Perfiles de La Previa
04/07/2020 | 13:02 | El "Pocho" se retiró del fútbol a fines del 2019, pero podría volver para cumplir su gran sueño: jugar en Rosario Central, el club de sus amores. Recorré su camino.
Raúl Monti
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El "Pocho" podría volver del retiro a los 35 años.
No todos los finales pueden ser felices, y Ezequiel Lavezzi lo sabe. Resignado por una lesión en su rodilla derecha, que ya no daba para más, anunció desde China su retiro del fútbol profesional a fines del 2019. El “Pocho” colgó los botines en el Hebei Fortune, en un nivel bajo y demasiado lejos de los suyos, y arrancó el 2020 decidido a dejar esa amargura atrás y disfrutar de un merecido descanso.
Ni siquiera la pandemia logró desviarlo de su nuevo objetivo, y pasó gran parte de la “cuarentena” en el Caribe, tomando sol junto a su novia en una playa paradisíaca. Cuando su única preocupación era conseguir un buen bronceado y olvidarse de todo, una declaración del “Kily” González, desde su Rosario natal, logró encender en él una chispa muy difícil de apagar.
El flamante entrenador de Rosario Central aseguró que el club tiene las puertas abiertas para todos los que quieran regresar al “Canalla”, y declaró con picardía que el "Pocho" se muere de ganas de jugar en el Gigante de Arroyito. Las palabras del “Kily” calaron hondo en el ex delantero de la Selección, que ahora fantasea con ponerse los cortos, volver a casa y cerrar su camino en el mismo lugar donde empezó.
La historia de Lavezzi y Central es la de un amor no correspondido. El “Pocho” es un fanático del club, lleva su escudo tatuado en la piel y soñaba con regalarle sus goles a la mitad de Rosario, pero el “Canalla” le soltó la mano cuando estaba en inferiores y él estuvo a punto de largar todo y abandonar el fútbol.
En ese duro momento, fue su hermano mayor quien lo animó a seguir intentando y lo llevó a una prueba en Estudiantes de Caseros, donde Lavezzi comenzó su carrera. El Genoa de Italia compró su ficha y el “Pocho” recorrió el mundo gracias a la pelota, pero la espina del rechazo en Central y el deseo de revancha fueron una presencia constante en cada paso de su camino.
Tuvo su primera gran alegría en el Clausura 2007, cuando se consagró con 22 años como una de las figuras del San Lorenzo campeón. Fue su título debut y despedida en Argentina, porque ese mismo año el Napoli le dio la oportunidad de cruzar el charco y Lavezzi no jugó nunca más en su país.
El paso por Italia le regaló muchas satisfacciones. Nápoles lo recibió con la calidez característica que le reserva a todos los que llegan desde la tierra de Diego Maradona, y el “Pocho” pudo devolver ese cariño con medio centenar de goles y una Copa Italia. Sus corridas sobre el césped del San Paolo le valieron una jugosa transferencia al Paris Saint Germain, donde conoció los lujos que rodean la vida en la capital de Francia.
La “ciudad luz” fue su hogar durante 4 años, entre el 2012 y el 2016, y la valoración de aquella etapa futbolística varía según el criterio de quien la cuente. Por un lado, Lavezzi ganó 12 campeonatos en un PSG que arrasó con todo a nivel local, pero también es cierto que no pudo hacerse fuerte a nivel europeo y que a él le tocó vivir muchísimos festejos desde el banco de suplentes.
La camiseta con la que será más recordado, aún así, es la de la Selección. Comenzó a vestirla al mismo tiempo que daba sus primeros pasos en Europa, dio la vuelta olímpica en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 y arrancó con el pie derecho su historia con la albiceleste, que defendió durante casi una década.
El Mundial de Brasil 2014 marcó un punto de quiebre en todos los aspectos de su vida. Se convirtió en una figura a nivel nacional y copó las pantallas del país con sus humoradas y fotos sin remera, que causaron miles de suspiros y lo transformaron en el galán del campeonato.
También se destacó en el lugar que verdaderamente importaba, dentro de la cancha. Se consolidó como uno de los estandartes del equipo de Alejandro Sabella, fue titular en todos los partidos de eliminación directa y la rompió en el primer tiempo de la final contra Alemania, aunque se fue reemplazado por Sergio Agüero y la aventura mundialista terminó de la peor manera.
La exposición que tuvo en ese campeonato lo puso en el centro de la escena en los próximos años, con todo lo bueno y lo malo que eso traía. Dijo presente en todas las citas importantes de la Selección, sin falta, pero también lo eligieron como una comidilla habitual en revistas y programas de chimentos, a los que poco les importaba su desempeño como futbolista.
Integró los planteles que quedaron al borde de la gloria en las dos definiciones de Copa América contra Chile, y su nueva categoría de “mediático” lo hicieron el blanco perfecto para las críticas. Fue apuntado como uno de los “amigos de Messi” y las mismas actitudes de “jodón” por las que había sido aplaudido y celebrado un par de años antes, ahora eran el argumento con el que lo defenestraban.
Lavezzi tuvo que convivir con una presencia constante en las noticias: fue criticado por la relación con su ex mujer, por sentarse en el sillón del Papa, por la filtración de imágenes íntimas, y un largo etcétera. Creció en él una sensación lógica de cansancio, que escaló hasta el hartazgo cuando lo acusaron de fumar marihuana en una concentración de la Selección y el propio Lionel Messi tomó la posta para defenderlo públicamente.
Su historia no tuvo un broche de oro, sino que se fue apagando lentamente. Cuando las lesiones y las estrellas del PSG lo relegaron por completo, el “Pocho” armó las valijas y se fue al fútbol de China, donde cambió la competitividad deportiva por un salario exorbitante. Pasó allí sus últimos años como futbolista, perdió su lugar en el conjunto nacional y jugó hasta que el cuerpo le dijo basta.
El 13 de diciembre de 2019 anunció su retiro con una carta que cerró con la siguiente frase: “Con mucha emoción, me despido de la etapa más linda que me dio la vida. ¡Fui muy feliz!”. Acompañó el texto con una foto que mostraba todas las camisetas que había defendido en su carrera, y la del “Canalla”, la que él más quería, brilló por su ausencia.
Cuando todavía se estaba acostumbrando a la idea de que iba a quedarse con las ganas de jugar en Rosario Central, la designación del “Kily” González como director técnico se convirtió en una oportunidad inesperada para cumplir ese sueño. El “Pocho” tiene 35 años y una rodilla a la miseria, pero le confesó a su entorno que la idea de entrar a la cancha y sentir el aliento de los rosarinos le provoca una ilusión incontrolable.
Sabe que volver al país implicaría resignar plata, renunciar a su estilo de vida y exponerse una vez más a una multitud de cámaras y flashes impacientes por verlo tropezar. Sin embargo, todo eso no vale nada en comparación a la expectativa de toda su familia y particularmente de su hijo, que sueña con verlo jugar en el club del que es hincha.
Los responsables del “Canalla” ya le dijeron que lo esperan con los brazos abiertos y su hermano, que lo salvó de un retiro temprano cuando era un adolescente, ahora quiere convencerlo de aceptar este último desafío. El “Pocho” está en un debate interno entre lo que le indica su cabeza y lo que le pide su corazón, con objetivos muy distintos entre sí.
Volver del retiro es una decisión que toma tiempo, y el parate por la pandemia en el fútbol argentino, al menos en ese aspecto, juega a su favor. Con el recuerdo fresco de su amarga despedida en China y su tatuaje del escudo de Rosario Central quemándole la piel, el rosarino sabe que está ante una oportunidad única, reservada para un puñado de privilegiados: Ezequiel Lavezzi tiene la chance de cambiar el final de su propia historia.
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