Perfiles de La Previa
24/04/2021 | 13:52 | El ex delantero del "Xeneize" falleció esta semana, de un paro cardíaco, a los 56 años. Un recorrido por su carrera, que estuvo pintada de azul y oro.
Raúl Monti
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Alfredo Graciani, el gran goleador de Boca en los '80
Cada vez que el 7 de Boca mandaba la pelota al fondo de la red, la inconfundible voz de Víctor Hugo Morales repetía una muletilla que los hinchas ya se sabían de memoria: “Graciani por el gol, Alfredo”. Durante toda la década del ‘80, “el Murciélago” fue el hombre que más goles le regaló al pueblo “bostero”.
En una época muy difícil para el club de La Ribera, tanto en lo económico como en lo futbolístico, Alfredo Graciani se ganó un lugar de privilegio en el corazón de los “xeneizes”. Se metió entre los máximos artilleros de la historia del club sin ser un delantero de área, y su amor incondicional por la camiseta terminó de convertirlo en un símbolo de Boca.
Graciani fue un delantero de primer nivel, al que el calendario le jugó una mala pasada: llegó tarde para integrar el Boca campeón de todo en los ‘70, y demasiado temprano para disfrutar la época dorada de los ‘90. “El Murciélago” se sumó al equipo en una etapa de transición, con la ilusión de sacar del barro al club de sus amores.
Su historia no habría sido la misma sin la participación de un actor inesperado: José Luis “el Puma” Rodríguez. El cantante venezolano, que estaba incursionando en el mundo empresarial, fue quien pagó el pase de Graciani y lo cedió a Boca. Eso sí, los visionarios fueron sus socios, que lograron convencerlo: “el Puma”, poco futbolero, no sabía a quién estaba comprando.
Antes de llegar a Boca, Graciani se había destacado en el ascenso, donde debutó como profesional a mediados del ‘81, defendiendo los colores de Atlanta. Fue Luis Artime (padre), por entonces director técnico del “Bohemio”, quien le dio una chance a ese pibito de 16 años que era imparable en los entrenamientos. Graciani terminó siendo una pieza importante en la vuelta a primera del ‘82, y dejó un grato recuerdo en Villa Crespo.
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El primer ciclo en el “Xeneize”, entre 1985 y 1992, fue el punto más alto de su carrera. Ubicado en el extremo derecho del ataque, era una amenaza constante e impredecible para los defensores. Su velocidad le permitía llegar hasta la línea de fondo y meter el centro con facilidad, pero siempre que podía encaraba al arco con diagonales endiabladas, que le valieron el apodo de “Alfil”, y casi siempre terminaban con el rival sacando del medio.
Graciani convirtió 83 goles en 250 partidos con la camiseta “azul y oro”, pero también se destacó por su faceta como asistidor. Integró dos grandes delanteras que quedaron en el recuerdo de los hinchas: brilló junto a Jorge Rinaldi y Jorge Comas en 1987, bajo la conducción de Menotti, y acompañó a dos jóvenes figuras como Gabriel Batistuta y Diego Latorre en 1991, con “el Maestro” Tabárez en el banco de suplentes.
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Los títulos, que tardaron en llegar, fueron un alivio para una institución que venía de una larga sequía. La primera vuelta olímpica de Graciani fue en la Supercopa Sudamericana del ‘89, que Boca le ganó a Independiente por penales. Un año más tarde se quedó con la Recopa Sudamericana que se jugó ante Atlético Nacional en Estados Unidos, consiguiendo la segunda (y última) copa de su vitrina personal.
Se fue una temporada a Racing, tuvo un segundo paso por Boca y entró en la recta final de su carrera. “El Murciélago” se alejó de los reflectores y cerró su etapa profesional con pasos discretos por Deportivo Español, Atlético Tucumán, Argentinos Juniors y equipos de Suiza y Venezuela. Colgó los botines en el ‘98, con 33 años, y siguió defendiendo los colores de Boca en el equipo sénior y desde las plateas de la Bombonera.
Su repentina muerte a los 56 años tomó por sorpresa a los “xeneizes”, que recordaron con cariño al gran goleador de los años ‘80. Por sus siete gritos contra River, las dos conquistas internacionales y su amor incondicional por la camiseta y el escudo, los hinchas lo reconocieron como mucho más que un buen delantero: Alfredo Graciani fue, y será por siempre, un verdadero símbolo de Boca.
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