hasta un máximo de 500 metros del domicilio fue una explosión de alegría.
Es muy difícil transmitir todas las sensaciones que vivieron ellos y nosotros, los padres.
Pero claramente se respiraba otro aire.
No hacía falta ningún juguete, ninguna bici, ningún monopatín, ninguna pelota, ningún skate.
Hacía falta salir, saltar, caminar, correr, pasear, mirar, observar, cruzar la calle, cruzar ese límite que separa la casa del mundo.
Obviamente, nos pusimos barbijo y nos sacamos una selfie. Esa foto que no podía faltar.
"Al fin", fue lo primero que dijo mi hija cuando saltó al pavimento, con una alegría tan grande que no entraba en su cuerpo.
¿Cómo te sentís? le pregunté al mayor. Y respondió simple y contundente: "¡Feliz!".
Antes de salir, esos 500 metros eran un salto al infinito y más allá.
Como cuando nosotros éramos chicos y dar la vuelta a la manzana en bici era como dar la vuelta al mundo. Y dábamos varias vueltas al mundo, hasta que tu vieja te llamaba para comer.
Y ellos salieron a ver cómo estaba el mundo, qué había allá afuera después de dos meses de encierro.
Sus ojitos curiosos no dejaban de observar la nueva normalidad: barbijos, distancia, alcohol, ausencias, silencio.
Contentos pero al mismo tiempo sorprendidos me decían "es como que falta algo".
Sí, respondía yo. Falta mucho, pero también soñando que falta menos para una nueva normalidad.
Fue un sábado completo.
Si hasta el tiempo nos regaló un día de primavera que, a la hora de la salida permitida, ya era un día de verano.
Había tanto sol, que sus rayos pintaban cachetes colorados en las caritas de los chicos.
Había tanta energía acumulada, que brotaban gotitas de sudor en las frentes y en las mejillas.
Y también había mucha ansiedad y un gran deseo de cruzarse, aunque sea de lejos, con algún amigo o alguna compañera del cole.
Así fue como se generó una especie de tránsito fluído de pequeños y adolescentes que iban y venían acompañados por papás y mamás.
No le faltó nada a un sábado que había empezado distinto con el regreso del fútbol alemán y el partido entre el Borussia Dortmund y el Shalke 04.
Vaya desde aquí mi agradecimiento a la única estadista que hay en el mundo: doña Angela Merkel.
Gracias a ella y al cumplimiento de un protocolo estricto, volvió el fútbol.
Ya se sabe, uno necesita fútbol. Y ya estábamos cansados de ver la mejores jugadas de Maradona, todos los goles de Messi, los mejores partidos de la Champions, repetición tras repetición.
El sábado cambió todo: volvió el vivo y directo.
Sin público, pero fútbol al fin.
Los jugadores otra vez saliendo a la cancha, el árbitro otra vez dando el pitazo inicial y la pelota, al fin, otra vez rodando.
Cómo habrá sido la necesidad de fútbol, que mi hijo puso la alarma de su reloj para no perderse el partido entre el Leipzig y el Friburgo.
La verdad, no importaba quién jugaba.
Importaba recobrar esa sensación de cierta vuelta a la normalidad, de que algunas cosas se parecen un poco a como eran antes.
Como escribió la colega Adriana Santagati en Clarín, "si algo tengo que agradecerle al Covid, es habernos hecho revalorizar miles de pequeñas cosas que asumíamos normales, pero son en sí mismas hechos extraordinarios por los que agradecer".
Pero también agregó que lo del sábado "fue un atajo" y que "esto no es el final del túnel sino apenas un desvío breve que se abre a mitad del camino".
Quizá porque los chicos perciben todo, volvieron felices pero se quedaron con gusto a poco.
Ellos saben que "la nueva frontera se ha desplazado hasta la puerta del domicilio privado".
Así lo escribe Paul Preciado: "Lesbos empieza ahora en la puerta de tu casa. Y la frontera no para de cercarte, empuja hasta acercarse más y más a tu cuerpo. Calais te explota ahora en la cara. La nueva frontera es el barbijo. El aire que respiras debe ser solo tuyo. La nueva frontera es tu epidermis. El nuevo Lampedusa es tu piel".
Los chicos perciben que "ahora somos nosotros los que vivimos en el limbo del centro de retención de nuestras propias casas".
Y lo perciben porque siguen encerrados y porque ellos, como nosotros, saben que lo de este fin de semana fue solo un recreo, una especie de fantasía, y que la vida no es eso.
La vida es libertad, sin reloj y sin metros.
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