Perfiles de La Previa
06/09/2020 | 13:33 | No sólo los líricos se ganan el cariño de los hinchas. El rústico volante se recibió de ídolo quebrando la racha de 8 años sin vueltas olímpicas en Boca con el último penal de la Supercopa del ´89.
Raúl Monti
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Foto: El Gráfico
El corazón de los hinchas no se nutre exclusivamente de lujos y goles. Aunque los habilidosos y los artilleros suelen correr con ventaja para ganarse el cariño de la popular, los jugadores más rústicos también pueden quedarse con ese premio. Prueba de ello es Blas Armando Giunta, quien se convirtió en un referente de Boca a pura garra y corazón.
El aguerrido volante “xeneize” quedó en la historia del club como el ejemplo perfecto de la actitud y el sacrificio que se le exigen a cualquiera que se vista de azul y oro. Desde el centro de la cancha, Giunta inspiraba temor en sus rivales y parecía inmune a la presión, una cualidad que incorporó desde chico, al atravesar los desafíos de una infancia complicada.
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Blas Giunta nació el 6 de septiembre de 1963 en el barrio porteño de Mataderos, cerca de la cancha de Chicago. Hijo de un colectivero y una ama de casa, tuvo que trabajar desde que era pibe para dar una mano en la economía del hogar. Se ganaba unos pesos haciendo trabajos de plomería, casi siempre poniendo canaletas, pero lo sufría mucho: la tarea lo dejaba muy cansado para lo único que le importaba, jugar a la pelota.
Giunta había probado suerte con el básquet, pero su carrera se acabó en un torneo infantil, cuando le metió una trompada a un árbitro y le dieron nada más ni nada menos que 99 años de suspensión. Se dedicó de lleno al fútbol y no le temblaba el pulso para tirarse al piso en las improvisadas canchas de asfalto, que le lastimaban las piernas hasta hacerlo sangrar.
Hizo las inferiores en el club Liniers y debutó en la Primera D con 16 años, donde jugó hasta que sus propios compañeros le dijeron que tenía que irse porque estaba para más. Se sumó a la cantera de San Lorenzo, donde demostró que le sobraba experiencia para jugar con los chicos de su edad, y se sumó al plantel profesional en 1983 bajo las órdenes del “Bambino” Veira.
Integró un equipo que quedó en el recuerdo de los fanáticos del “Ciclón” como “Los Camboyanos”, marcado por su carácter combativo dentro de la cancha y las dificultades institucionales que tuvo que soportar. A la par de jugadores como Leonardo Madelón, Walter Perazzo, Luis Malvárez y los jóvenes Flavio Zandoná y José Luis Chilavert, entre otros, Giunta comenzó a destacarse por su incansable entrega y ferocidad.
Pasó por Cipolletti y Platense, pero San Lorenzo fue el trampolín que lo catapultó al fútbol de España. Defendió la camiseta del Murcia por una temporada, no pudo mostrar su mejor versión y regresó a la Argentina en 1989, para ponerse la casaca que lo identificaría de por vida.
Boca y Blas Giunta estaban hechos el uno para el otro. El 29 de noviembre de 1989, en la final de la Supercopa Sudamericana, grabó su nombre en la historia del “xeneize”. Giunta, que nunca pateaba penales, se hizo cargo del último tiro de la definición contra Independiente. Con el ensordecedor aliento de los hinchas de Boca a sus espaldas, su disparo rompió una sequía de 8 años sin vueltas olímpicas en la institución, y su corazón empezó a teñirse de azul y oro.
El club se reencontró con la victoria y Giunta ascendió a la categoría de ídolo. Cada vez que el número “8” se tiraba al césped para recuperar la pelota, bajaba desde las tribunas un canto de guerra que lo llenaba de orgullo: “¡Giunta, Giunta, Giunta, huevo, huevo, huevo!”. Para hacerle honor a su reputación, fue uno de los protagonistas de la recordada batalla campal entre Boca y Colo Colo en la Libertadores del ‘91 y terminó en la comisaría junto al “Maestro” Tabárez.
Un par de meses más tarde sufrió una dolorosa derrota contra el Newell’s de Marcelo Bielsa en el duelo que definió al campeón de la temporada, y ese cruce arruinó sus chances en la Selección Nacional. Alfio Basile lo convocó para disputar la Copa América del ‘91, pero se sumó tarde al plantel porque estaba disputando la final contra la “Lepra” y el “Negro” Astrada le ganó el puesto. Al final fue campeón con Argentina, pero tuvo que vivir la campaña desde el banco de suplentes.
Su ciclo en Boca tampoco terminó como él quería. Tuvo que irse por un conflicto entre los jugadores del plantel, una novela que la prensa bautizó como “Halcones y palomas”. Todo inició con una discusión por la capitanía, entre los que postularon al “Beto” Márcico y los que querían al “Mono” Navarro Montoya, y el vestuario se dividió en dos: Blas defiende que lo borraron del club para liberar un poco de tensión, pero la gente nunca se olvidó de él.
En una muestra de amor pocas veces vista, la hinchada cantó por su regreso durante los dos años que siguieron a su salida, que el volante pasó en la liga de México. Pudo volver sobre el final de su carrera, aunque sin tanto brillo, y colgó los botines en Defensores de Belgrano en 1999. Tras una buena trayectoria como director técnico en el ascenso, hoy se desempeña como entrenador en las divisiones inferiores de Boca, un premio más que merecido para un hombre de la casa. A pura garra y corazón, Blas Armando Giunta se convirtió en un verdadero símbolo de la garra “xeneize”.
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Al "xeneize" lo dirigirá el brasileño Rodolfho Toski, mientras que al "millonario", el uruguayo Esteban Ostojich. La reanudación del certamen para los argentinos está programada para el jueves 17.
Alerta por Covid-19
Los testeos masivos en el plantel detectaron que también hay ocho auxiliares del cuerpo técnico que dieron positivo. Los contagios complican la preparación del “Xeneize” para la Copa Libertadores.
A Primera con 30 años
El volante se sumó al equipo que dirige Sergio Rondina, desde San Martín de Tucumán. En diálogo con Cadena 3, destacó que con 30 años no había podido jugar en Primera. Ahora se recupera del coronavirus.