Estar

La fama es puro cuento

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17/10/2021 | 13:30 | Un cuento futbolero para una fecha especial: el Día de la Madre. Escuchá o leé la historia.

Mauricio Coccolo

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"Estar", un cuento de Mauricio Coccolo

Nicolás camina la cancha desde hace diez minutos, todavía no entiende por qué se enojó tanto con lo que más quiere. Trata de meterse en el partido, pero la pelota como si supiera lo esquiva.

Se mira en la sombra, tiene un mechón desalineado, lo acomoda y piensa: qué jodida es la cabeza. Una palabra fuera de lugar, una mirada o un gesto son suficientes para activar la trampa de las discusiones. Incluso con la persona menos pensada.

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Dicen que el tiempo cura todo, pero el tema es cuánto tiempo: ¿un día? ¿Dos? ¿Un par de horas? ¿Cuánto hace falta para salir del enojo? Para que ambos salgan del enojo, porque las discusiones nunca son cosa de uno. Para pelear hacen falta dos. Y para reconciliarse también.

Nicolás mira los botines relucientes, casi no los usó. Cree que si no hubieran discutido quizás estaría jugando un poco mejor y podría bajar algún pelotazo sin sentir que tiene una tabla de planchar en el pecho.

Justo tenían que pelear antes de semejante partido. Justo cuando un empresario está mirando jugadores para llevarlos a probar a la ciudad. A Nicolás le duele la panza y calcula cuántas oportunidades más tendrá para cumplir su sueño.

Parado en la medialuna del área, levanta tímidamente la mano: quizás en algún momento caiga un pelotazo. Gira para un lado siguiendo la jugada. Nada. Contra los manuales, el pase cruza por el medio hacia el otro costado. Se da vuelta, acomoda el perfil, pero la situación no cambia. Tocan para atrás.

Hace memoria: revisa las palabras, una por una, las que le dijo y las que escuchó. ¿Cómo hacer para no pensar o, mejor dicho, para elegir en qué pensar? Junto con la transpiración, siente que la bronca le brota del cuerpo y se libera.

Todavía conserva la esperanza de encontrarla en el rincón de siempre, la busca con la mirada. Sabe que no está, pero le gustaría que estuviera. En silencio, reconoce que ella tiene un poco de razón, aunque cree que no era para tanto: podría haber venido y después lo arreglaban.

Le duele no verla en el lugar de siempre, en la esquina donde se juntan los alambrados. No es una cábala, es una costumbre compartida y justo cuando más la necesita ella no está. Lo abandonó a su suerte.

Abstraído, Nicolás trata de frenar la cabeza. Confundido tiene miedo de estar hablando en voz alta. El central lo mira raro. No puede parar. Admite que el fútbol fue el motivo de la pelea, pero entiende que ya son grandes para acumular rencores innecesarios.

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Definitivamente tendría que haber preparado el terreno. Tirar unas indirectas. Tantear. Ir de a poco. Pero hay cosas que es mejor decirlas de una, sin vueltas. Tampoco es que se le ocurrió de un día para el otro, ya lo venía masticando desde hacía un tiempo.

Nicolás demuestra que está vivo y en partido: tira una diagonal, marca el pase con el cuerpo, la pelota llega picando, la controla como puede apareado con un defensor y caen enredados al piso. Mal ubicado, el árbitro ve córner.

Por costumbre, sin mayores expectativas, pega dos saltos cortitos en el vértice del área chica esperando el tiro de esquina. La comba del centro es perfecta y la línea imaginaria termina justo en la frente.

Lo único que tiene que hacer es dejar firme la cabeza, quebrar apenas el cuello y salir festejando con los brazos abiertos. Lo hace con la prestancia de un bailarín clásico. Queda suspendido y cuando apoya los tapones en el piso vuelve al mundo.

Nicolás festeja sin ganas, cierra el puño, lo abre, lo suelta al aire y tira toda la mufa que traía acumulada. Ya está: no tiene sentido seguir dándole vueltas al asunto. Vuelve a cerrar la mano y piensa que atrapó todas las certezas del mundo.

Mirando el piso, camina hacia la mitad de la cancha. Siente que algo se le clava en la nuca. Sin pensarlo, gira la cabeza por encima del hombro y la descubre parada en el mismo rincón de siempre, agarrada del mate de loza de toda la vida.

Con el brillo de los ojos le habla sin abrir la boca: si tu sueño es ser jugador de fútbol acá estoy para apoyarte, aunque no estoy de acuerdo con que dejes la escuela.

Nicolás la mira y ella sabe que la está mirando. Siempre sabe todo. Sabe incluso lo que va a decirle: ¡Gracias por venir, mamá! Éste y todos los goles que haga son tuyos…

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