Grandes del Deporte
28/03/2021 | 14:58 | El ex enganche pasó del potrero a la primera de Ferro sin escalas. Fue un hábil e inteligente volante creativo, con vocación de área que brilló en Boca. Escuchá o leé su recorrido.
Jorge Parodi
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Alberto Márcico, un talento de potrero
Alberto Márcico no necesitó educar su talento en divisiones inferiores.
Pasó del potrero a la primera de Ferro, sin escalas previas.
Con 19 años ya lo sabía todo y su magia hizo el resto.
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Solo necesitaba de un maestro como Carlos Timoteo Griguol para adaptar su juego, al fútbol profesional, en Ferro, un equipo que hizo historia desde Caballito y para todo el país.
Timoteo le dio la batuta, para que, sin teoría, ni solfeo previo, dirigiera la sinfónica verde siguiendo las órdenes de su oído futbolístico absoluto e innato, que le ponía música a un esquema eficaz y afinado.
Alberto José Márcico fue un hábil e inteligente volante creativo, con vocación de área.
Sabía defender la pelota con sus pies hábiles como escudo y con el cuerpo como armadura.
Amado en Ferro, admirado en el Toulouse de Francia, idolatrado en Boca y muy querido en Gimnasia, donde cerró su carrera.
El Beto nació en Corrientes, el 13 de mayo de 1960. Su padre era capitán de una embarcación de cabotaje y vivió junto a su familia en la provincia mesopotámica hasta que Alberto tuvo unos pocos meses.
Después, la familia se mudó a Barracas, juntos a sus padres y sus 7 hermanos, uno de ellos mellizo.
En sus potreros de Barracas nació el Márcico jugador.
En el bar El Pensamiento aprendió sobre la vida.
El Colegio República de Bolivia, su trabajo de cadete en un laboratorio y la pelota omnipresente marcaron su infancia.
Se crio en los potreros y jugaba en las villas por dinero.
De adolescente era hincha fanático de Boca. Con unos amigos se fue, sin que su madre lo supiera, a Montevideo, donde vivió a pura emoción la primera consagración en la Copa Libertadores de 1977 frente a Cruzeiro.
Cuando tenía 19 años se fue a probar a Ferro, lo pusieron en un amistoso a poco del final del partido, ingresó y metió un gol impresionante. El club de Caballito lo recibió con los brazos abiertos.
Bajo la presidencia de Santiago Leyden, Ferro era en los 80 un club ejemplar en lo social y protagonista de la Liga Nacional de básquet y de los torneos de fútbol de la AFA.
El técnico de primera, Carlos Timoteo Griguol, lo adoptó enseguida.
El Viejo Timoteo fue su maestro y su guía.
Entre 1980 y 1985 formó parte de un Ferro excepcional, el mejor de su historia.
En 1981, el equipo de Caballito fue subcampeón del Boca de Maradona y del River de Kempes en el Metro y el Nacional respectivamente.
Le ganó el puesto al uruguayo Julio Cesar Giménez y se consagró campeón de los Nacionales de los años 1982 y en 1984, en este último torneo invicto.
Lo eligieron Olimpia de plata como el mejor jugador argentino de ese año.
En una de las finales le pegaron un baile memorable al River de Alonso y Francescoli: Ferro ganó el partido de ida por 3 a 0 y todos los medios coincidieron en ponerle 10 puntos al Beto.
Esa noche Ferro formó con Basigalup; Agonil, Cúper, Marchesini y Garré; Arregui, Brandoni y Cañete; Noremberg, Márcico y Gargini.
En Toulouse, la ciudad “Rosa” por el color de los ladrillos de sus construcciones, Márcico brilló entre 1985 y 1992.
Un equipo de media tabla, que con la magia del Beto fue tres veces tercero en la Liga de Francia.
Allí dejó su impronta y su fútbol exquisito.
En Francia le ofrecieron una fortuna y quedarse para toda la vida, para retenerlo.
Boca lo quería y él quería a Boca. En 1992 no pudo resistirse a la oferta del club de sus amores y de sus desvelos.
Una vez más el amor fue más fuerte.
Jugar en Boca era su sueño de Pibe y Márcico regreso a la Argentina.
Con él, Boca volvió a ser campeón en el Apertura del 92, después de 11 años, con el equipo del Maestro Tabárez.
Ese equipo formaba con Navarro Montoya, Soñora, Medero, Giuntini y McAllister. Claudio Benetti, Blas Giunta y Carlos Tapia. Cabañas, Márcico y el Betito Carranza.
Con su fútbol el Beto se ganó el corazón de la 12 y fue protagonista en aquel título que se concretó en un controvertido partido ante San Martin de Tucumán con un gol del cordobés Claudio Benetti.
Durante varios años Márcico fue la referencia de un Boca con altibajos, que tenía un plantel dividido en la disputa interna entre halcones y palomas.
En 1995 llegaron Mauricio Macri como presidente y Carlos Bilardo como DT.
El Narigón no lo tenía en sus planes y el Beto se tuvo que ir.
Carlos Griguol, su querido Maestro, lo convenció y formó parte de un gran Gimnasia de La Plata, donde comenzó a despedirse del fútbol en un altísimo nivel futbolístico.
Otro gran equipo al que el título se le escapó por muy poco en el Clausura del 95, en la última fecha, en el que el Beto marcaba el camino.
Con la camiseta del Tripero fue protagonista del histórico 6 a 0 al Boca de Bilardo, en la reinauguración de la Bombonera.
La venganza fue terrible.
La Selección no fue su obsesión, ni su vocación, ni su lugar en el mundo.
Jugó unos pocos partidos, pero el brillo de Maradona bloqueó cualquier intento de instalarse en el plantel y de consolidarse como titular.
Después de su retiro, en 2003 tuvo un pasó fallido como DT de Nueva Chicago.
Luego, por poco tiempo, fue ayudante de campo del Maestro Tabárez.
Finalmente su tarea como empresario inmobiliario y su vida entre Buenos Aires y Francia terminaron atrapando todo su tiempo.
Alberto José Márcico fue un talento de potrero.
Pasó sin escalas, ni inferiores, a jugar en primera con casi 20 años de edad.
Sólo necesito a un Maestro como Carlos Timoteo Griguol para adecuarse al fútbol profesional.
Su magia hizo el resto.
El Beto manejó la batuta de todos los equipos en los que jugó.
No requirió ni de la teoría, ni del solfeo. Es que Márcico tenía un oído absoluto e innato para ponerle música al fútbol.
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