Perfiles de La Previa
20/06/2020 | 13:05 | El ex volante de la Selección dirigirá al club de sus amores tras la salida de Diego Cocca. Tendrá el desafío de dirigir a un plantel profesional conformado por muchos juveniles. Conocé su historia.
Raúl Monti
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"Kily" González, el "canalla" de alma que será DT de Central
La pandemia de coronavirus provocó diversos estragos en el fútbol argentino, y sus efectos se sintieron con fuerza en la ciudad de Rosario. La dirigencia de Central le avisó a Diego Cocca que el plan para el futuro fútbol sin descensos es apostar por los juveniles, el entrenador se mostró en desacuerdo con la decisión y renunció a su cargo en el equipo.
“La Academia” rosarina se quedó sin director técnico en pleno parate futbolístico y la dirigencia aprovechó para pensar en un reemplazo sin la presión que ejercen los partidos del fin de semana. Los directivos saben que se avecina un panorama muy complicado y eligieron a un hombre de la casa para afrontar el desafío.
El “Kily” González lleva en la sangre el ADN “Canalla” y soñaba con esta oportunidad desde que tomó las riendas de la Reserva en el 2018. El ex volante de la Selección confía en que es el más indicado para liderar a los suyos en esta tormenta, y está expectante por defender al club que ama desde su infancia.
La década del 70 marcó un antes y un después en la historia del fútbol rosarino, cuando Central ganó el Nacional ‘73 y Newell’s se quedó con el Metropolitano ‘74. Cristian González llegó al mundo el 4 de agosto de 1974 en una ciudad revolucionada por sus dos grandes equipos, por lo que ligó su primera pelota casi al mismo tiempo que la mamadera.
Se pasó su niñez jugando partidos interminables con los vecinos del barrio, y fue uno de ellos quien sin saberlo lo marcó para el resto del viaje. Uno de sus amiguitos estaba aprendiendo a hablar, no podía decirle Cristian y le salió “Kily”, apodo que le quedó para toda la vida, aunque a él no le guste.
Creció en una casa muy humilde, donde nunca sobró nada pero tampoco faltó demasiado y se formó con los valores y códigos propios de un “pibe de barrio”. Fue un nene travieso que con el paso de los años se convirtió en un adolescente terrible, no por su malicia, pero sí por sus ocurrencias.
La macana más recordada de aquellos tiempos se la mandó cuando tenía 14 años y cayó a su casa con un insólito tatuaje del Pato Lucas con la camiseta de Central. El dibujo no le causó ni un poco de gracia a sus papás, que lo retaron un rato largo, y sufrieron por esa muestra del fanatismo incontrolable de su hijo por el club de sus amores.
El “Kily” se enamoró del fútbol desde chico y tras un paso fugaz por las inferiores de Newell’s encontró su lugar en el mundo defendiendo los colores del “Canalla”. Aún cuando era jugador de la Reserva, presumía su asistencia perfecta en el paraavalanchas del Gigante de Arroyito cada vez que la “Academia” hacía de local.
Debutó en el ‘93 bajo las órdenes de Pedro Marchetta, y conformó un gran mediocampo junto a Roberto Molina, “Vitamina” Sánchez y Omar Palma, su gran ídolo. El primer sueldo que cobró se lo regaló a su mamá, su gran fanática, que guardaba obsesivamente los recortes de diarios y revistas en los que mencionaran a su hijo.
Se convirtió rápidamente en una de las promesas del fútbol argentino, y en un par de temporadas recibió una noticia inimaginable hasta ese entonces. Jorge Valdano, director técnico del Real Madrid, lo había pedido personalmente para que se sumara a uno de los clubes más poderosos del mundo.
El “Kily” tenía todo listo y sólo le faltaba poner la firma para convertirse en refuerzo del “Merengue”, hasta que recibió un llamado telefónico a su casa que lo detuvo en el tiempo: del otro lado de la línea estaba Diego Maradona, que en aquel entonces gastaba en Boca sus últimos cartuchos. “¿No te querés venir a jugar conmigo?”, le preguntó Diego, y su fantasía de jugar en Europa se desvaneció en el acto.
Defendió la casaca azul y oro en la temporada 95-96, jugó en el recordado dream team de Maradona, Caniggia y Latorre, y disfrutó de todo lo que implicaba el “mundo Boca”, aunque se quedó con las ganas de festejar un campeonato. No se privó de salidas nocturnas a fiestas y boliches, pero su desempeño sobre el césped no se vio afectado y tuvo su primera chance con Argentina.
Su debut en la Selección de Passarella tenía todos los condimentos para ser una jornada ideal, pero terminó en pesadilla. Entró en el segundo tiempo de un amistoso contra Brasil en el Monumental, pero lo expulsaron a los tres minutos por una falta dudosa, cuando apenas había tocado la pelota.
Zaragoza le abrió las puertas del fútbol europeo y cosechó múltiples éxitos en el Viejo Continente, donde se quedó una década y repartió su juego entre España e Italia. Brilló en el Valencia de inicios de siglo que conquistó la Liga en el 2002 y se consagró como un verdadero ídolo “Che”, aunque le tocó perder dos finales consecutivas de Champions League.
También tuvo un rol importante en el Inter italiano, donde cosechó 4 campeonatos y se reencontró con Juan Sebastián Verón, su gran amigo en las épocas “xeneizes”. Aún así, entre buenas y malas, su carrera se vio marcada por las dolorosas derrotas que le tocó sufrir con el conjunto nacional.
Fue titular en el equipo de Marcelo Bielsa que arrasó con todo en las eliminatorias para Corea-Japón, y lloró como un nene por la dura eliminación en fase de grupos. Un par de años más tarde sumó una nueva amargura a su historial cuando la Copa América se le escapó en la definición por penales contra el rival de toda la vida, Brasil.
Tuvo su revancha personal en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 cuando se trajo la presea dorada a la Argentina, pero su camino con la albiceleste no tuvo el final que quería. Una lesión en la previa del Mundial de 2006 le terminó costando el puesto, y nunca más volvió a defender a su país. Como premio consuelo, en ese proceso compartió plantel con Lionel Messi y se metió en el grupito de privilegiados que jugó con el astro rosarino y con Diego Maradona.
Decepcionado por quedarse afuera de la Selección y con un ciclo cumplido en Europa, decidió que era el momento de volver a casa. Boca lo esperaba con los brazos abiertos y un dineral sobre la mesa, pero el corazón del “Kily” inclinó su deseo hacia el lugar en el que todo había comenzado.
Volvió a Rosario Central y se hizo cargo de la cinta de capitán de un equipo que no pasaba por su mejor momento y penaba en los últimos puestos de la tabla de los promedios. Su juego tenía una clase distinta al resto, pero su alto perfil le causó roces con dirigentes y entrenadores por igual.
Se tomó un recreo durante una temporada en San Lorenzo, pero cuando el “Canalla” descendió en el 2010 largó todo una vez más para ir al rescate de los suyos. Jugó en el Nacional B con la misma actitud que lo había hecho en la final de la Champions, pero una lesión arruinó su patriada y la idea del retiro comenzó a dar vueltas en su cabeza.
Omar Palma, su ídolo de la infancia y referente en el debut, fue quien le puso punto final a la historia del “Kily” dentro de las canchas. Como técnico de Central, lo separó del plantel por presuntas “razones futbolísticas”, y el volante colgó los botines con una mezcla de resignación y bronca.
Pasaron 7 largos años hasta que Cristian González volvió a ser parte de la institución rosarina, cuando se convirtió en el director técnico de la Reserva. Trabajó con la garra de siempre y un objetivo claro: ponerse el buzo de entrenador del primer equipo.
La oportunidad que esperó durante tanto tiempo llegó en una situación muy complicada a nivel futbolístico y económico, pero esos detalles le importan poco y nada. El “Kily” es un hombre de la casa dispuesto a darlo todo por el club de sus amores, un “canalla” de alma que se desvive por desatar una fiesta en la mitad de Rosario.
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